Muchas de las reacciones frente al rescate pagado de los marineros del Alakrana se basan en un razonamiento perverso inspirado en la utilidad y en el cálculo, en una especie de justicia sometida a cotización y contabilidad analítica. Se trata de modernas versiones del principio capaz de justificar toda iniquidad, a saber, que la consecución del fin justifica cualquier procedimiento.
Todo parece poder quedar reducido a que la cosa nos salga barata, a que sea rentable. Es sorprendente ver cuántos que fustigaron al gobierno con imperativos kantianos cuando, por ejemplo, hubo un accidente aéreo en Trebisonda, se convierten en utilitaristas de mercado cuando se trata de sus asuntos. Es comprensible y disculpable que las familias y los amigos de las víctimas, se dejen llevar por el egoísmo y tiendan a olvidar los principios de la moralidad y de la justicia, pero es absolutamente intolerable que, bajo ese manto de piedad, se cuele el utilitarismo romo de quienes no temen otra cosa que el perjuicio electoral, o el mero desprestigio por no saber cazar ratones, con independencia del color del gato.
Las posiciones del gobierno han estado enderezadas al disimulo, a una imposible alianza del cinismo y la piedad para ocultar su cortedad de miras y/o su cobardía, o ambas, que no suelen ser incompatibles. En lugar de hacer lo que debieran haber hecho, a saber, emplear los medios legítimos para combatir un acto de piratería, tratan de convencernos de que han llevado a cabo una actuación diplomática contundente, como si sacar pecho hablando de nuestros cónsules, nos sirviera para atenuar el ridículo que este gobierno ha obligado a hacer, una vez más, a nuestros paradójicos soldados.
El gobierno ha tratado de que la alegría por el regreso de los secuestrados sirva para legitimar las chapucerías aplicadas al caso. No es ya que el gobierno mienta por interés, sino que nos desprecia tanto que no se molesta ni siquiera en que sus ideales parezcan coherentes.
[Publicado en Gaceta]