¡Que inventen ellos!

Ayer uno de esos periodistas que pueden pasar por personas cultas, ya sé que no hay muchos, dijo que había que olvidar la frase de Unamuno (el «¡que inventen ellos!») porque nos había hecho mucho daño.

Unamuno escandalizó con esa frase, pero lo peor ha sido el equívoco que se ha creado en torno a ella. Unamuno pretendía responder a los positivistas sin ambición, haciéndoles ver que antes que imitar la ciencia foránea, lo que había que hacer era tener vivo el espíritu, y no se cansaba de reprochar a los españoles esa vaguedad espiritual que es la raíz de nuestros males, de la falta de ciencia también.

Por una serie de curiosas vericuetos Unamuno ha sido interpretado como una especie de energúmeno opuesto a la ciencia, a la técnica y a la razón. Lo que Unamuno zahería no era la ciencia sino el conformismo, también en ciencia. Unamuno estaba muy cerca del espíritu cajaliano en su actitud frente a la investigación, claro que también Ramón y Cajal decía de sí que no era un sabio sino un patriota. Lo que molestaba a Unamuno era nuestra tendencia a imitar, a no arriesgar en nada. Lo curioso es que ese es el auténtico espíritu científico, una capacidad para no convertir la ciencia en una fe muerta, en un sistema.

Unamuno no es culpable de otra cosa que de haber tratado de despertar al Quijote que hay detrás de cada Sancho demasiado conformista, un Sancho que, por mucho que se disfrace de científico y de moderno, sigue siendo el creyente acomodaticio y dogmático que tanto abunda entre nosotros.