Categoría: liderazgo
La democracia, treinta años después
El problema de Rajoy
¿Seguro que nos parecemos a Grecia, don Mariano?
Los partidos y la democracia
Si en lugar de ser un partido político, Unión Mallorquina fuese cualquier otro tipo de entidad, nadie dudaría, hoy por hoy, de la conveniencia de disolverla, dado el volumen de los delitos y escándalos de corrupción en que se ha visto envuelta. Pero es un partido, y eso tiene, entre nosotros, la etiqueta de intocable. Apreciamos la democracia por sus ideales, pero padecemos sus defectos. El abismo entre unos y otros se debe a los partidos, unas organizaciones opacas, y ajenas a cualquier clase de control.
Las carencias de los partidos no tienen arreglo legal, se trata de algo más grave y más profundo, de una serie de lacras de la cultura política dominante, que se nutre de una tradición autoritaria.
Más allá de las definiciones constitucionales, los partidos españoles son organizaciones dedicadas al reparto de poder e influencias que parecen funcionar, únicamente, cuando todos los miembros de un cierto nivel consolidan sus posiciones e intereses procurando que nada se mueva sin su control. En su vida interna no hay nada específico de las democracias. Son formaciones que priman la mansedumbre, la disciplina, el dogmatismo, la fidelidad, la rutina… podríamos seguir hasta cansarnos, de modo que llegan a subvertir, casi por completo, su función legítima. Los partidos están anulando las instituciones.
La democracia española, como si se sintiese maldecida por la voluntad de Franco, quiso evitar a todo trance lo que se llamó la “sopa de letras”, la infinidad incontrolable de organizaciones, y la ingobernabilidad… y apostó por el orden y la estabilidad. Al hacerlo no tuvo presente que existen otra clase de defectos, no menos graves, frente a los que nuestro sistema parece impotente.
Los partidos se sienten por encima del bien y del mal y, en consecuencia, han acrecentado su poder más allá de cualquier lógica. Las instituciones son un mero escenario en el que se representa el argumento que han decidido las respectivas cúpulas partidarias, de manera que, salvo para dar cargos, están de sobra. No habrá en ellas, por tanto, control del Gobierno sino, si acaso, confrontación entre dos líderes, cuando existan.
El poder judicial, las universidades, las cajas de ahorro, los medios de comunicación, y un sinfín de cosas más, están controladas por los partidos, sin que su presencia tenga el menor fundamento legal. Lo que ocurre es que los partidos se han convertido en complejísimas empresas de fingimiento, en organizaciones dedicadas a la simulación y a la mentira.
En lugar de servir a una sociedad democrática, los partidos se han apropiado de ella y, en consecuencia, la democracia no funciona ni siquiera medianamente bien. ¿Es normal, por ejemplo, que con la situación económica que padecemos, el Parlamento sea una balsa de aceite en la que los diputados proceden a adjudicarse privilegios sin el menor pudor? ¿Es normal que tengamos un gobierno tan insustancial y pusilánime? ¿Es admisible que la oposición no tenga otra preocupación que su ritual de aspavientos a la espera de las previsiones sucesorias?
Como subrayó Robert Dahl, la democracia consiste en poliarquía, y nuestros partidos son monárquicos, algunos, incluso, monarquías hereditarias en las que el líder saliente invista al entrante con su gracia para que nadie se inmute, y todo siga como es debido.
No hay nada en el ordenamiento jurídico que impida que los partidos sean lo que debieran ser, pero ni la participación ni las opiniones ajenas les suelen interesar nada a los que en ellos mandan; les basta con sus sondeadores, y con el ritual y la carnaza con electores cuya fidelidad perruna se fomenta con un maniqueísmo vomitivo.
No hablamos de teorías, es la realidad inmediata y dolorosa. Que ZP no tenga alternativa creciente en el seno de su partido puede llegar a ser un auténtico drama nacional, visto lo que está haciendo en el gobierno, y nuestra aceleración hacia el despeñadero. Que el PP siga siendo un partido sin sustancia ni atributos, oportunista y ausente ante la profundidad y el alcance de la crisis es, además de intolerable, realmente insólito. En Génova se afanan en urdir disculpas para posponer el Congreso del partido, porque temen que, dado el atronador descontento, ahora no se podría celebrar con papeletas en la boca, una decisión tan aberrante como justificar que un gobierno aplazase las elecciones previstas por temor a perderlas. Mal, pues, en el Gobierno sometido a una especie de autócrata, y en la oposición controlada por un quietista.
