¿Seguro que nos parecemos a Grecia, don Mariano?

Ser líder de la oposición parece un oficio duro, y Mariano Rajoy está dando pruebas de aguante, aunque no tanto de acierto. Siempre he pensado que Rajoy podría ser un buen presidente de gobierno, de manera que me encalabrino cuando creo que lo que hace prorroga el mandato del presente.
No entiendo que Rajoy se empeñe, como hizo ayer, en insistir en lo mucho que nos parecemos a Grecia; no es que no sea verdad, que desgraciadamente lo es, sino que no creo que Rajoy, ni nadie de los que desean su triunfo, gane nada diciendo lo que ha dicho, por cierto que sea. El papel de un líder de la oposición no es tanto decir verdades, ni siquiera las del barquero, como ganar la voluntad de los ciudadanos e inspirar confianza. ¿Es que cree Rajoy que los españoles no saben ya que ZP es una pesadilla? Lo que a Rajoy tiene que preocuparle es que los ciudadanos le vean a él como una esperanza, no como un agorero, aunque sus vaticinios puedan ser más ciertos que la muerte y los impuestos, como decía Benjamin Franklin.
¿Es que no tiene gente que le haga esos papeles de chico malo? ¿No tiene nadie que le sugiera decir cosas que movilicen al público y no cabreen al personal? Yo me apuntaría, porque no me parece difícil mejorar el rendimiento de su gabinete, si es que lo tiene.
Digo lo de Grecia, para no hablar de cómo se ha llevado lo de Correa y compañía, caso en el que se ha seguido la estrategia de decir lo contrario de lo que se hace y hacer lo contrario de lo que se dice. ¿No hemos quedado en que el PP no tiene nada que ver? ¿A qué vienen entonces esas defensas de gentes que no lo merecen? Y claro, el público, que para estas cosas no es tonto, se fija en lo que hacen, más que en lo que dicen.
Me parece que Rajoy podría ser mejor que su entorno, del que juzgo por sus frutos, pero me temo que con estos auxiliares se pueda quedar para vestir santos. El colmo sería que alguno de ellos quisiera heredarle. No estaría mal, de cualquier modo, que echase un vistazo de lo que apunta por Inglaterra: los electores se están cansando de los unos y los otros, de manera que hay que aplicarse.