El régimen de tonterías al que estamos sometidos ante la cantinela de los secesionistas catalanes encuentra su culmen en la estupidez siempre inagotable de algunos progres, esos que se inventan lo de que la manera mejor de preparar independentistas es oponerse a sus designios. La única medicina que conozco de cierta eficacia es leer asiduamente a Espada, pues reconozco que yo mismo he caído alguna vez en esa clase de argumentos circulares y tontunos: o sea que, según estos españoles sabios y violetiles, la mejor manera de evitar el independentismo es concederlo; es seguro que, en cualquier caso, la culpa será siempre de los mismos, de los sospechosos habituales, así que ya se pueden ir rindiendo.

Denuncia redonda

El interés de la Justicia

En interés de la Justicia se puede prever que en determinados casos se negocien, no hay otra palabra, las sentencias. No se puede ni siquiera imaginar cuál haya sido el interés de la Justicia en la disolución del caso Pallerols, al dejar marchar sin pena ni castigo a los implicados en un robo desvergonzado y asqueroso con destino a la financiación del partido de Durán i Lleida, que es la explicación hipócrita que suele darse a la desnuda apropiación de dineros públicos por manos privadas, quiero decir, personales, con nombre y apellidos, puesto que los partidos roban exclusivamente para eso, no para ninguna causa humanitaria. 
Algunos, el periodista Anson, por ejemplo, sugieren que ese trato, cercano a la concesión de una medalla al mérito, busca no quemar al político mencionado para que medie en el supuesto proceso de reconversión del secesionismo catalán en una causa que quepa dentro de la Constitución, aunque el Gobierno haya negado cualquier responsabilidad, pero siempre hay jueces dispuestos a hacer favores a los poderosos. Pues bien, aparte de que el disparate catalán parece poco negociable, algunos podemos empezar a preferir la honra sin barcos que los barcos sin honra, y este barco catalán podría ser un primer paso. No estoy diciendo, de ningún modo, que haya que ceder a la independencia de Cataluña, sino que para no ceder no hace ninguna falta ser inicuamente amables con Durán, ya está bien de bromas. 

Pensando en Cataluña

Que unas elecciones en Cataluña interesen a toda España no se debe, únicamente, a la habilidad de los secesionistas para convertirse en un problema mayor de los españoles. La razón está en que Cataluña lleva siendo, desde hace más de cien años, una pieza fundamental de la realidad nacional española y un protagonista principal de nuestra historia política. Esto puede gustar o no gustar, pero es una realidad, y es poco sensato tratar de ocultarlo. Esa presencia ha resultado conflictiva, excepto, por razones obvias, en el largo paréntesis franquista,  y eso tampoco es algo que vaya a desaparecer haciendo magia.
Se dice, muy frecuentemente, que el asunto catalán no se comprende bien, que hay por medio sentimientos de tratamiento difícil, cosa más discutible, pero que tampoco convendría olvidar. La consecuencia de todo esto es que los españoles que se interesan por la política se ven en la necesidad de definirse frente a Cataluña, una necesidad que es bastante más intensa que con Asturias, Andalucía o Canarias, y eso puede parecer un problema, pero la política está, precisamente, para tratar con los problemas.
En el debate de la II República se enfrentaron los análisis de Azaña y de Ortega, y es obvio que Ortega tenía razón, que el problema catalán no se puede resolver, hay que conllevarlo. En casi cuarenta años de democracia hemos aprendido que el intento de una autonomía sin apenas restricciones, no ha servido para acabar con el secesionismo, de manera que esa conllevanza, que disfrazaba un intento de solución, no ha servido de mucho, por no decir de nada.
¿Qué se puede hacer? No hay que rendirse, que es el punto en el que los secesionistas parecen haber avanzado más, logrando que crezca un “que se vayan” irracional, y tontamente españolista. Nuestra mayor ventaja es que los secesionistas no congenian con la democracia, y eso significa que saben que no pueden ganar, que para separarse de España están dispuestos a acabar con la libertad. 

El reflujo

Ninguna identidad se construye sin contraste con lo otro, salvo que se sea capaz de construir una identidad muy reflexiva, culta, autocontrolada, moral, una identidad basada en la exigencia, pero también  en el respeto, y la admiración, de lo otro, cuando lo merezcan, cosa muy frecuente. Ese objetivo exigente y difícil debería ser, según creo, el objetivo moral del patriotismo, la emulación más que el rechazo, el deseo de gloria y de grandeza antes que la mera contraposición, lo que fue capaz de hacer, sentir y pensar Santiago Ramón y Cajal, por ejemplo, que decía de sí mismo, no ser un sabio (como entonces, a la francesa, se llamaba a los científicos) sino un patriota. 
Creo que es patriotismo español tiene un amplio campo, y ha de esforzarse por superar el reflujo, la ola de rechazo y cabreo que se producen en el español de a píe y normal a consecuencia de los insultos, el desprecio y el rechazo de los secesionistas catalanes, ahora; pasa con eso lo que también pasó con la ETA que, muy a su pesar, ha proporcionado sentimientos comunes a unos españoles bastante escasos de esa munición, por el largo predominio de gobiernos funcionariales, en el peor sentido de la expresión que lo tiene y es grave, despóticos y supuestamente técnicos. Los peores gobiernos son los que solo saben llegar al poder y no saben luego para qué.  Hemos padecido unos cuantos, y no solo en el pasado.
Ahora hay que resistir el embate desintegrador de los secesionistas y hay que hacerlo con una voluntad firme y con una estrategia de largo alcance. No será fácil porque vamos perdiendo, pero la batalla es de las que merecen la pena, de las que se ganan con gloria y provecho, aunque también se pueden perder con deshonra y desastre. Nos hace falta grandeza de ánimo, ambición, más que codicia, como solía contrastar Unamuno, y librarnos de los efectos perniciosos del reflujo para saber aprovechar inteligentemente la energía bruta que con su suficiencia y estupidez  nos presta el enemigo necio. 
phablets y minis