Garzón frente a la ley

Seguramente nunca imaginó el Garzón borracho de poder en los días de su gloria que nadie fuere a atreverse a procesarle, porque, con el Gobierno a sus píes, y la vara de la justicia en su mano, se sentiría  omnipotente, inaccesible a cualquier censura. Ésta es, sin embargo, la grandeza de la democracia y de la ley, que nadie, como recordó recientemente el Rey ante otro caso doloroso, está ni por encima ni al margen de ella, absolutamente nadie, ni siquiera Garzón, como empezará a comprobar muy pronto.
La diferencia entre la democracia y el totalitarismo reside fundamentalmente en esa constatación, en que la ley se aplique de manera universal, sin excepciones, también a los jueces. Garzón ha actuado en muchas ocasiones con la convicción de que, dada la supuesta bondad de sus fines, la condena del franquismo, la lucha contra la corrupción, aunque solo fuese la de la derecha, por supuesto, o establecer su muy peculiar idea de la justicia con lo que le conviniera, no tenía que respetar ni leyes, ni procedimientos. Sus instrucciones han sido anuladas en muchas ocasiones precisamente por el descuido de los detalles, por esa obsesión por ir al bulto e, invariablemente, por su afición a provocar la noticia. Para conseguir lo que pretendía, Garzón no ha reconocido frenos ni límites, y su desgracia va a consistir, precisamente, en que la ley sí los reconoce, es más, se asienta precisamente en su respeto, en las normas, los procedimientos y las cautelas que, de manera muy especial, deben respetar los jueces precisamente porque tienen en sus manos la vida, las propiedades y el honor de los ciudadanos que se han de someter a sus juicios. 
Con la débil disculpa de una Justicia absoluta, mostrando la más completa confusión de la Justicia, que es ciega e imparcial, con un izquierdismo ridículo y risible, quienes ahora defienden, contra toda evidencia, a Garzón, tratan de obtener argumentos para ocultar sus fechorías y los disparates jurídicos cometidos en la supuesta excelencia inmaculada de los fines que todos ellos persiguen, de unas quimeras que supuestamente autorizarían cualquier arbitrariedad, como violar los derechos de un detenido, cobrar suculentas cifras de quienes iban a comparecer ante su tribunal, o procesar a los muertos.
Comisiones Obreras ha cometido el desliz de prestar sus salones para que una tribu de exaltados haya confundido la solidaridad con Garzón con un ataque en tromba hacia el Tribunal Supremo dando lugar a un acto en el que se han escuchado las barbaridades más arbitrarias, injustas e inciviles que se puedan decir contra la independencia de la Justicia. Garzón va a tener, sin embargo, la suerte de ser juzgado con el máximo de cautelas, con una dosis masiva de prudencia y rigor en las disposiciones para asegurar la independencia de la Justicia. Garzón va a gozar de todas las garantías que él ha regateado a quienes caían en sus manos. Se enfrenta no a uno, sino a tres procesos, y es difícil esperar que aumenten el esplendor de su gloria. Hay que estar muy fuera de los cabales para ver en el Supremo un “instrumento del fascismo”, un “aliado de la extrema derecha” o un enemigo de la “legalidad nacional e internacional”, como sostuvo Jiménez Villarejo frente a los aplausos delirantes de los incondicionales del juez que ahora se enfrenta a esa Ley que ha de ser siempre igual para todos, incluso para él y sus secuaces. Hay que esperar que la ley brille, pero, lamentablemente, también se puede dar por sentado el espectáculo.


Palabra de Woz