La libertad va por barrios

Leo las declaraciones de un músico catalán que dice una cosa muy sensata, a primera vista: que la libertad está en la cabeza de las personas. En una segunda lectura, veo que lo que ha dicho es distinto. Lo que dice el cantante es que la libertad de un país está en la cabeza de las personas. Luego, aparte de hablar de sus músicas, se dedica a dar una serie de opiniones sobre la dominación borbónica de estos últimos trescientos años (imagino que se refiere solo a Cataluña, pero quizá el argumento sea más general). Sobre este asunto dice algo un poco sorprendente, a saber, que hay dos interpretaciones, cuando lo lógico sería que dijese que hay muchas más, porque habrá que suponer que haya más de dos personas que se han ocupado del asunto. La libertad es una cosa delicuescente, sobre todo en las cabezas del personal. Ya se entiende que es una forma de hablar. Pero la libertad de un país es una entidad  que cabe mal en las cabezas. Los tratadistas políticos, que algo creen saber del asunto, suelen considerar que la libertad de un país está no en las cabezas de sus ciudadanos sino en la naturaleza jurídica de sus instituciones y, precisamente porque está ahí, pues los ciudadanos pueden actuar con libertad, es decir pensar lo que quieran, decir lo que les apetezca y hacer lo que estiman les conviene. Eso es, exactamente, lo que hace con donosura nuestro músico. Pero, al parecer, él cree poseer un grado más alto de libertad por tener una cabeza, digamos, libre de prejuicios y, a su manera, prodigiosa. Esta es una creencia muy positiva para casi todo el mundo y, como ya hizo notar, Michel de Montaigne, hace más de trescientos años, se trata de un patrimonio muy bien repartido por el buen Dios puesto que cada cual cree gozar de la mejor parte. Lo curioso de nuestra democracia es que abundan los que tienen que buscar en su cabeza para encontrar la libertad de su país. Algo anda mal, fuera de sus cabezas.

[publicado en Gaceta de los negocios]