Los políticos en decadencia se parecen a esas divas que, pasados los cincuenta, pretenden que su palmito siga teniendo efectos devastadores. Aunque hayan perdido todos sus atractivos y virtudes suele ocurrir que, como en las comedias de enredo, sean los últimos en saberlo. José Luis Rodríguez Zapatero es el líder indiscutible de este tipo de políticos tronados, pero todavía peligrosos.
El presidente ha perdido todas y cada una de las peculiares cualidades que le hicieron ganar las elecciones en el ya lejano año 2004, pero conserva una facundia incoercible y una portentosa facilidad para la fabulación, para imaginar que el mundo vaya a seguir siendo según a él convenga.
Es posible que sus asesores no hayan sido suficientemente explícitos con él sobre el hecho de que cada vez que abre la boca empeora el panorama, pero debería darse cuenta de que su última ocurrencia sobre el recorte de los recortes en infraestructuras ha hecho subir un 9 por ciento el diferencial de los bonos españoles, un incremento que nos devuelve a la situación de la pasada crisis de mayo, que, al menos, tuvo la benéfica consecuencia, Obama mediante, de conseguir un Zapatero silente y contrito, aunque, a lo que se ve, por poco tiempo.
Ha bastado que Michelle Obama nos haya regalado una semanita marbellí para que el inquilino de la Moncloa se suelte el pelo y vuelva a hacer de las suyas con esa lengua tan rebelde a las convenciones habituales. No hay que extrañarse de la violenta reacción de los mercados financieros, porque aunque los españoles sepan cuál es exactamente el valor que hay que dar a las promesas y divagaciones de Rodríguez Zapatero, los operadores siguen creyendo que se trata del presidente del gobierno español.
Todo hace pensar que el líder socialista conserva intacto ese caudal de optimismo insensato que le ha hecho legendario, esa capacidad para imaginarse viviendo en el país de las maravillas con sus conejos parlantes y sus sombreros voladores instalados en ministerios que tradicionalmente habían requerido alguna cualidad menos extraordinaria. ¡Qué gran presidente se ha perdido el reino de Jauja! Desgraciadamente, en el mundo ordinario los delirios de grandeza de nuestro presidente no se consideran actos de mérito, sino síntomas graves de riesgo inmediato.
Una reflexión cuidadosa sobre la vida y las obras de nuestro presidente nos hace ver, sin embargo, que por detrás de esa máscara de hombre un tanto delirante, se oculta un astuto calculista al que, en más de una ocasión, le han salido los números. Sin duda piensa en recuperarse, en alguna especie de milagro, laico, por supuesto.
Su contabilidad se reduce a la electoral y esa es la clave de tanto desatino aparente. Cree que el número de crédulos es todavía suficiente como para seguir dándole al manubrio, y no se va a detener por una coma, o por una diferencia entre miles o millones, si está en juego lo esencial, el poder.
A este presidente contorsionista le ha salido un duro adversario con la contabilidad y los mercados, y, si no se contiene, pronto recibirá una nueva llamada, o algo peor, especialmente para nosotros. Pero también le crecen los enanos en el circo de su partido, porque empieza a no ser evidente que seguirle a ciegas sea sinónimo de triunfo.
A partir de ahora, habrá que interpretar todos sus actos en esta doble clave, sin perder de vista que su mera continuidad implica un alto riesgo para todos. El verano se presentía relativamente tranquilo, hasta que nuestro líder decidió suspender sus vacaciones. Aunque lo mejor para todos sería que se las tomase de manera indefinida, hay que prepararse lo peor.