El poeta William Blake dijo alguna vez que nunca se sabe lo que es suficiente sin que se sepa previamente qué es demasiado. El criterio viene a ser una versión moral y poética de una verdad empírica bien establecida, a saber, que sólo la experiencia y el paso del tiempo nos pueden iluminar acerca de muchas decisiones que no pueden reducirse a un cálculo exacto, como la mayoría de las medidas que se toman en economía.
Se discute mucho sobre los contratos de Florentino Pérez para el Real Madrid, y está claro que se trata de una de esas cuestiones en las que la línea de demarcación entre lo admisible y lo escandaloso es borrosa. La cosa se puede aclarar un poco si se hacen algunos números; tal vez lo escandaloso no sea que un jugador cueste noventa millones de euros, sino que muchísimos jugadores enteramente normales, por no decir abiertamente mediocres, cuesten también unos cuantos millones. Dicho de otro modo, lo que nos produce escándalo es nuestra propia imagen un tanto distorsionada por el dinero del fútbol, que estemos dispuestos a gastarnos con cualquiera que se ponga una camiseta bastante más de lo que invertimos para que una universidad cualquiera pueda investigar, por ejemplo. Los ejemplos podrían multiplicarse al infinito y siempre obtendríamos la misma imagen monstruosa de nuestros sacrificios en el altar de la diversión y del espectáculo.
Hay otro aspecto de este asunto que merece también una cierta atención. El fútbol, como cualquier otro deporte, está alcanzando unos niveles de profesionalización y de tecnificación que tal vez sean incompatibles con esa clase de dispendios; es posible que el dinero no baste para lograr la excelencia de juego que reclaman los aficionados, y que ahora admiran en un club como el Barça. Por eso hay en la estrategia de Florentino algo que recuerda a la despedida del Titanic, un barco que puede naufragar sin llegar al puerto de la final de la Champions 2010, nada menos que en el Bernabeu. Ahí se verá si tirar de crédito sin límite ha sido una conducta razonable o absurda.