Categoría: independencia y autonomía de la Justicia
Acto final, el desvelamiento
Las estructuras de la corrupción
La actualidad nos sitúa de continuo ante alguno de los episodios de corrupción política. Tenemos dónde elegir, aunque me imagino que el público tenderá a concentrarse en los episodios de aspecto más chusco, sin pensar en que nadie nos asegura ni de que lo que sale sea verdad, especialmente por venir de quien viene, aunque lo grotesco de los casos nos invite a creerlo, ni, menos aún, de que, con toda probabilidad, serán más importantes y graves los casos que no salgan de ninguna manera a la palestra. Con este tipo de asuntos, casi se puede afirmar lo que los entendidos dicen respecto a los apresamientos de droga a cargo de la policía, a saber, que solo acaban cayendo aquellos que les interesa a los auténticos y más poderosos capos.
La corrupción existe porque puede existir, pero puede existir porque los ciudadanos nos desentendemos de los asuntos públicos, descuidamos los mecanismos de control y, llevados de la comodidad, hemos decidido que todos los políticos son iguales y no merece la pena prestarles mucha atención. Este convencimiento es, por cierto, una de las finalidades que persiguen los que se encargan de ofrecernos carnaza abundante, aunque sea con la fórmula de mucho arroz para tan poco pollo.
El nauseabundo caso Gürtel, está consumiendo una porción de actualidad increíblemente desproporcionada con su real importancia especialmente debido a la tibieza y a la torpeza de los líderes, por decir algo, del PP. No estoy diciendo que sea poca cosa, que no lo es, sino que lo que hace que crezca su importancia aparente es una hábil combinación de la torpeza y la insensibilidad del PP, junto con la astucia de sus rivales para apartarles habitualmente de su lugar adecuado. Pero, con todo su fondo de podredumbre y miseria moral, el daño que se ha ocasionado a los caudales públicos es realmente mínimo, si es que ha habido alguno.
Entretenidos con Gürtel, no sabemos mirar hacia otras partes, incluso hacia esquinas directamente relacionadas con el caso de marras. Ayer mismo informaba este periódico de que el Gobierno había adjudicado a Teconsa, una empresa implicada en la trama por el pago de comisiones, un contrato de millones de euros, pese a que resultaba ser el más caro de las más de 20 ofertas presentadas y pese a que la situación patrimonial de la empresa seguramente no cumplía con los requisitos que exige, en teoría, la administración a las empresas que se adjudican sus contratos. Al parecer, según el sumario, el dueño de Teconsa había pedido ayuda previamente a Don Vito y este le recomendó vivamente la vía monclovita que, finalmente, funcionó de perlas, gracias al buen hacer de manos amigas y femeninas. No traigo a colación este caso para igualar al PSOE y el PP, comparación en la que no voy a entrar, ni porque no haya podido encontrar otro caso que afectase al PSOE para dar a este comentario cierto aspecto de neutralidad; no es este, desgraciadamente, el caso porque hay mucho para escoger. Lo que me parece relevante es la diferencia en la atención, como me parece escandaloso que nadie haya preguntado cuál ha sido, por ejemplo, la relación de gastos de nuestra embajada olímpica, un descarado caso de gratis total para nuestros sacrificados y menesterosos, aunque escasamente eficaces, conseguidores olímpicos. Relación, en un doble sentido, de listado de gastos y de relación con lo que se haya gastado la ciudad de Río, que nos ha dado un baño.
Nuestra democracia está universalmente en crisis y el diagnóstico no es muy bueno. Estamos en plena crisis constitucional, territorial, política y económica, estamos, muy probablemente, peor que en ninguno de los momentos de los últimos cincuenta años, peor incluso que cuando, no habiendo democracia, soñábamos en tenerla. Con este panorama hay quien cree que es sano que fijemos nuestra atención en las abundantes gilipolleces de Gürtel. No se trata ni de un buen consejo, ni de una receta desinteresada.
