La democracia interna puede parecer un imposible, y lo es para cualquiera que no comprenda que la política nunca puede consentir en hacer exactamente lo que cada cual crea, piense o quiera. La política es colaboración, atención mutua, debate civilizado, hablar y escuchar, y para eso existen los partidos, para hacer exactamente esa mediación que es imprescindible en las sociedades complejas: así funciona en los países con democracias sólidas y sociedades exigentes, en Inglaterra, en EEUU, en Alemania o en Finlandia. Aquí apenas hemos empezado y hay que hacerlo, empezando por no negar las dificultades y los problemas. Cuando no hay democracia interna se aplica el criterio del líder y a callar, y por ese camino se puede llegar, y siempre se llega, a lo que ahora tenemos, a hacer lo contrario de lo que se dijo, a mentir, a tratar de justificar lo injustificable. En cambio, mediante el debate razonable se pueden armonizar las distintas posturas que existan y encontrar la que más convenga a las convicciones y principios del grupo. Es claro que hay quienes piensan que un partido no puede tener opiniones, que todo lo que no sea defender sin la más mínima concesión lo que cada cual tiene por cierto no vale. Tenemos mucho que aprender: la política no consiste sólo en principios y en enfrentamientos, eso es lo que pensaban los comunistas, una lucha a muerte entre el bien y el mal, sino que requiere del diálogo, de la comprensión, del debate, de la negociación y la búsqueda de compromisos, y eso es una tarea que compete a todos porque es la urdimbre básica de una convivencia civilizada. Espero que aprendamos a hacerlo, respetando siempre el punto de vista ajeno al tratar de promover el propio, sin imposiciones ni dogmatismos que están fuera de lugar en un debate entre personas que comparten los principios que les han llevado a unirse para trabajar juntos por su patria.