Aquí alguien ha matado a alguien…

Si no recuerdo mal, tal era la forma de comenzar algunas historia de Gila, o sea humor puro. Debo ser muy raro, pero no entiendo que ese estilo vagamente alusivo sea el que emplea el Presidente del Gobierno de España para decir a los catalanes que no está de acuerdo con la secesión: «los pequeños países no cuentan nada»… No creo que sea esa la cuestión, ni siquiera en plan pedagógico. El problema es que no puede existir el supuesto derecho a decidir, incluso si fuere extraordinariamente positivo tener un tamaño pequeñísimo en la Unión Europea. 
A base de no decir lo que se piensa, no es que no se piense lo que se dice, sino que se acaba por no pensar lo que se debe pensar. El presidente del Gobierno tiene que poder decir que no existe el supuesto derecho a decidir, y luego puede seguir hablando de lo que quiera, pero  nunca debería dar la sensación de que les desaconseja a los secesionistas que hagan algo que no les conviene pero a lo que tienen derecho, que es el riesgo evidente de los mensajes blandos.
Acabar con el roaming

El derecho a decidir


Ayer hubo dos noticias realmente insólitas, que IU se apunte al derecho a decidir que defienden los separatistas catalanes, lo que no  confirma otra cosa sino que IU es un contenedor de desechos políticos, y que el PSC presentó en el Parlamento Nacional una propuesta de reforma constitucional federalista  que se dijo estaba inspirada en Vicente del Bosque, que ya es metáfora. O sea que el PSC es el cobijo de todos los complejos y alguna tontería oportunista.
El derecho a decidir es una melonada, y las melonadas no tienen remedio, hay que apartarse de ellas con prontitud, claridad y decencia, a ver si el melón que las defiende recupera el buen sentido, cosa difícil, pero, sobre todo, para evitar que las melonadas acaben en tragedia.
Lo contrario de todo esto es un mínimo de claridad política, de respeto a la democracia y a los derechos de los ciudadanos. Es fácil, pero es insólito que se recuerde así y se actúe así. Los políticos actúan sólo para su pequeño mercado simbólico, en su círculo de prejuicios e intereses, se han olvidado del personal, de la gente, de los ciudadanos, y eso es grave y puede ser mortal. Las revoluciones pueden ser inevitables si se prostituyen, a la vez, el derecho y el buen sentido, inventando asimetrías y estados de conveniencia que solo son perpetuaciones de un estado calamitoso.  Y, por cierto, la senda del déficit no es motivo para que un líder extremeño se ponga estupendo y olvide que su región tiene un 35% de empleados públicos y que eso sería insostenible sin el esfuerzo de todos los demás, incluyendo los catalanes, los españoles que viven en Cataluña.
Por todo esto traigo aquí una intervención política de excepcional claridad, el discurso de Alberto Rivera en el Parlamento de Cataluña, hace unos meses. Es una joya de insólita clarividencia, de decencia, de oportunidad, un ejemplo de lo que debiera ser la política, una actividad que no puede hacerse ignorando realidades esenciales, poniendo el interés de una camarilla por encima de todo con la muletilla estúpida del absurdo derecho a decidir. Necesitamos más democracia, mejor democracia, democracia verdadera y no esté asqueroso brebaje partidista, indigesto y mortal.

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