El día de San José, se cumplieron los doscientos años de la proclamación de la primera Constitución española. En su reunión en las Cortes de Cádiz en 1812, celebradas en un clima de enorme tribulación interna y bajo un implacable asedio militar extranjero, la Nación española supo estar por encima de los complejos y las carencias de sus autoridades para fijar un rumbo político con altura de miras. En Cádiz se afirmó con solemnidad y valentía la unidad de la Nación, su deseo de felicidad colectiva y la importancia de la libertad y la soberanía popular. Al conmemorar esa fecha no nos referimos meramente a un hecho del pasado, sino al inicio de un proceso, a la voluntad inteligente de fortalecer los vínculos que nos unían y nos unen, lazos que la Constitución de 1978 ha revivido para fortalecer, como es obligación de cualquier español que no sea un traidor o un inconsciente.
Los españoles de 1812 supieron muy bien lo que querían y lo que estaban dispuestos a lograr. Luego, nuestra historia no ha sido siempre fiel a la grandeza generosa de ese impulso, pero lo importante es que, doscientos años después, hemos recuperado lo mejor de aquella aventurada apuesta, y que tras unas largas y afortunadas décadas, la convivencia y la libertad están mejor asentadas que nunca.
La democracia en España está firmemente establecida de modo tal que haría sonreír con orgullo y satisfacción a cualquiera de los padres de la patria gaditanos. Pero, como muy bien sabían los constituyentes, una Nación no es únicamente un legado del pasado, sino que supone un ejercicio continuo de convivencia y de civilidad, de democracia. Son todavía muchas las cosas en que podemos y debemos mejorar, y el bicentenario no debiera ser únicamente motivo de legítima satisfacción por la buena marcha de nuestra historia colectiva, sino un catalizador de las reformas que tenemos pendientes, de las soluciones que nos impiden dar lo mejor de nosotros mismos, superar nuestras limitaciones y tocar con los dedos nuestros sueños españoles. El espíritu reformista de Cádiz es una excelente medicina del espíritu, un recordatorio de que no podemos ni dormirnos en los laureles, ni dejarnos vencer por la adversidad. Nuestro pasado, por tantos motivos glorioso, es un testimonio vivo de las posibilidades de esta Nación cuando apuesta por la libertad, por la convivencia y por la democracia. No habríamos podido lograr esto sin el impulso generoso y audaz de aquellos patriotas valientes, sin su aprecio a la libertad, su reconocimiento de la tradición histórica y su apuesta por un futuro de bienestar y progreso. Que su ejemplo generoso sea guía efectiva de nuestra convivencia.
Hábitos de compra
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