Una campaña persistente: ahora hay que echar a Higuaín

Creo que una de las pestes mayores que afligen a los poderosos es la de sus turiferarios. En el caso de Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, por si alguien lo ignora, su cohorte mediática le hace tales elogios que por fuerza han de acabar en su perjuicio. El otro día escuche a uno de sus periodistas de cámara afirmar, impertérrito, lo siguiente: “todo el mundo sabe que Florentino a quien de verdad quería fichar es a Rooney, pero tuvo que traer a Cristiano porque había un contrato”. Yo la verdad no lo sabía, pero lo que sí sé es que la existencia de ese contrato siempre había sido desmentida por el cortesano florentino, pero siempre se aprende algo.

Yo me temo que todo esto es simple preparación artillera para defender el destierro de Higuaín (que muchos pensamos es lo mejor que tiene el Madrid) para la próxima temporada. Se continuaría así la perpetua apuesta por Benzemá, cuyo gran mérito parece ser haber sido fichado directamente en su casa por el líder blanco.

¡Qué disparates! ¡Qué ganas de no rectificar errores obvios! El Madrid tiene una plantilla descompensada y desigual pero que podría ser arreglada con cierta facilidad y sin grandes dispendios si se hiciese una apuesta profesional y rigurosa por construir un equipo y no por seguir añadiendo nombres de relumbrón a una lista.

Lo terrible es que para legitimar aparentemente estas insensateces le están montando un juicio de Dios al pobre Gonzalo: que si no se la pasó a Benzema, que si no le dio goles a Ronaldo, que si no acierta en Europa. Es posible que consigan derribarle, pero no lo creo, porque ya ha demostrado que sabe resistir las tontunas del Bernabéu desde que llegó, ya hace tres años, en los que ha tenido que ser suplente de una sombra.

¡Echar a Higuaín! Nada, nada, que juegue la redacción del Marca, que sabe tanto de fútbol, que el masajista sea el genio de la Gaceta que desveló que Boluda se daba de baja como socio, y que los entrene Valdano. Seguro que así lo ganaremos todo. ¡Qué pena que el Real Madrid pueda ser víctima, una vez más, de la extraña propaganda que se hace desde dentro!

Su majestad el gol: a propósito de Higuaín

Llevo unos meses leyendo cosas sobre fútbol; me refiero a libros, a ensayos, a novelas, porque estoy tratando de cuadrar una cierta explicación de las razones de su éxito; de momento, sigo donde estaba, pero no renuncio a encontrar alguna cosa interesante, aunque solo sea para compensar el haberme tropezado con muchas de las abundantes tonterías que se han escrito sobre el fenómeno.

Vayamos al gol. Algunos lo han comparado con el orgasmo, lo que seguramente dice más sobre los comparadores que sobre lo comparado; hay quienes han llegado a especular sobre la analogía entre al portería y el himen, a otorgarle un papel femenino y matriarcal al portero. En fin, no cabe duda de que en nombre de Freud, y de Marx, se han escrito unas cuantas memeces, casi siempre pretenciosas, por otra parte.

Voy a bajar unos cuantos escalones especulativos y a preguntar simplemente si todos los goles tienen idéntico valor. La respuesta es, por supuesto, que no. Es evidente que los goles se distinguen mucho por su belleza, o por su perfección técnica, pero además se distinguen por su valor, por su oportunidad. No es lo mismo el gol que consigue la victoria, que el gol que se suma a una victoria ya cómoda, por ejemplo.

A lo que iba, en caso de victoria clara, los goles más meritorios son siempre los primeros, no los últimos. El jugador que inaugura el marcador hace lo más difícil, y por eso su acción debiera considerarse más valiosa; por ejemplo, los dos goles de Higuaín ayer al Tenerife, goles extraordinarios y de una simplicidad engañosa, son muy importantes porque encarrilaron una victoria del Real Madrid que, a la postre, pareció fácil. Ardo en deseos de escuchar cómo sus enemigos, que los tiene, por increíble que sea, se las arreglan para tratar de quitar mérito al asunto. Esta es otra de las cosas que enseña el fútbol, cómo la vileza y la mentira se hermanan para oscurecer la evidencia, para justificar el despropósito.