Túnez, una esperanza cercana

Los acontecimientos de Túnez son, sin duda alguna, especialmente importantes y significativos, y, a lo que se ve, van en una dirección excelente. Transcribo a continuación, con mínimas alteraciones y con la autorización de su autor, lo que me cuenta Karim Gherab, compañero y coautor de dos de mis libros y de algunos otros trabajos, que conoce bien de cerca el caso, porque creo merece la pena:
Lo que ocurre en Túnez es un levantamiento popular espontáneo que ha logrado derrocar al ya ex-presidente, Ben Ali. Los islamistas no están, para nada, detrás de esta revuelta, conocida ya como «la revolución de los jazmines». Los lemas de la revuelta, es decir, lo que exigía la gente era: LIBERTAD, TRABAJO y DIGNIDAD.
Todo empezó el 17 de diciembre, cuando la policía humilló a un vendedor ambulante de frutas y verduras, Mohamed Bouazizi, en el pueblo sureño de Sidi Bouzid, al volcarle el carro y destruirle la mercancía por no tener la licencia de venta. Este chico, licenciado en Informática de 26 años, formaba parte del más del 50% de estudiantes universitarios en paro. Desesperado por la destrucción policial de su fuente de ingresos familiares, se inmoló frente al ayuntamiento de su pueblo. Este acontecimiento provocó el comienzo de manifestaciones en las ciudades del sur, que fueron rápidamente aplastadas sin contemplaciones por las fuerzas policiales de Ben Alí, alcanzando por entonces la suma de 60 muertos civiles. Sin embargo, las nuevas tecnologías jugaron un papel estelar en el desenlace de las revueltas: los jóvenes que salían a enfrentarse a la policía en el sur de Túnez grababan con sus móviles, no sólo los enfrentamientos, sino también las atrocidades de las fuerzas policiales, y los videos empezaron a circular vertiginosamente por Facebook, lo que hizo que los habitantes de la propia capital de Túnez se enfurecieran y salieran también a manifestarse. Cuanta más represión policial, más videos circulaban, y más de sublevaban los ciudadanos.
El viernes 14 de enero, gracias a una convocatoria lanzada por Facebook, decenas de miles de personas salieron a la calle principal de Túnez a manifestarse pacíficamente reclamando sus derechos, reclamando libertad de expresión, más empleo, menos corrupción, acceso a todas las web de Internet (Youtube, Wikileaks, y otras web estaban capadas en Túnez) y, sobre todo, la dimisión del presidente. A la manifestación acudieron abogados, empresarios, trabajadores, artistas, arquitectos, parados, ricos, pobres, amas de casa, es decir, gente proveniente de todos los estratos sociales, y todos cantaban el himno nacional mientras caminaban por la Avenida Habib Bourguiba (la «Gran Vía» tunecina). En un primer momento, Ben Ali, incapaz de hacer frente al levantamiento popular únicamente con la policía, decretó el Estado de Excepción y pidió al ejército que abriera fuego contra los rebeldes en todo el país, algo a lo que, al parecer, el general del ejercito de tierra se negó. Es más, corren rumores de que el ejército se interpuso entre la policía y los manifestantes en algunos pueblos del sur y en la capital (hay videos en Youtube que muestran a miembros del ejército abrazados con la gente, e incluso cómo hay anti-disturbios que se quitan los cascos y lloran). El ejército es una institución muy respetada en Túnez y que, tradicionalmente, no se inmiscuye en cuestiones políticas. A la desesperada, Ben Ali prometió por TV crear 300.000 empleos, abrir YouTube y otras web, bajar el precio de los alimentos de primera necesidad, no presentarse a la reelección y «acometer cambios políticos y sociales profundos». Como la gente seguía pidiendo su dimisión, destituyó primero a su ministro del interior, y posteriormente, destituyó a todo su gobierno, prometiendo elecciones libres en el plazo de 2 meses. Nada de esto le funcionó. La gente sólo quería su cabeza y, sobre todo, la de su mujer (la persona más odiada por la ciudadanía tunecina).
