ETA pretende la rendición de una democracia a la que no respeta

El último comunicado de ETA trata de ser cuidadoso y disimula su vinculación con las organizaciones  que se han creado para heredarla, pero  no hace ni el menor esfuerzo por aparentar siquiera un cambio en sus objetivos, una renuncia a sus utopías. Los terroristas pretenden conseguir mediante una renuncia simulada a las armas lo que no han podido conseguir con su lucha armada, con esa guerra unilateral, cobarde e injusta que ha sembrado de sangre y de dolor la tierra vasca,  a España entera, que se ha cobrado la vida de cerca de mil personas, y que ha dejado a muchos miles más malheridas en cuerpo y en alma.
Es difícil imaginar el deprecio que ETA debe albergar hacia los dirigentes políticos que supone capaces de aceptar un trato tan inicuo, tan cobarde, tan absurdo. Ceder a todo, sin una entrega efectiva de las armas por los terroristas, y sin que la organización  ponga sus efectivos a disposición de la justicia, darles cuanto siempre han pretendido a cambio de  una serie de vagas promesas, equivaldría  a escupir sobre la sangre de la víctimas, a tirar por la borda el sacrificio y el valor de cuantos han combatido a ETA, con la ley en la mano y respetando siempre los derechos de todos, incluso de los asesinos.
Es comprensible que ETA se pueda hacer estas ridículas ilusiones cuando se ve cómo algunos líderes políticos, aquellos  que habían prometido no hacer de ETA un tema de campaña, aseguran ahora haber logrado su desaparición, una situación delirante en la que, de hacer caso a lo que ETA pretende, no obtendríamos ni siquiera una victoria pírrica, sino que tendríamos un caso claro de traición, de estupidez extrema disfrazada de grandeza moral y de hipocresía, como siempre. Estamos tan acostumbrados a las mentiras de algunos que harán mal en creer que puedan engañarnos de nuevo.
Por mucho que nos duela, ETA no está todavía completamente vencida, y juega sus bazas porque, aunque se sabe fracasada, pretende tornar su derrota política en una victoria, en un paso hacia  esa paz que tan poco le ha importado cuando asesinaba, incluso a niños.
Es posible que ETA no vuelva a matar, pero, hasta ahora, no hay garantía alguna de que la proclamación de sus buenas intenciones sea algo más que un acto de propaganda. ETA pretende aprovechar la oportunidad que le brinda un gobierno absolutamente fracasado y con verdadera necesidad de apuntarse algún éxito para ver si consigue alguna concesión simbólica en la que poder apoyar su estrategia de convertirse en una fuerza de apariencia irreprochable colgando de un supuesto conflicto superado gracias a su generosidad el recuerdo de todo el dolor que ha provocado. Mentira tras mentira, ETA pretende convertir nuestro hartazgo con sus fechorías en un pasaporte hacia la impunidad, hacia el olvido. Es delirante que alguien pretenda ayudarles en esa burda trampa con el propósito de obtener réditos electorales o de imagen. Las indignas palabras de Patxi López y las mistificaciones de esos viejos y desvergonzados dinosaurios que ha resucitado Rubalcaba en su campaña de despropósitos no son precisamente tranquilizadoras sobre sus intenciones de fondo. Menos mal que dentro de muy poco perderán cualquier capacidad de hacer fechorías, pero es muy grave que pretendan engañarnos haciendo creer que han resuelto algo que sigue pendiente de que el Gobierno se mantenga firme en defensa de la libertad, de la dignidad y de la decencia.
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