El triple laberinto en que ha venido a parar la industriosa y telegénica actividad judicial de Garzón, esta sirviendo para desvelar muchas cosas de las que nadie se atrevía a hablar. Estamos asistiendo a escenas memorables, a momentos en que, desprendidos de sus disfraces, muchos se quedan en cueros. Los partidarios de que Garzón esté para siempre y por derecho más allá del bien y del mal, por encima de cualquier ley, ya no saben qué decir. Sólo un supremo esfuerzo de voluntad, un empeño en la movilización, les está dando esa energía agónica que, ordinariamente, concluye en el ridículo, porque nada hay más necio que el despelote cuando se ha ejercido siempre de maestro de ceremonias, de arbiter elegantiarum.
En esencia los argumentos de los garzonistas se reducen a proclamas literalmente orwellianas, sin ironía, de forma desnuda, como si no hubiesen leído al inglés.
El primer argumento es contra la igualdad. Garzón es más igual que los demás, de manera que no puede ser juzgado como un igual, ni por los iguales.
El segundo argumento es contra la ley, porque si la ley sirve para culpar a uno de los nuestros, no es una ley, sino una infamia. En cierto periódico añoran los tiempos en que, Garzón mediante, se pudo poner en píe semejante principio para mayor gloria de su dueño.
El tercer argumento es intencional. Esta vez olvida no a Orwell, sino a Juan de Mairena, al que, de todos modos, tenían ya muy olvidado. La verdad solo es la verdad cuando la diga Agamenon o bien, en su caso, el porquero, según se establezca, pero quedando claro que nunca puede haber una verdad que esté por encima de la distinción, que afecte a los que son más iguales, a los nuestros, a Garzón.
Que puedan sostener todo esto sin que se derrumben es, seguramente cuestión de tiempo, aunque, como todos los fanáticos, persistan en sostener que, en realidad, es cuestión de bemoles. Es este refugio en el bunker de la insolencia y la fuerza bruta lo que me parece más revelador, más dramático.
Que parte de sus desgracias, aunque no todas, tengan su origen en demandas de grupos que se sienten herederos de doctrinas que pretendían que a los pueblos los mueven los poetas, no deja de ser enormemente irónico. Ese aire de justicia poética, que a veces adorna el final de algunos bribones, es, en todo caso, irrelevante, porque después de las fantochadas de la justicia retrospectiva, vendrán las cartas amistosas sugiriendo elegantemente contraprestaciones intelectuales a precio de saldo, y el pisoteo de los procedimientos y las garantías por sus guardianes.
¡Qué espectáculo ver a quienes presumían de ser los más ardientes defensores de la democracia ciscarse en sus proclamas! ¡Qué lección de realismo ver a los poderosos de antaño y sus corifeos de hogaño defender a sus perros guardianes y olvidarse de la seguridad pública! ¡Qué carnaval tan prodigioso! ¡Qué alegría va a dar ver en la calle a las fuerzas, sindicales, por supuesto, del progreso y de la cultura pasando revista por la asistencia para evitar el descuelgue de los más tímidos!
Tampoco conviene que exageremos el festín que nos espera, porque lo mismo interviene ZP, con o sin ayuda de Chavez, y emite un ukasse para que nada sea lo mismo que parecía ir a ser. Son expertos en hacerlo, y lo mismo hay cualquier sorpresa, aunque parte de los especialistas en maniobras en la oscuridad y en efectos pirotécnicos no sean precisamente entusiastas del vilipendiado.