Uno de los motivos clave del levantamiento popular ha sido el odio infinito que tenía el pueblo a su mujer, Leila Trabelsi, y a toda la familia de ésta, llamado «el clan Trabelsi» o también «La Familia», un clan familiar que ha tenido un comportamiento «cuasi-mafioso» (palabras literales del embajador estadounidense en los cables publicados por Wikileaks) desde hace 10 años. Nadie podía crear un empresa sin pagar a correspondiente mordida al clan; ningún negocio con éxito se salvaba de la obligación de vender un 25 % de las acciones a «La Familia». En resumen, Ben Alí, su mujer y todo el clan Trabelsi se granjearon el odio, no sólo de las clases más pobres (por la falta de perspectivas laborales), sino también de las élites, los burgueses y las clases medias, gentes con carrera universitaria y frustradas por tener que dar parte de sus ingresos a estos parásitos. El acto de Mohamed Bouazizi al inmolarse fue el comienzo de un «BASTA YA!» generalizado y totalmente espontáneo que no tiene detrás a los islamistas, por mucho que éstos quieran ahora sacar provecho de lo sucedido y ponerse medallas. Es importante señalar que los cables de Wikileaks han jugado también un papel importante, ya que confirmaban, de fuentes diplomáticas americanas, lo que todo el mundo ya sabía. Los cables cuentan anécdotas lamentables, por ejemplo, la impotencia del embajador USA porque el gobierno tunecino rechazaba un incremento de becas Fullbright, o un incremento de inversiones de empresas americanas (así MacDonalds no quiso invertir en Tunez porque «La Familia» quería tener la franquicia en exclusiva), o un incremento de ayuda al desarrollo y a la concesión de becas universitarias. También contaba el embajador que un banquero le decía que había empresarios que le llamaban para pedirle consejo, porque habían recibido una llamada del clan Trabelsi, pidiéndoles dinero. O cómo la mujer del presidente creó una universidad de élites para competir con la escuela de estudios superiores patrocinada por el gobierno USA, y para hundir a ésta, se inventaba impuestos y presionaba a los padres de los estudiantes para que abandonaran la escuela norteamericana. El clan Trabelsi tenía entre manos, con malas artes, la mitad de los negocios de Túnez (bancos, concesionarios de todas las marcas de coches, representación de Boeing y Airbus, hoteles, medios de comunicación, restaurantes, etc). Y tanto su mujer como su yerno (de 29 años) estaban intentando preparar el terreno para suceder a Ben Ali (73 años y 23 en el poder) en el poder.
Desenlace: Ben Alí ha escapado con su familia a Arabia Saudi después de ser rechazado por Francia e Italia. Mientras tanto, el país vive en toque de queda, de 17h a 7h. En un primer momento, el primer ministro tomó el poder de forma temporal, pero los jueces del tribunal superior reclamaron, siguiendo lo que pone en la Constitución, que fuera el presidente del parlamento quien tomara las riendas del país. Este ha hecho un llamamiento a todas los opositores políticos en el exilio para crear un gobierno temporal de unidad nacional.
La inseguridad por la noche es grande, reina el caos, hay saqueos por la noche, por lo que los vecinos se han organizado y han creado patrullas nocturnas de vigilancia para defender sus bienes. en un principio se pensaba que los saqueos de encapuchados eran obra de gente de a pie, pero hoy mismo (confirmando los rumores que ya se leían en Facebook) se ha descubierto que los saqueos son obra de policías y milicias fieles al ex-presidente. De hecho, parece ser que los tiros que se oyen por la noche son los enfrentamientos del ejército contra la milicias de Ben Ali. Hoy mismo el ejército ha detenido al ex-jefe de seguridad de Ben Ali cuando intentaba huir a Libia y parece que la policía y el ejército están logrando, poco a poco, mejorar la seguridad en las calles. El horario del toque de queda se ha reducido un poco.
