Los españoles y el tren


La lectora Nenuca Daganzo remite a La Vanguardia esta imagen en la que se puede ver un tramo de vía en Arenys de Mar que no dispone de ningún tipo de protección para impedir el acceso a las vías del tren. A la lectora le parece que esta situación es un despropósito y se pregunta si se habrá de esperar a que haya una desgracia para que se instalen las oportunas vallas protectoras.
El temor de la lectora es un caso paradigmático de un error de apreciación muy común entre nosotros; los españoles creen que lo público es gratuito, y le tienen miedo al tren, paradójicamente, el transporte público por excelencia. Vayamos primero a lo segundo. La verdad es que la necesidad de separar los trenes del resto de la trama urbana deriva, principalmente, del vandalismo, busca evitar la agresión a los vehículos ferroviarios. En EEUU, donde los vándalos no abundan y, cuando los hay, son severamente castigados, los trenes circulan sin protección alguna y sin que el número de accidentes por cruce de vía le llame la atención a nadie. Parece absurdo negar que es infinitamente más peligrosa cualquier calle que una doble vía ferroviaria, y solo a un orate se le ocurriría pedir protecciones frente a los automóviles en todas las calles. Los trenes son mucho más grandes y visibles que los automóviles, su cadencia de paso es menor y es bastante regular, y, además, circulan por vías exclusivas perfectamente reconocibles y a las que no hay que acceder por ninguna razón. Cualquier riesgo con el tren es miles de veces más alto con los automóviles, pero así están las cosas.
Vayamos al gasto público. Muchos españoles creen que el dinero público es inagotable y que, por mucho que se gaste no se perjudica a nadie. Los españoles no relacionan el gasto público con los impuestos, porque aquí nos las hemos arreglado para que los impuestos sean imperceptibles, forman parte del precio de las cosas y están incluidos en lo que ganamos, de manera que casi nadie paga nada. Una medida de salud pública realmente profunda sería separar los precios de los impuestos y retirar las retenciones de los salarios. Si así fuera es posible que la lectora de La Vanguardia fuese menos exigente demandando unas vallas innecesarias en Arenys de Mar, uno de los ferrocarriles más antiguos de España, cuyo número de accidentes seguramente sea miles de veces inferior a los de cualquiera de las carreteras de las inmediaciones, esas que la lectora de Arenys utiliza cada día sin ningún susto.