Creo que es Dyson el que cita una frase de William Blake que me viene muy frecuentemente a la memoria: solo se puede saber lo que es suficiente cuando se sabe lo que es demasiado. Es lo malo de no poseer la ciencia del bien y del mal, que en muchas cosas hay que ir probando y a veces se produce el desastre. Me parece que esa sabiduría romántica es aplicable a la primera capa de crisis de las tres que estamos sufriendo en España y, tal vez, a las otras dos. Nosotros estamos empezando a asustarnos de la crisis financiera, pero, para cuando escampe, si es que escampa, nos esperan dos crisis made in Spain, la del ladrillo y la de la baja productividad. En los dos primeros casos, el globo se ha ido hinchando y parecía que no iba a pinchar nunca, aunque un teorema muy conocido dice que los globos siempre acaban pinchando.
No es que me apetezca disculpar la voracidad de los agentes financieros, pero la verdad es que tiendo a ponerme de su parte, y mira que son canallas, cuando escucho las críticas hipócritas de los moralistas de oficio que se aprestan a zaherir los excesos ajenos sin preguntarse por los defectos propios. Porque, además de las responsabilidades de unos pocos, que las hay, sin duda, están también las de todos los demás, las de todos nosotros, los que vivimos en burbujas de distinto porte pero enteramente insoportables si se mira con detenimiento: el funcionario que no hace nada útil, el investigador que se limita a leer la prensa y el BOE, el hostelero que sube los precios antes que nadie porque parece que la cosa aguanta y un sinfín de pajarracos más. Esta sí que es una verdad incómoda y no las de Al Gore, que podría muy bien encabezar la lista anterior.
En España todos queremos estar por encima del bien y del mal. Sabemos siempre cómo habría que arreglar este mundo, es decir, cómo habría que hacer las cosas para que nosotros estuviésemos al frente y el resto a la orden. Como Garzón, por ejemplo, que, aunque aparentemente nos caiga muy mal, es, sin duda alguna, lo que tantos españoles querrían ser aunque no se atreven a intentarlo. Por eso es admirable que este chico de Jaén lo haya conseguido. Garzón es un personaje que no se anda con chiquitas, un tipo que, como ha dicho brillantemente Gustavo Bueno, tiene complejo de Jesucristo, esto es, afición y poder para juzgar a los vivos y a los muertos. Es la situación ideal: Yo, El Supremo, y frente a mi todos los demás. Yo, Garzón, soy la ley y los profetas. Tengo todos los poderes en mi mano: el legislativo, el judicial, el ejecutivo, el mediático y el sobrenatural.
¿Cómo no vamos a envidiar a un tipo así? Nuestro Juez Campeador desconoce absolutamente la diferencia entre suficiente y demasiado porque nadie la hace a él la planilla y demasiado sabe que lo de las jurisdicciones es cosas de amigos y favores que a él, al parecer, le sobran. A Garzón se le escapó Pinochet porque los ingleses son un poco hipócritas, pero a Franco lo tiene trincado y esto no es más que el comienzo. ¡Temblad malvados!
(artículo publicado en www.elestadodelderecho.com)