Devotio iberica

La devotio iberica ha resplandecido con toda intensidad allí donde era más necesaria, en el CGPJ, el Consejo de la Justicia cuasi poder independiente del Estado, ese lugar de ciegos sabios que es completamente incapaz de distinguir la ley, y no digamos la moral, de los amigos y los enemigos. Da gusto vivir en un país con instituciones tan ejemplarmente encanalladas. Supongo que a quien me sé todo esto le parecerá normal. Desgraciado país que desconoce el valor de la excelencia, de la ejemplaridad y del honor, que sólo parece saber cuál es la mano del amo, país de siervos y de gitanos, con perdón de los calés.
Google y las tabletas

Pep Guardiola: un gesto ejemplar

Hay pocas cosas más agradables que poder cambiar el juicio propio, cuando hay motivos para hacerlo.  Me acaba de pasar con Pep Guardiola, el entrenador del Barça. Como madridista, el tipo me caía mal, qué se le va a hacer. Pero el madridismo no lo es todo, en especial en este trámite, al parecer irremediable, de tránsito al florentinismo, una antigua religión milagrera a base de pasta y de “usted no sabe con quién está hablando”.  Dejemos a Florentino, que ya tendrá bastante con lo suyo, y vayamos con Guardiola.

Pues resulta que Pep se ha atrevido a hacer algo que me parece muy fuera de lo común. Enterado de que se le iba a proponer para el próximo Príncipe de Asturias, ha salido al paso de la iniciativa rogando que de ninguna manera se considere su candidatura, y afirmando que si, dentro de treinta años, lo sigue mereciendo, estará encantado de figurar entre los candidatos. Admirable, memorable,  magnífico y ejemplar.

Que una persona de enorme éxito, como lo está siendo el entrenador del Barça, sepa poner en su sitio a unos oportunistas desorejados es realmente maravilloso. Los premios están, o deberían estar, para exaltar lo ejemplar, pero los Príncipe de Asturias, en ocasiones muy lejos de esa obligación de excelencia, parecen dejarse llevar por el oportunismo más burdo. La aristocracia, si quiere conservar alguna justificación, no debería confundirse nunca con el populismo.

Guardiola ha demostrado ser un aristócrata, y los que han pretendido lucrarse con su momento de gloria unos desaprensivos, ya reincidentes, por cierto.

 

El valor del último

Hoy he visto en Telemadrid una entrevista al último español en la clasificación de la Vuelta Ciclista a España. A parte de la extraordinaria simpatía de ese ciclista escoba, un granadino de Churriana, la entrevista me ha hecho caer en una obviedad, en lo importante que son los últimos para todos los que no lo son. Si el último no existiera, lo sería el penúltimo, y así sucesivamente. El caso es que la excelencia se apoya en la vulgaridad y el ser excepcional necesita de un buen número de gentes sin brillo para resaltar. Todos somos necesarios para que pueda existir algo admirable. Pero el último es, entre todos los que no son el primero, el que resulta más consolador para todos los demás. Si cualquier postrero sabe llevar su condición con el garbo y la esperanza que emplea el ciclista granadino se puede comprender muy bien aquello de que los últimos serán los primeros, la enorme arbitrariedad del éxito, la exageración con que cultivamos las pequeñas diferencias. Ese ciclista modesto esta infinitamente cerca del líder y todos ellos están muy lejos de los que no somos capaces de subir puertos ni de estar horas sobre la bicicleta un día y otro. Son muy iguales, casi indistinguibles. A veces, incluso, los propios medios que viven de exagerar esas diferencias nos los muestran tal como son y entonces comprendemos que lo importante es ser y no ser contado.