Arthur Clarke, tecnología y optimismo

Sir Arthur Charles Clarke (1917-2008) perteneció a esa rara estirpe de escritores capaces de aunar una fuerte capacidad de fabulación con una importante vocación teórica.  Desde su juventud fue un lector apasionado de los pulp de ciencia ficción que le llegaban de Estados Unidos y frecuentó la lectura de autores como Julio Verne y su compatriota H. G. Wells con cuya obra guarda cierto paralelismo. Ambos han sido profetas tecnológicos de cierta solvencia. Si Wells anticipó las posibilidades de una red mundial de información basada en microfichas compartidas, también se afirma que un relato clarkiano de 1964,  Dial F for Frankenstein, le sirvió a Tim Berners-Lee de inspiración para poner en marcha la World Wide Web in 1989.

Aunque Clarke ha sido, sobre todo, un gran narrador, su fama más específica le llegó, tal vez, por su notable capacidad de predicción, es decir por su calidad como divulgador científico y por su atrevimiento para sugerir cambios en el futuro, alguno de los cuales se ha hecho realidad en forma más o menos similar a lo que él imaginó.  Me parece que lo mejor del espíritu de Clarke está en su apuesta decidida por la invención y su optimismo sobre los beneficios sociales de los diferentes inventos. Como Dyson, Clarke creía que la afición y el entusiasmo son los motores más eficaces del desarrollo tecnológico, de la invención y, también como Dyson, era partidario de que los investigadores pudieran embarcarse en pequeños planes susceptibles de fracaso porque solo esa libertad les podría garantizar, aunque no siempre, desde luego, el éxito. Clarke defendió los efectos positivos del despliegue universal de las tecnologías de la información denunciando el catastrofismo de quienes se oponen a su desarrollo con razones inspiradas en la desconfianza y el temor a la confusión. Tampoco simpatizaba con los malos augurios de los que pretendían parar el progreso tecnológico con el argumento del calentamiento global. 

Clarke era consciente de que vivimos en una época en la que a un experto que afirma cualquier cosa siempre se le puede oponer otro igualmente experto para afirmar la contraria, pero no tenía ningún miedo a los efectos de esa dificultad sobreañadida, porque la parecía que la polución informativa siempre sería preferible a la ausencia o a las restricciones y manipulaciones políticas de la información. Sabía que, aunque la tecnología pudiera confundirse con la magia,  su fundamento está en el conocimiento, no en la superchería y, frente a las críticas de tantos intelectuales exquisitos, siempre defendió los valores que, por ejemplo, se han podido generalizar gracias a la televisión, un invento que, en su opinión, ha hecho más que nadie por la unidad del mundo.  Clarke distinguía con toda nitidez la información, el conocimiento y la sabiduría y sabía que la información es el primer paso, pero siempre hace falta ir más allá. Creo que eso es lo que ha querido decirnos con el epitafio que encargó y que expresa su ideal de humanidad: “He never grew up; but he never stopped growing”.