Su majestad el gol: a propósito de Higuaín

Llevo unos meses leyendo cosas sobre fútbol; me refiero a libros, a ensayos, a novelas, porque estoy tratando de cuadrar una cierta explicación de las razones de su éxito; de momento, sigo donde estaba, pero no renuncio a encontrar alguna cosa interesante, aunque solo sea para compensar el haberme tropezado con muchas de las abundantes tonterías que se han escrito sobre el fenómeno.

Vayamos al gol. Algunos lo han comparado con el orgasmo, lo que seguramente dice más sobre los comparadores que sobre lo comparado; hay quienes han llegado a especular sobre la analogía entre al portería y el himen, a otorgarle un papel femenino y matriarcal al portero. En fin, no cabe duda de que en nombre de Freud, y de Marx, se han escrito unas cuantas memeces, casi siempre pretenciosas, por otra parte.

Voy a bajar unos cuantos escalones especulativos y a preguntar simplemente si todos los goles tienen idéntico valor. La respuesta es, por supuesto, que no. Es evidente que los goles se distinguen mucho por su belleza, o por su perfección técnica, pero además se distinguen por su valor, por su oportunidad. No es lo mismo el gol que consigue la victoria, que el gol que se suma a una victoria ya cómoda, por ejemplo.

A lo que iba, en caso de victoria clara, los goles más meritorios son siempre los primeros, no los últimos. El jugador que inaugura el marcador hace lo más difícil, y por eso su acción debiera considerarse más valiosa; por ejemplo, los dos goles de Higuaín ayer al Tenerife, goles extraordinarios y de una simplicidad engañosa, son muy importantes porque encarrilaron una victoria del Real Madrid que, a la postre, pareció fácil. Ardo en deseos de escuchar cómo sus enemigos, que los tiene, por increíble que sea, se las arreglan para tratar de quitar mérito al asunto. Esta es otra de las cosas que enseña el fútbol, cómo la vileza y la mentira se hermanan para oscurecer la evidencia, para justificar el despropósito.