No me gusta nada el moralismo a la violeta, la tonta idea de la regeneración, o la analogía bursatil, ¡vaya ejemplo!, de la crisis de valores: son formas de chachara insustancial y, a veces, de intención perversa. Tal disgusto no impide subrayar cómo abundan las muestras de la espesa selva de mentiras y trampas con las que se administra la sociedad española de ahora mismo, nuestra democracia.
Los trapicheos zarzueleros, el desastre financiero, la amenaza de ruina de ACS, ¡temblad madridistas!, el presidente del Supremo marbelleando a nuestra costa, todo configura, en fin, el aspecto de una tolerancia con la falsedad y el trinque a la que hay que poner fin. Imagino que nos ayudará la moral luterana de nuestros prestamistas, pero puede que nos hundamos hasta el fondo por el camino. Es posible que no aprendamos, ni así, lo que realmente nos hace falta, a tragar menos con la indecencia, a dar corte a los chorizos, a ser menos sectarios, algo más valientes y menos sumisos.
Telefónica trata de despabilarse
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