El enigma Zapatero
Un sabio y viejo amigo, que no creo que haya votado nunca lo mismo que yo, me manda testimonio de un antiguo Diccionario marítimo español en que se puede leer una definición de “zapatero” («dícese del que maniobra, o ha maniobrado mal o no entiende la maniobra») que le cuadra admirablemente al falso leonés que nos gobierna.
No quiero exagerar, porque mi amigo es uno de esos raros liberales de izquierdas, o eso creo, pero me parece que no me hubiera mandado esta definición hace un par de años, aunque a mi me habría parecido igualmente casual y precisa.
Sobre ZP circulan varias versiones extrañamente incompatibles. Para aclararnos, las reduciré a tres. Está la versión siniestra que lo considera como una especie de demonio decidido a causar el mal de los españoles; existe también una versión, digamos, benigno-cínica que lo imagina como un tipo iluso y con gran capacidad de camuflaje. El mejor retrato de esta segunda versión es el que le ha hecho en El líder patológico, un escritor de blogs enormemente mordaz, Benjamíngrullo, que he tenido el placer de conocer gracias a otro genio, a Santiago González.
La tercera versión sobre ZP, lo considera, simple y llanamente, como un incompetente, es decir, tal y como dice el Diccionario, como un tipo que no entiende lo que se supone que está haciendo.
Yo abogaría por una visión sintética, sin olvidar las contradicciones en que forzosamente se habría de incurrir. Cualquiera de esas versiones tiene un factor común realmente notable: hay que hace lo que sea para librarnos del personaje. Los que debieran tener más interés son los que todavía le sostienen. Por eso el envío de mi amigo me parece esperanzador.
La chuleta de Montilla
Una cámara de TV ha sorprendido al presidente de la Generalidad de Cataluña mientras copiaba atentamente de una mínima tarjeta para estampar su firma en un libro de dedicatorias. Si la gente supiese observar, ese detalle tendría un enorme valor. Nadie observa nada, sin embargo, porque se ha extendido la idea de que lo anormal es lo corriente, y que de nada hay que extrañarse; hemos sido tan abiertos en admitir lo que haga falta, que hemos llegado a prohibir las contradicciones, y, por ello, a ser incapaces de detectar la hipocresía o la mentira, por ejemplo. Santiago González, en su espléndido blog, llamaba la atención, hoy mismo, sobre el hecho de que un menor (o una menor, a saber) pueda cambiar de sexo, pero no se pueda revelar nada sobre su identidad, precisamente por ser menor.
La contradicción que afecta a Montilla es de enorme importancia. Un personaje que está dispuesto a enmendar la plana al Tribunal Constitucional sobre un asunto, como mínimo, intrincado y gravísimo, no es capaz de escribir una dedicatoria sin copiar de una chuleta. Ortega habló en su momento de la separación entre la España real y la España oficial, pero ahora estamos en una esquizofrenia más terrible, la que nos lleva a admitir que un individuo absolutamente incompetente desde el punto de vista intelectual y cultural pueda ser un líder nacional.
La democracia parece habernos servido para entronizar la vulgaridad y la mansedumbre, pero no para mucho más. Tardaremos en salir de este estado de inconsciencia, y ello nos costará grandes disgustos, porque nos afectan problemas para los que no existen chuletas en ninguna parte.
Un sinfín de despropósitos
Es imposible superar la impresión de que parte del PP, con Rajoy a la cabeza, ha enloquecido. Es difícil cometer tantos y tan abultados errores en tan poco tiempo y con tan escaso motivo; no hay quien pueda empeorar la delirante desconexión entre Valencia y Madrid, unidad que se suponía pactada con la insólita reunión secreta de Alarcón. Es inimaginable lo que podría haber pasado sin un plan conjunto, visto lo ocurrido después de horas de reflexión.
El nivel de confusión ante la situación de Ricardo Costa es propio de comedia de enredo, de culebrón, es un escarnio de la democracia. Los implicados no parecen comprender en absoluto qué es lo que los electores esperan de ellos: patriotismo, honradez, capacidad de sacrificio, o liderago; ante tamaño despiste, se dedican a ofrecer al público dosis masivas de lo contrario: incoherencia, egoísmo, triquiñuelas y toda clase de memas excusas para acabar comportándose como una legión de pollos sin cabeza.
