Oliart comete, sin duda alguna, un exceso de celo, una prevaricación competencial, se deja arrebatar por una sumisión ridícula y excesiva a las nuevas ortodoxias y pretende colocarse en la primera línea de pancarta de la nueva moral. Al actuar así, está atribuyéndose unas funciones que nadie le ha otorgado y está usurpando funciones que, sin duda alguna, no le corresponden. Las corridas de toros son un espectáculo rotundamente español y que cuenta con el respaldo de una amplísima mayoría de ciudadanos, de derecha, de centro y de izquierda. TVE ha exhibido desde su fundación un buen número de corridas que han sido contempladas con gozo por millones de españoles de todas las edades y condiciones. Al suprimir de un plumazo lo que ya se puede considerar una tradición, Oliart muestra el escaso respeto que le merece la cultura española, las instituciones de la democracia y el sistema de derecho vigente. Si se hubiese dado el caso de que hubiere que plantear una nueva actividad política frente a la legítimamente conocida como Fiesta nacional, habría debido ser el Parlamento, como efectivamente sucedió en Cataluña, quien se pronunciase al respecto, de manera que lo que no es tolerable es que un mero director general se atribuya competencias que están enteramente reservadas al legislativo, a quienes sí pueden decidir en nombre de todos. Seguramente entienda Oliart que al actuar como lo ha hecho está haciendo un señalado favor a sus nuevos señores, evitándoles el mal trago que tener que defender ante los electores una medida que, indudablemente, no goza del aprecio popular de una enorme mayoría de españoles. De hecho, el PSOE, que seguramente se regocijará secretamente de la cacicada de su lacayo, no se priva de señalar su reconocimiento a los toros como una parte importante de nuestro españolísimo patrimonio cultural.
Hay personajes que no saben qué hacer para encontrarse con un rengloncito en los registros históricos; sin embargo, Oliart no debería preocuparse por semejantes minucias, porque ya ha tenido su minuto histórico de gloria, o de ridículo, cuando siendo ministro de Defensa, se dejó colocar por los militares en una sillita enteramente inadecuada a su rango. Ahora parece que quiere sacar pecho en esta nueva cruzada en que se mezclan toda clase de bobas ortodoxias. Pues bien, ni es su competencia, ni le vamos a reconocer otra cosa que un oportunismo desorejado.