A la palabra editar le han salido muchos usos. Tal vez lo único que tengan en común todos ellos es que se refieren siempre, de uno u otro modo, a un texto, y se ha llamado siempre texto a una serie de signos visuales sobre una superficie. La pregunta que a veces me hago es si existe algún sentido importante en el que se pueda afirmar que se ha editado un texto digital. Si nos tomamos en serio lo que es un texto digital, rápidamente caeremos en la cuenta de que no admite ediciones, admite cambios (que lo transforman en algo distinto), pero no ediciones. Es decir, un texto digital, en tanto que precisamente digital, no tiene ninguna edición posible y cualquier edición de hecho lo transforma en un texto distinto. La edición existe porque podemos mover los signos sobre una superficie, pero, si hablamos en serio, no hay ninguna superficie ni ningún signo en el mundo digital.
Desde luego las paginaciones, los formatos, las portadas y los títulos son elementos de la edición de un texto que se puede digitalizar, pero no forman parte del texto mismo, del mismo modo que tampoco son parte del texto los metadatos con los que los bibliotecarios identifican, por ejemplo, los libros.
En realidad, no hay libros digitales, eso es solo una metáfora. Un texto digital es, en último término, un número (no es un conjunto de dibujos sobre una superficie, o sea, que, de algún modo no es ni siquiera un texto) y ya se sabe que los números son muy suyos, que cada uno es el que es y no quiere que le confundan con otro.
¿Puede ser alguien propietario de un número? Ya sé que el planteamiento es un poco extremista, pero me parece que algo de esto hay que tener en cuenta cuando se habla de los derechos, digamos, mercantiles sobre un texto digital o cuando, como algunos hacen se plantea la necesidad de que los libros digitales tengan también, ¡oh maravillosa previsión de quienes se cuidan de que no decaiga la cultura a manos de la barbarie tecnológica!, un precio único.