Es bien sabido que la coherencia no es uno de los valores mejor representados en la conducta de los políticos, pero el caso de Valencia supera con creces lo tolerable. No se ha sabido si hay o no secretario general, si ha dimitido o ha sido cesado, si hay algo que investigar o ya se ha investigado, si se trata de encubrir a alguien, en fin, no hay manera de saber qué demonios tienen en la cabeza la dirección nacional, el señor Camps o el señor Costa. Lo que sí sabemos es que nos pretenden tomar por tontos, pues se dedican a decir cosas absolutamente contrarias y pretenden que pensemos que están en perfecta armonía, que se han tomado medidas, al tiempo que no se ha hecho nada, que se iba a destituir a un secretario general y resulta que se le felicita.
Diré lo que piensa muchísima gente, aunque no se atreva a decirlo por miedo a perjudicar a su partido, por miedo a contribuir a que nuestra España pueda seguir por más tiempos en las mismas manos. Lo grave de verdad es que personas que debieran poner por encima de todo su deber con los españoles están dedicadas a tareas de alcantarilla. El caso Gürtel es una bomba de relojería que alguien ha sabido colocar bajo los débiles cimientos de este PP a la espera de que nadie supiera cómo reaccionar adecuadamente. De momento, han acertado de pleno, aunque no sea seguro que consigan su objetivo, destruir la alternativa al PSOE.
Es evidente que el líder del PP no ha sabido reaccionar con decisión y energía, y que acabará teniendo que hacer, con enorme coste, lo que debería haber hecho de inmediato con un desgate mucho menor. La limpieza tendrá que empezar por sus inmediaciones, no hace falta que vaya muy lejos, y, si no acierta a empezar por el lugar adecuado, no conseguirá nada, ni siquiera llegar vivo al próximo congreso del partido.
¿Es inteligente una defensa tan cerrada del señor Camps?
Una de las escasas sorpresas de estos últimos días de campaña ha sido la cerrada defensa que los máximos dirigentes del PP han hecho de la honorabilidad del presidente valenciano, supuestamente en entredicho a causa de una acusación de haber recibido regalos inusuales a cambio de favores políticos en Valencia. Doy por supuesto que las acusaciones no tendrán fundamento y que, consecuentemente, el señor Camps verá reconocida su inocencia en el proceso en el que se ha visto inmerso. Creo que la presunción de inocencia, y la artificiosidad y mala intención de todo el proceso educador, dan muestras suficientes de que la cosa no pasará a mayores desde el punto de vista penal. Ahora bien, ¿justifica esto que el señor Rajoy haya manifestado su solidaridad incondicional y eterna al afectado, o que el señor Mayor haya afirmado que se trata del español más honorable? Me parece que es evidente que no, y que las razones para ello son muy poderosas.
En primer lugar, los dirigentes del PP pueden estar dando la impresión de que presionan a la justicia, siempre tan atenta a las delicadas especies de la política, lo que dice muy poco a favor de los ideales que dicen defender al respecto.
En segundo lugar, sus defensas prolongan en la opinión pública, aún sin quererlo, un juicio inicuo y en el que la sentencia depende muy poco de los esfuerzos verbales de los líderes del PP.
En tercer lugar, esa clase de defensa no hace sino jugar al ritmo que ha querido hacerlo el rival, lo que no es muy recomendable, ni siquiera en política.
Además, al defender de manera tan apasionada y exagerada a uno de sus miembros, el PP puede corroborar la impresión de que lo único que importa realmente a los partidos son los intereses inmediatos de sus dirigentes, impresión que se confirma fuertemente cuando se comprueba la intensidad de los lazos familiares que guardan entre sí muchos cargos, lo que está contra cualquier probabilidad e imparcialidad.
Por último, ese tipo de defensa solo sirve para excitar el celo y el entusiasmo de los muy ebrios, y deja completamente indiferente, en el mejor de los casos, al público al que se debería conquistar. Cualquiera puede comprender que el incidente procesal que afecta al señor Camps, es un tema minúsculo en relación con los miles de asuntos que se deberían ventilar en una campaña respetable. Al darle una importancia desmedida, se acentúa la impresión de que los partidos se han convertido en unos auténticos reinos de taifas en los que los señores locales imponen su agenda de manera terminante a los líderes nacionales: otro motivo más para haber olvidado ese tema en un momento tan característico. Pese a numerosos aciertos de este tipo, el PP, seguramente, ganará. Quede para la imaginación qué podría ser de otra manera.
