Hoy he visto en Telemadrid una entrevista al último español en la clasificación de la Vuelta Ciclista a España. A parte de la extraordinaria simpatía de ese ciclista escoba, un granadino de Churriana, la entrevista me ha hecho caer en una obviedad, en lo importante que son los últimos para todos los que no lo son. Si el último no existiera, lo sería el penúltimo, y así sucesivamente. El caso es que la excelencia se apoya en la vulgaridad y el ser excepcional necesita de un buen número de gentes sin brillo para resaltar. Todos somos necesarios para que pueda existir algo admirable. Pero el último es, entre todos los que no son el primero, el que resulta más consolador para todos los demás. Si cualquier postrero sabe llevar su condición con el garbo y la esperanza que emplea el ciclista granadino se puede comprender muy bien aquello de que los últimos serán los primeros, la enorme arbitrariedad del éxito, la exageración con que cultivamos las pequeñas diferencias. Ese ciclista modesto esta infinitamente cerca del líder y todos ellos están muy lejos de los que no somos capaces de subir puertos ni de estar horas sobre la bicicleta un día y otro. Son muy iguales, casi indistinguibles. A veces, incluso, los propios medios que viven de exagerar esas diferencias nos los muestran tal como son y entonces comprendemos que lo importante es ser y no ser contado.