Nadie pretenderá, seguramente, que Pedro Castro, alcalde de Getafe, pueda pasar a la historia por la profundidad de sus análisis políticos, por su sutileza argumental, o por sus refinadas maneras. Puestos a escogerle para algo habría que mirar, sin duda, hacia lo contrario del ingenio o la originalidad. Me parece que se trata de un verdadero héroe del tópico, de uno de los que mejor expone esa forma de ser de la izquierda que consiste en repetir catecismos inverosímiles como si el buen sentido fuese un imposible metafísico.
Este mediodía se me ha aparecido en un telediario haciendo méritos junto a Vacuna Jiménez, la candidata de ZP para derrotar a la señora Aguirre. Pese a que probablemente no vote a Vacuna Jiménez, al menos en esta ocasión, abrigo los mejores sentimientos hacia ella, y me gustaría recomendarle que no se deje arrastrar por los argumentarios del getafense, aunque supongo que ella misma se dará cuenta, quién sabe.
El caso es que Pedro Castro, sorprendido por las cámaras siempre atentas de una de las numerosas televisiones que veneran a ZP, se ha entregado a la meditación en voz alta, como el hombre sencillo y sentimental que sin duda es. Se ha visto pronto que estaba preocupado por su amigo Tomás Gómez y que ardía en deseos de librarle del mal paso en el que está a punto de caer, de hacer algo que pudiere evitar que se hunda en el fango de manera irremisible. ¿Qué ha dicho la luminaria getafina? Ha puesto al descubierto con plena claridad, y con la agudeza dialéctica típica de nuestros socialistas, que, en realidad, y sin quererlo, Tomás Gómez se estaba convirtiendo, de hecho, y nótese el énfasis, en el candidato de la derecha.
No sé si Pedro Castro será consciente de que esa advertencia es enteramente horripilante para todo el mundo, para la izquierda, por motivos obvios, pero para la derecha también. ¡Y luego los hay que se quejan de que en las campañas no se dice la verdad! ¡Qué profundidad de pensamiento de izquierdas!, ¡qué clarividencia!, ¡qué trasparencia inocente!
Supongo que Gómez se habrá quedado estupefacto al verse tan paladinamente descubierto, al haber sido expuestas sus vergüenzas tan al aire de la calle. Menos mal que en el PSOE abundan los Castro, las gentes capaces de evitar esta clase de suplantaciones tan típicas de la democracia que defienden los chupasangres liberales, tan hipócritas ellos. Es reconfortante comprobar que sigue habiendo gente que llama al orden ante la liquidación del zapaterismo que intentan, de consuno, Tomás Gómez y la derecha.
No creo que Gómez esté a tiempo de aprender la lección, pero podría leer algo sobre las depuraciones soviéticas para comenzar cuanto antes su reeducación, aunque, como dedica mucho tiempo a las pesas, no ha debido leer a Petit, aunque me temo que Castro seguramente tampoco. Si bien se piensa, esto de la política española es más sencillo de lo que parece, y por eso los fenómenos como Castro llegan tan arriba.