[Publicado en Gaceta de los negocios]
La corrupción y la política
Basta con mirar lo que sucedido con las primeras designaciones de Obama para comprender que el propósito de enriquecerse al margen de la ley, suele saltarse sistemas mucho más exigentes que el nuestro. No deberíamos consolarnos, sino tratar de evitar que la política española se desarrolle en unas condiciones que permiten un altísimo grado de ineficiencia y de corrupción. Veamos:
1. Los políticos gozan de un nivel de opacidad realmente sorprendente. Es una tarea de titanes comprobar cómo se ha gestionado efectivamente el gasto público: el Parlamento no lo hace más que en una medida mínima. Los sistemas de control de las cuentas públicas no tienen tampoco energía ni medios suficientes. Es difícil que cualquier delito al respecto pueda ser descubierto y probado.
2. La forma de financiación de los ayuntamientos es un auténtico vivero de arbitrariedades, cohechos, fraudes y conspiraciones contra el interés público, siempre bajo el manto retórico de una doctrina interventora. Ni aunque fuesen honrados a carta cabal el cien por cien de los políticos, lo que superaría cualquier previsión sensata, se conseguiría evitar que la posibilidad de cambiar de modo enteramente arbitrario el valor del suelo, dejase de ser un enfangadero en el que se han pringado miles de personas. ¿Cuántas condenas ha habido? Cuando se conoce el tren de vida de algunos ex responsables de urbanismo es imposible no pensar en el latrocinio practicado, a veces con la cínica disculpa de estar ayudando al partido de sus amores. Si se piensa en el origen municipal de muchas grandes fortunas del ámbito de la construcción se experimenta idéntico asco.
3. La Justicia es notoriamente vaga a este respecto. En cualquier país políticamente decente, la acusación hecha por Pascual Maragall a Artur Mas, en pleno debate parlamentario, acusándole de corruptelas sistemáticas en los procedimientos de adjudicación de contratos públicos habría supuesto una auténtica movilización de los poderes judiciales. Aquí no se pasó del “tú más” porque es una evidencia que las supuestas corrupciones solo se persiguen cuando se cumplen dos condiciones, en primer lugar, que deriven de una pelea interna entre los beneficiarios y, por último, sólo cuando el adversario político le convenga airearlo, lo que es como decir que la mayor parte de las veces se prefiere echar tierra sobre los asuntos para que no se escandalice el vecindario. La Justicia no suele investigar esta clase de asuntos porque hay un espeso manto de intereses con terminales en todas las fuerzas políticas. La nula separación de poderes no ayuda nada.
4. La ausencia de una prensa no partidista completa la clausura del sistema. La mayoría de los periodistas investigan poco y mal, se limitan a trasmitir lo que se les entrega y se tragan cualquier historia estúpida con tal de que favorezca los intereses de sus amigos políticos. Muchos medios juegan a lo que juegan, sin ética y sin independencia, olvidando que deberían servir únicamente al público. Así les va. La prensa ataca y defiende, pero raramente muestra o demuestra nada. Las informaciones que se nos ofrecen como grandes exclusivas no pasan, en tantas ocasiones, de ser torpes montajes que avergonzarían a cualquiera con un poco de exigencia crítica, pero así son las cosas.
5. Por último, la moral pública no condena la mentira y, con frecuencia, venera de forma idiota al que muestra éxito y poca vergüenza. Una de las pocas noticias que vi en la televisión americana sobre España se refería, para pasmo del redactor y de los espectadores, al hecho de que a un personaje que había atracado meses antes un furgón bancario, y que, por supuesto, estaba tranquilamente en la calle, la televisión pública le había ofrecido la oportunidad de actuar en un programa musical para aprovechar su fama.
El PP, en particular, está ahora mismo en candelero y corre el peligro de equivocarse gravísimamente si permite que se tenga la idea de que está más preocupado por su decencia corporativa que por aclarar absolutamente a fondo las vergüenzas de los que han traicionado a sus electores olvidándose de la ley y de los intereses y el bien común de los ciudadanos a los que representan. No es precisa mucha imaginación para poner en marcha un programa serio capaz de introducir mayores controles y decencia en las cosas públicas, pero hace falta un liderazgo fuerte y más allá de cualquier sospecha para atreverse a ponerlo en marcha.
[Publicado en El confidencial]