La Vanguardia informa hoy de que en Cataluña disminuye el número de independentistas, que sigue siendo muy alto, respecto a la cifra de hace unos meses, con lo del Estatuto. Se ve que las encuestas no son muy fiables, porque no es fácil comprender que algunos independentistas catalanes dejen de serlo con un verano por medio, aunque nunca se sabe. Según la encuesta hay más de un diez por ciento de independentistas entre los votantes del PP, lo que también es chocante. Tal vez si se dijera que la encuesta refleja los que dicen que quieren ser independientes, la cosa se aclarase, pero con algunas cosas de los de la Font del Gat nunca es fácil saber a qué carta quedarse, cosas de la rauxa, supongo.
A mí me parece que esto del catalanismo es algo muy serio y que debe de pensarse en ello con cierto rigor, y partiendo del conllevar orteguiano. Se trata de un problema, como mínimo, centenario, de la expresión de unos sentimientos que nunca se pueden desoír, si se quiere ser mínimamente sensato y, por supuesto, si se pretende ser un buen patriota español. Los que son nacionalistas de una parte de España nos llaman, muy inadecuadamente, nacionalistas españoles por tratar de ser buenos patriotas, pero esta carga es bastante liviana por más que algunos creamos que la distinción entre patriotismo y nacionalismo es cristalina, asunto al que dediqué un libro ya hace unos años. Es un error, de todos modos, creer que estamos ante una discusión conceptual, o ante un malentendido. Hay dos cosas muy claras y muy distintas: un problema de poder, y un sentimiento de identidad no exactamente compartido, eso es lo que hay, y lo que hay que tratar con finura.
Hace unos días, Juan José López Burniol, escribió un artículo en la misma Vanguardia con cuyas conclusiones estoy enteramente de acuerdo. Su último párrafo reza del siguiente modo: “ Hoy existe una ruptura sentimental entre Catalunya y el resto de España, manifiesta en la falta de un proyecto compartido y en la ausencia de aquella affectio societatis sin la que toda comunidad resulta imposible. En la actualidad, muchos catalanes se consideran agraviados y muchos españoles se sienten hastiados. Agravio y hastío son malos cimientos sobre los que asentar nada. Hará falta enfriar los ánimos de unos y otros, si se quiere buscar una salida que, sin excluir nada, reconduzca los deseos a las realidades. Y será preciso hacerlo sin una mala palabra sin un mal gesto y sin una mala actitud”.
Comparto completamente este deseo de entendimiento, como el español de bien que siempre he procurado ser. Creo, además, que a los españoles nos es exigible un grado superior de paciencia, compatible con la ironía y el cariño, porque en el imaginario catalanista somos los agresores, aunque muchos pensemos que no es este exactamente el caso. Creo que hace falta un alto grado de entereza, valor, comprensión, magnanimidad y paciencia y que todo lo que se haga por una Cataluña española merecerá la pena. Por eso confío en que David Villa, un asturiano hasta las cachas, no se quite la bandera española de sus botas cuando juegue con el Barça, pero si se la quitare, tampoco pondría el grito en el cielo, y pensaría que la cosa, efectivamente, está llegando más lejos de lo que nunca hubiera pensado.