Un síntoma inequívoco

Que los sectores más radicales y más demagógicos de la izquierda, por ejemplo los intelectuales y artistas de la ceja, empiecen a estar contra Zapatero es un síntoma inequívoco de que le saben perdedor. Estas gentes tienen un instinto infalible y nunca muerden la mano que les da de comer, son perros viejos, heredan el instinto pedigüeño y zalamero, cuando conviene, de pícaros y cómicos de la legua, de viejos vividores. Si ahora salen de nuevo a la calle es porque saben que han de preparar el terreno para los que vienen, que no se crean éstos que lo suyo les va a salir de rositas. La derecha, que a veces parece tonta sin remedio, se dedica a afearles su conducta censurando que no salgan a la calle con el «no a la guerra» ante esta  hazaña bélica tan humanista, en opinión de los ministros que parecen haberse vuelto del PP, a ver si cae algo de tipo institucional en lo que venga. Pues ya lo ven, empiezan a salir los de la ceja, los artistas revolucionarios, los incondicionales. Olfatean el fin de un ciclo, y siguen mansamente las consignas memas de los de enfrente para que éstos no se olviden de que existen, y de que son capaces de enfrentarse hasta a un gobierno moribundo. 


Otra idea equivocada sobre la edición digital

Decimos guerra

Los españoles nos hemos anunciado mundo adelante como un país pasional, y ha debido haber quienes lo crean. Otro mito favorable que exportamos es el de la improvisación, una especie de hermana tonta de la creatividad. No creo que hubiésemos podido llegar muy lejos postulando nuestra capacidad crítica o nuestro espíritu lógico: la cosa es tan grave que se trata de dos actitudes que suscitan el denuesto casi universal entre hispanos; tanto a la derecha como a la izquierda, entre tradicionalistas o revolucionarios, con conservadores o progresistas, hay una especie de acuerdo no escrito que lo de pensar es muestra de debilidad mental, de falta de carácter. Fíjense las hermosas  campañas que nos perderíamos si fuésemos un poco más analíticos: ¡cómo íbamos a defender al juez Garzón!, o ¡cómo podríamos dejar de comparar el asalto a la capilla de la UCM con los sucesos previos a la guerra civil!, por ejemplo; hay que reconocer que solo de pensarlo se le erizan a uno los cabellos.
Bueno, a lo que iba. Decimos “guerra” y se nos nublan las escasas entendederas; los de derecha se dedican a comparar esta guerra, que para los de cierta izquierda no lo es, con la que según ellos no fue, es decir con la de Aznar en Irak, y los de izquierda, entiéndase que es por decir algo, se dedican a explicar que esta guerra no lo es porque la ordena la ONU y la dirige Sarkozy que, aunque sea de derechas, es francés, que siempre se computa como progresista.
En medio, una absoluta incapacidad para hablar de lo que sería lógico ocuparse, desde si hay algo como el interés nacional que se esté jugando en Libia, hasta para qué queremos un presupuesto militar si todo lo que han de hacer los soldados sea poner tiritas y dar palmadas en la espalda. ¡Lejos de nosotros la funesta manía de pensar!, como le dijeron los de la universidad de Cervera al deseado Fernando. ¡Y luego dicen que abandonamos la tradición en manos de la peligrosa vaciedad moderna! Nosotros decimos guerra, o decimos Chernobyl y ya está todo resuelto.

Por su interés, transcribo integro el Editorial de La Gaceta del día de hoy:


Este Gobierno que tan esquivo se muestra a la hora de explicar el rescate del Alakrana, que, incomprensiblemente, intenta que interpretemos como un éxito, tiene, al parecer, bastante que ocultar porque en su momento se embarcó en operaciones encubiertas que, muy lejos de salirle bien, acabaron de manera completamente esperpéntica.

Según revela hoy LA GACETA, en abril de 2008 y tras el pago del rescate por el Playa de Bakio, el CNI, entonces bajo la experta batuta de Alberto Saiz, trató de imitar la acción de castigo ejecutada por fuerzas francesas, apenas unas semanas antes, a consecuencia de la captura de un yate de recreo. No se puede leer la noticia sin experimentar una intensa sensación de sonrojo.

Nuestro Gobierno parece haber caído en la costumbre de ocultar cuanto realmente hace tras una espesa capa de literatura idealista. El caso que nos ocupa no se puede considerar como una anécdota más en la larga relación de chapuzas de este Gobierno. Resulta que mientras la vicepresidenta se empleaba a fondo para explicarnos las habilidades de la diplomacia española, unos agentes bastante especiales se dedicaban a formar una banda de la porra para recuperar el dinero entregado.

Es absolutamente intolerable que un Gobierno que pone toda clase de pegas a la actuación de la fuerza legítima, y que es capaz de ridiculizar a nuestros soldados obligándoles a confesar que son incapaces de acertar a una lancha desde un helicóptero se atreva, al tiempo, a organizar una especie de GAL somalí para vengarse por lo bajinis de las afrentas de los piratas. Por lo visto, a este Gobierno únicamente le preocupan las víctimas de las que puedan hablar los periódicos, y le traen al pairo las muertes, si se puede librar de que nadie se las atribuya. Se trata, como es obvio, de un ejemplo más de la política de plena trasparencia a la que nos ha acostumbrado el Gobierno que nunca iba a mentir. ¿Cómo es posible que se renuncie a las acciones militares, perfectamente legítimas, y en cuya preparación invertimos cuantiosas partidas presupuestarias, para poner en marcha chapuceras maniobras ilegales que, además, suelen tener un final tan ridículo como el que han tenido?

Este Gobierno está tan completamente condicionado por la propaganda contra la guerra que agitó de manera absolutamente hipócrita e irresponsable contra el PP, que es completamente incapaz de dirigir con mano firme la acción de nuestras Fuerzas Armadas cuando están en juego los intereses nacionales o las vidas de nuestros compatriotas. Todavía habrá algunos ingenuos, o bobos, que piensen que la razón de fondo está en ese supuesto pacifismo que pretenden promover, como muestra de su superior condición moral. Sucesos como el que hoy relata este periódico dejan al descubierto la doble moral del Ejecutivo y su absoluta falta de respeto a cualquier forma de legalidad. No ha habido ningún inconveniente, por ejemplo, en eliminar somalíes, con el riesgo cierto de matar incluso a inocentes, dado el método de castigo elegido, cuando se ha podido esconder la mano suficientemente a tiempo.

Es inevitable recordar el GAL, por el empleo de mercenarios, por la absoluta falta de escrúpulos y por la forma chapucera de ejecutar la operación que, finalmente, se ha puesto al descubierto. Ahora aparecerán también los garzones dispuestos a lavar las manchas del Ejecutivo para que este GAL con chilaba se convierta también en una maledicencia, para que no se pueda mancillar la figura intocable de nuestro príncipe de la paz.