Es la primera vez en la historia que se produce una revolución democrática en un país árabe, una revolución espontánea sin islamistas ni militares detrás. No ha sido un golpe de estado, sino una revolución popular (de origen juvenil y estudiantil). Creo que posibilidades reales de que Túnez se convierta en la primera (verdadera) democracia árabe de la historia y que puede abrir el camino de revueltas similares en otros países del Magreb y oriente (Egipto, Argelia, Marruecos, Libia, Jordania…). Por supuesto que existe el riesgo de que los islamistas lleguen al poder, aunque creo que en el caso de Túnez es muy difícil que esto ocurra. El espíritu laico está muy arraigado en Túnez, hay mucha clase media, ha habido mucho contacto con los turistas en los últimos años y la admiración por Occidente es muy grande. Además, la tasa de universitarios es la más alta del Magreb y los derechos de la mujer (gracias a Habib Bourguiba, el admirado presidente anterior a Ben Ali) son, de lejos, los más avanzados del mundo árabe (en los videos, se puede ver a las mujeres participando junto a los hombres en las revueltas, sin burkas ni nada parecido).
Si surge el islamismo será, en parte, culpa de Francia, Italia y España, que han defendido a Ben Ali hasta el último momento. Ha sido vergonzoso. Los acontecimientos ocurridos han mostrado la verdadera naturaleza de las dictaduras del Magreb: regímenes policiales alentados por estos 3 países (al contrario que Alemania, USA, Canadá y Reino Unido) son una copia de la política llevada a cabo por Henry Kissinger en América del sur en los años 70. Reclamar libertad, democracia y respeto a los derechos humanos en la escena pública, y financiar al dictador en la trastienda con la excusa de frenar el auge islamista. Te puedo decir, con conocimiento de causa, que el auge islamista es una consecuencia de los métodos de dictadores como Ben Ali. Es más, al propio Ben Ali le interesaba que, de cuando en cuando, hubiera revueltas islamistas, que él, como «buen amigo» de Occidente, se encargaba de aplastar.
En fin, que los tunecinos no solo han tenido que luchar contra Ben Ali, sino también contra los gobiernos franceses, italianos y español. Por desgracia, el hecho de que Francia haya intentado hasta el último momento mantener a Ben Ali en el poder va crear resentimientos por parte de los tunecinos y franco-tunecinos. Para reparar los daños, Sarkozy dice ahora que va a congelar las cuentas bancarias sospechosas de Ben Ali en Francia y que va a expulsar a las 2 hijas de Ben Ali de Francia (ambas había huido a Paris unos pocos días antes del derrocamiento como medida de precaución). La ministra francesa de asuntos exteriores, Michèle Alliot-Marie, ofrecía el 11 de enero a Ben Ali el «savoir faire» de los antidisturbios franceses «para frenar los problemas de seguridad» de Tunez. ¡Toma ya!
Menos mal que no enviaron los anti-disturbios franceses, porque, tanto era el hambre popular por cargarse a Ben Ali y a su mujer (lo digo con mucho conocimiento de causa), que los tunecinos se los habrían comido igual. Tendrían que haber enviado el portaaviones Charles De Gaulle para hundir las ansias de libertad tunecinas…
Por cierto, otra anécdota que cuenta el embajador en los cables de Wikileaks son las «mordidas» del Banco Santander a la familia del dictador con el fin de hacer buenos negocios en Túnez.

Lo que el burka oculta

Estamos tan atentos a las peripecias de la economía, que se nos escapa la importancia de cuestiones de menor apariencia, pero de gran trasfondo. Una de ellas es la que gira en torno a la discusión sobre si hay que prohibir el burka, o no. El caso del burka resulta, como veremos, una metáfora de nuestra escasa vitalidad para afrontar cuestiones decisivas. No debiéramos extrañarnos porque la política en España consiste con gran frecuencia en una especie de jibarización de los problemas, en reducirlos al tamaño que resulta adecuado para que no se lesionen, ni levemente, los intereses de los partidos.
