El terremoto y las elecciones

Los partidos han acordado un día de suspensión en sus actividades electorales con motivo del terremoto que ha afectado a Lorca y sus inmediaciones. Era un gesto obligado, pero seguramente insuficiente, porque con su innata habilidad para llevar el agua a su molino, los partidos han convertido la ciudad afectada en el epicentro oportunista de su actividad.Un terremoto es siempre un baño de realismo, un recuerdo de que nuestras más soberbias construcciones se pueden venir abajo con un coletazo inesperado. Es también una ocasión para revisar la calidad de nuestras previsiones al respecto. ¿Alguien imagina lo que habría pasado en Murcia si el seísmo hubiera alcanzado la virulencia de los seísmos japoneses? A este respecto, estamos en algún lugar intermedio entre Haití y y Fukushima, lo que debería llevarnos a revisar nuestras previsiones antisísmicas, y no solo la seguridad nuclear, tema que inmediatamente han sacado los que quieren vivir a costa de meternos miedo.  Lo que es evidente es que en regiones bien preparadas no ocurre nada con un seísmo como el que nos acaba de afectar. Es verdad que no habitamos una zona de gran frecuencia sísmica, pero es bastante lamentable que haya habido un número de víctimas tan elevado y que la destrucción de la obra civil haya sido tan intensa. Ahora todo son carreras en pos de la foto: Rubalcaba porque coordina los servicios civiles, Chacón porque las unidades militares van a ayudar en la reconstrucción inmediata, Rajoy porque es el líder del partido con mayor implantación en la zona, y, el viernes, Zapatero tras aprobar una serie de medias ad hoc en el Consejo de ministros. No acaba de ser irreprochable que los dos candidatos al liderazgo del PSOE compitan sobre la devastación mostrando sus mejores perfiles, pero lo peor no será que aprovechen una tragedia para mejorar sus expectativas, sino que no hagan bien lo que tienen obligación de hacer, atender bien a las víctimas y tomar las decisiones precisas para que nos veamos libres de desastres como las que ahora padecen los  murcianos. Se trata de un trabajo integral, que hay que hacer sin falta para que nunca más haya víctimas en catástrofes de este nivel, que son perfectamente evitables. Los políticos deberían aprovechar esta lección brutal para incrementar su sentido de la responsabilidad; éstas son las cosas que los ciudadanos ponemos en sus manos, lo que interesa a todos, lo público, y no queremos que se dediquen únicamente a las grescas y al tú más, a hacerse estupendos despachos y a desplazarse en coches inaccesibles para el común de los mortales, sino que aprendan a competir en eficacia, en ejemplaridad, en previsión, en hacer bien las cosas, en emplear de la manera más eficiente el mucho dinero que nos sacan. La tragedia de Lorca ha pillado al Rey un poco fuera de juego, pero habría que esforzarse para que la Monarquía, que debiera ser el símbolo común por excelencia, hiciese llegar a nuestros compatriotas una solidaridad cariñosa y atenta, para lograr que las tupidas barreras burocráticas que ha levantado el sistema autonómico no nos arrebate lo que todavía es el sentimiento más común entre los españoles, que lo que ha ocurrido en Lorca nos ha pasado a todos. Tampoco estaría mal, por cierto, que otras regiones mostrasen que no han perdido el sentido de lo común ayudando, simbólicamente y de manera eficaz, a quienes ahora sufren de manera más intensa. 


¿Un Kindle transformado en Tablet?

El riesgo Zapatero

Los políticos en decadencia se parecen a esas divas que, pasados los cincuenta, pretenden que su palmito siga teniendo efectos devastadores. Aunque hayan perdido todos sus atractivos y virtudes suele ocurrir que, como en las comedias de enredo, sean los últimos en saberlo. José Luis Rodríguez Zapatero es el líder indiscutible de este tipo de políticos tronados, pero todavía peligrosos.
El presidente ha perdido todas y cada una de las peculiares cualidades que le hicieron ganar las elecciones en el ya lejano año 2004, pero conserva una facundia incoercible y una portentosa facilidad para la fabulación, para imaginar que el mundo vaya a seguir siendo según a él convenga.
Es posible que sus asesores no hayan sido suficientemente explícitos con él sobre el hecho de que cada vez que abre la boca empeora el panorama, pero debería darse cuenta de que su última ocurrencia sobre el recorte de los recortes en infraestructuras ha hecho subir un 9 por ciento el diferencial de los bonos españoles, un incremento que nos devuelve a la situación de la pasada crisis de mayo, que, al menos, tuvo la benéfica consecuencia, Obama mediante, de conseguir un Zapatero silente y contrito, aunque, a lo que se ve, por poco tiempo.
Ha bastado que Michelle Obama nos haya regalado una semanita marbellí para que el inquilino de la Moncloa se suelte el pelo y vuelva a hacer de las suyas con esa lengua tan rebelde a las convenciones habituales. No hay que extrañarse de la violenta reacción de los mercados financieros, porque aunque los españoles sepan cuál es exactamente el valor que hay que dar a las promesas y divagaciones de Rodríguez Zapatero, los operadores siguen creyendo que se trata del presidente del gobierno español.
Todo hace pensar que el líder socialista conserva intacto ese caudal de optimismo insensato que le ha hecho legendario, esa capacidad para imaginarse viviendo en el país de las maravillas con sus conejos parlantes y sus sombreros voladores instalados en ministerios que tradicionalmente habían requerido alguna cualidad menos extraordinaria. ¡Qué gran presidente se ha perdido el reino de Jauja! Desgraciadamente, en el mundo ordinario los delirios de grandeza de nuestro presidente no se consideran actos de mérito, sino síntomas graves de riesgo inmediato.
Una reflexión cuidadosa sobre la vida y las obras de nuestro presidente nos hace ver, sin embargo, que por detrás de esa máscara de hombre un tanto delirante, se oculta un astuto calculista al que, en más de una ocasión, le han salido los números. Sin duda piensa en recuperarse, en alguna especie de milagro, laico, por supuesto.
Su contabilidad se reduce a la electoral y esa es la clave de tanto desatino aparente. Cree que el número de crédulos es todavía suficiente como para seguir dándole al manubrio, y no se va a detener por una coma, o por una diferencia entre miles o millones, si está en juego lo esencial, el poder.
A este presidente contorsionista le ha salido un duro adversario con la contabilidad y los mercados, y, si no se contiene, pronto recibirá una nueva llamada, o algo peor, especialmente para nosotros. Pero también le crecen los enanos en el circo de su partido, porque empieza a no ser evidente que seguirle a ciegas sea sinónimo de triunfo.
A partir de ahora, habrá que interpretar todos sus actos en esta doble clave, sin perder de vista que su mera continuidad implica un alto riesgo para todos. El verano se presentía relativamente tranquilo, hasta que nuestro líder decidió suspender sus vacaciones. Aunque lo mejor para todos sería que se las tomase de manera indefinida, hay que prepararse lo peor.
[Editorial de La Gaceta 120810]