Por lo que parece, los sindicatos no entienden otro derecho de huelga que el que consista en poder obligar a todos a no hacer nada, es decir, en impedir por la fuerza que nada se mueva ese día de la gran putada, como dijo Toxo.
Nunca hay que esperar que los que crean estar en posesión de una verdad absoluta se esfuercen en permitir la libertad ajena, pero las maniobras que estos elementos están llevando a cabo para tratar de paralizar el país el día 29 son indignantes. No quieren, por ejemplo, que haya vuelos ese día, pero no consta que hayan preguntado a los pilotos, a los controladores, a las azafatas ni, por supuesto, a los viajeros. ¿Para qué iban a hacerlo si ellos son los amos del cotarro laboral, si ellos son nuestros defensores? Los sindicatos se creen en posesión de una legitimidad absoluta para imponer su voluntad, al menos ese día.
No servirá de mucho, pero quiero decir tan alto como pueda que esta manera de tolerar el matonismo sindical es uno de los mayores peligros que acechan a la libertad, a nuestra endeble democracia. Estos tipos se pasarán por salva sea la parte la voluntad popular, y los derechos de quien haga falta, para conseguir lo que se propongan, que, desde luego, no tiene nada que ver con lo que dicen, monsergas viejísimas que no engañan ya a nadie, aleluyas para vivir sin hacer nada.
Estoy convencido de que el día 29 fracasará de manera estrepitosa la huelga, y solo se verá con claridad lo absurdo que es seguir pensando que los sindicatos defiendan algo que vaya más allá de sus variopintos e inmerecidos privilegios. Desde luego no contarán ni ligeramente con la menor ayuda por mi parte, aunque se suponga que eso beneficie a Zapatero, al que, por lo menos, han votado muchos españoles.