Los españoles nos hemos anunciado mundo adelante como un país pasional, y ha debido haber quienes lo crean. Otro mito favorable que exportamos es el de la improvisación, una especie de hermana tonta de la creatividad. No creo que hubiésemos podido llegar muy lejos postulando nuestra capacidad crítica o nuestro espíritu lógico: la cosa es tan grave que se trata de dos actitudes que suscitan el denuesto casi universal entre hispanos; tanto a la derecha como a la izquierda, entre tradicionalistas o revolucionarios, con conservadores o progresistas, hay una especie de acuerdo no escrito que lo de pensar es muestra de debilidad mental, de falta de carácter. Fíjense las hermosas campañas que nos perderíamos si fuésemos un poco más analíticos: ¡cómo íbamos a defender al juez Garzón!, o ¡cómo podríamos dejar de comparar el asalto a la capilla de la UCM con los sucesos previos a la guerra civil!, por ejemplo; hay que reconocer que solo de pensarlo se le erizan a uno los cabellos.
Bueno, a lo que iba. Decimos “guerra” y se nos nublan las escasas entendederas; los de derecha se dedican a comparar esta guerra, que para los de cierta izquierda no lo es, con la que según ellos no fue, es decir con la de Aznar en Irak, y los de izquierda, entiéndase que es por decir algo, se dedican a explicar que esta guerra no lo es porque la ordena la ONU y la dirige Sarkozy que, aunque sea de derechas, es francés, que siempre se computa como progresista.
En medio, una absoluta incapacidad para hablar de lo que sería lógico ocuparse, desde si hay algo como el interés nacional que se esté jugando en Libia, hasta para qué queremos un presupuesto militar si todo lo que han de hacer los soldados sea poner tiritas y dar palmadas en la espalda. ¡Lejos de nosotros la funesta manía de pensar!, como le dijeron los de la universidad de Cervera al deseado Fernando. ¡Y luego dicen que abandonamos la tradición en manos de la peligrosa vaciedad moderna! Nosotros decimos guerra, o decimos Chernobyl y ya está todo resuelto.