El burka es un instrumento de ocultación, una prenda que evita la mirada, la evidencia. Pues bien, del mismo modo que el burka esconde la figura femenina, muchas opiniones que se vierten sobre el caso sirven para ocultar asuntos que asustan, de los que huimos como de la peste. Muchas de las opiniones que se vierten sobre su uso nos apartan de contemplar la complejidad y el calado del problema que nos plantea, un problema que, siendo grave en cualquier parte, es especialmente espinoso en España debido a nuestra situación geográfica y a nuestra herencia histórica.
Hay, al menos, tres puntos de vista sobre la cuestión que sirven más para confundir que para aclarar, que crean una confusión que habría que soslayar. El primero de ellos es el de la libertad de vestimenta, un principio que nadie discutiría entre nosotros; el segundo es el de la libertad de ostentar símbolos; el tercero es el de la libertad religiosa. Desde ninguno de esos puntos de vista habría nada que objetar al burka, porque los tres principios son de aplicación en un espacio en el que rija el respeto a la libertad, a eso que tan brillantemente definía Hayek al afirmar que la libertad consiste en que siempre pueda haber personas que hagan lo que no nos guste.
No nos atrevemos a reconocer con claridad los problemas que el burka nos plantea, porque nos enfrentan con argumentos distintos a cualquiera de los otros tres. El problema más obvio es el de si podemos consentir que en nuestro ámbito civil se dé marcha atrás al estatus de igualdad entre hombres y mujeres, cosa que, indefectiblemente haríamos si estuviésemos dispuestos a tolerar la exhibición pública de desigualdad y sometimiento que implica el burka. Parece evidente que no debiéramos tolerar esa discriminación, del mismo modo que no deberíamos oficializar la poligamia, consentir la ablación del clítoris, o mirar para otro lado si se castigara físicamente a una adúltera, o a un homosexual.
El segundo problema es más insidioso, porque, de manera escasamente gallarda, miramos para otro lado y tendemos a no ver lo que nos asusta. Sencilla y llanamente, el burka es un instrumento de conquista de nuestro espacio cultural, un comando moral en tierra extraña, un emblema de lo que acabaríamos siendo si no supiésemos reaccionar adecuadamente ante un riesgo mortal para el porvenir de la democracia liberal. La tolerancia con el burka significa la admisión en el seno de nuestra sociedad de comportamientos colectivos que atentan a nuestros principios culturales y políticos, y que, si llegasen a ser mayoritarios, cosa que demográficamente es perfectamente factible, acabarían, sin duda alguna, con nuestras libertades, tal como hoy día las conocemos y gozamos. La candidez y cobardía con la que damos por buena la admisión del burka profetiza nuestro sometimiento a una invasión, primero demográfica y cultural, pero que, inmediatamente se convertiría en dominación legal y política, una amenaza frente a la que debiéramos reaccionar cuando aún podemos hacerlo. La incapacidad para reconocer los problemas es uno de los síntomas principales de cualquier decadencia.
Es literalmente ridículo pretender que el problema del burka pueda abordarse a base de recetas vagas, de consideraciones inspiradas en principios delirantes. Eso es, justamente, lo que ha hecho el Gobierno ante una propuesta del Senado. Fíjense lo que ha dicho la ministra Aido, y cito literalmente: “La pregunta que nos tenemos que hacer es si también queremos condenar a las mujeres que tienen que llevarlo puesto. Yo considero que las mujeres que tienen que llevar el burka son víctimas del burka y creo que una prohibición general podría añadir más penalización, precisamente, a las víctimas del mismo”.
Son palabras que expresan una mezcla deletérea de ignorancia, sospecho que consciente, y de impotencia. Suponen un descalabro de cualquier lógica decente, y expresan con claridad la renuncia del Estado a imponer el orden legal. Son un canto a la rendición, con la esperanza de que los nuevos dueños respeten en un futuro no tan lejano los servicios del nuevo Conde Don Julián. Soy consciente de que el lector pudiera pensar que estoy exagerando, pero no más que quienes tratan de reducir este asunto a la condición de pelea de patio de vecinas, a un asunto en el que la señora Aído pueda tener algo que decir.