Tenemos una necesidad urgente de poner en píe una auténtica renovación de la democracia, un programa de reformas bastante radical que nos permita salir del atolladero en que estamos. Habría que impulsar, al menos, tres grandes proyectos y, de momento, los partidos están entretenidos en un pin-pan-pun aburrido y estéril. Hay que aumentar de modo considerable la trasparencia de la forma en que se produce el gasto público para evitar que aumenten de manera continua los negocios que se acuerdan en beneficio de los presentes, y a costa de los intereses generales. Claro que nada de esto puede hacerse sin una justicia independiente, siempre atenta a no molestar a Mister X, ni con un Fiscal general dispuesto a recibir cualquier clase de órdenes del gobierno. Tampoco puede haber justicia independiente mientras sigan existiendo jueces a los que ningún otro juez procese, pese a ser evidente que la ley les importa menos que a los delincuentes de oficio. Pero, sobre todo, habrá corrupción mientras la consintamos con una mirada de suficiencia.
[Publicado en El Confidencial]
Descartes y la máquina del mundo
Cuando Descartes concibió su sistema del mundo cayó en la cuenta de que el universo, como si fuese una vieja motocicleta, tendería a desvencijarse y a perder el equilibrio, a derrumbarse, de manera que se le ocurrió pensar que resultaba necesario que el Buen Dios le diese, de vez en cuando, un papirotazo a la máquina del mundo para que siguiese girando sin mayores problemas, es decir, como aparentemente lo hace.
Las máquinas de la economía y de la política también tienden a desvencijarse, pero como no estamos en el siglo XVII, a casi nadie se le ocurre que haga falta un papirotazo divinal para que la cosa se encarrile. Muchos, sin embargo, rezan en silencio, aunque, como la mecánica es ahora más compleja que la de Descartes, no hay forma de saber si Dios nos echa o no una mano.
La máquina económica parece tener un roto descomunal y, mientras los expertos discuten sobre galgos y podencos, la prosperidad se ahúma en una gigantesca pira, de manera que nadie sabe a ciencia cierta, bueno, tal vez lo sepa Zapatero, cómo y cuándo habrá que empezar a reconstruir un mundo medianamente razonable.
En España el desvencijamiento del tinglado es cuádruple del común, porque, además de nuestro peor diagnóstico económico, nos encontramos ante una crisis política realmente grave. También en este terreno necesitaríamos un auténtico papirotazo y no habría que esperarlo de las alturas sino del buen sentido de los ciudadanos. No nos merecemos espectáculos como los que ofrece el circo político y mediático.
La desfachatez se adueña del escenario y todo lo contagia. El director de pista está muy lejos de poseer el buen sentido necesario y se dedica a apagar el fuego con sustancias etéreas y explosivas. Ahora afirma que no está dispuesto a que se amenace a jueces, fiscales y policías, aunque también podría haber dicho que no va a tolerar que se dude de la buena intención de un ministro que es un calco de las caricaturas del franquismo, de la chulería más repulsiva que se ve insólitamente jaleada desde la bancada socialista.
Se necesita de una amplia mayoría para lograr un cambio del sistema, para acabar con tanta desfachatez y con tan evidente falta de buen sentido en las instituciones básicas del Estado. Es obvio que hace falta una reforma constitucional, devolver su absoluta independencia y autonomía al poder judicial, revisar el marco competencial del sistema autonómico, propiciar un auténtico sistema de libertades que permita a la sociedad civil dialogar con los partidos sin necesidad de someterse a ellos, reformar a fondo la educación y la universidad, disminuir de manera eficaz el peso de las administraciones públicas, los únicos que no parecen haberse enterado de que la economía no aguanta, y un largo etcétera.
En mi opinión esa es la tarea histórica que debiera plantarse el PP, sin pretender fagocitar a UP y D, que será necesaria para forzar el consenso con lo que pueda quedar del PSOE si se acierta a hacer una política valiente y se deja de seguir, por una vez, con la inercia de un sistema que está a pocas jornadas del colapso, sin un Descartes que lo diagnostique y sin que hagamos nada de lo que hay que hacer para merecer la discreta providencia del Buen Dios.