El retrato que ETA se hace de nosotros

Hay una indudable asimetría entre el conocimiento que la sociedad española tiene de ETA y el que la banda tiene sobre nosotros: su último comunicado lo demuestra con claridad, aunque también hace ver que nos tiene realmente en poco. Que ETA pretenda conseguir lo que siempre ha proclamado e imponiendo condiciones al resto del mundo, sin matar, pero sin soltar las armas ni quitarse la capucha, es muestra evidente de que va a tratar de seguir jugando con nosotros, persuadida de que, hasta ahora, no le ha ido del todo mal. Para hacer realidad sus propósitos, independencia, reunificación y socialismo, es decir, gobierno para ETA, la organización terrorista puede aparentar que deja de ejercer el terror, pero no puede renunciar al miedo, a ser un poder oculto, más allá y por encima de cualquier democracia formal. Que pretenda que las instituciones democráticas se plieguen a sus exigencias es una quimera, un desvarío que ha sido alimentado, sin embargo, por la política vacilante del gobierno y por la falta de claridad del PNV y, en alguna medida, también de otras fuerzas políticas. Habla ETA de un conflicto secular, reivindicando de algún modo la carlistada, y de que cese la represión de Francia y de España. Sin embargo, la única represión efectiva y arbitraria que ha sufrido la sociedad vasca, y también el conjunto de los españoles, ha sido precisamente la de la violencia etarra, tan injusta, absurda y desproporcionada con cualquier adarme de razón, que apenas puede imaginarse mayor disparate lógico que el que han proferido esos encapuchados de opereta al perpetrar su comunicado. No se trata de creer o no a ETA, sino de decir bien claro que el papel que ETA pretende atribuirse es inconcebible en una democracia, y que España, y el País Vasco como una de sus partes, es una democracia, todo lo imperfecta que se quiera, pero una democracia al fin y al cabo. ETA puede jugar cuanto quiera, y cuanto se le deje, con las palabras y con la propaganda, y es verdad que mientras se entretiene en eso no le quedan energías para los coches bombas, pero esa clase de juegos no son los que se requieren para normalizar definitivamente la convivencia y la democracia en Euskadi.

Tanto si ETA no renuncia a defender su proyecto quimérico, que es lo que ahora nos dice, como si lo hiciere, nosotros no podríamos renunciar a nuestra democracia, a sus principios y a su funcionamiento, y no podemos hacerlo porque no hay mediación posible entre la libertad y el miedo, entre la representación y la usurpación, entre la democracia y la tiranía de unos pocos. No podemos dejarnos engañar por nuestros deseos vehementes de forzar buenas noticias, por encontrar alguna luz en un asunto tan largo, absurdo y trágico como lo está siendo el de ETA. Que los asesinos se quieran convertir en jueces y policías no facilita ninguna clase de optimismo. ETA tiene que inventar algo porque sus acciones han llegado a ser completamente ininteligibles incluso para los suyos, pero esa necesidad es una forma preliminar de claudicación, una actitud que no será completamente real hasta que se quiten las capuchas, entreguen las armas y se dirijan al juzgado más cercano para saldar sus deudas pendientes con la justicia, con la nación a la que han pretendido sojuzgar y chulear. Cuando hagan eso, que lo harán, será el momento de pensar en ser generosos con ellos, en tratar de cerrar de manera piadosa un episodio largo y sangriento que nadie ha querido convertir, por fortuna, en una nueva guerra civil. Pero nada puede hacerse hasta que no cumplan esas condiciones elementales que nada tiene que ver con lo que han hecho ahora, con ese sainete a mitad de camino entre el Ku Kus Klan y la mesa del trile. No creo que ETA trate de engañarnos, porque piensa que le tenemos tanto miedo que acabaremos cediendo de una u otra forma, pero lo que piensa ETA es enteramente engañoso, es un imposible que nadie podrá convertir en un proyecto razonable porque en esta clase de batallas no existen los empates, o se pierde o se gana, no hay otra. ETA amaga a ver si alguien pica; afortunadamente, Rubalcaba ha salido al paso de cualquier interpretación oportunista recordando que el comunicado de ETA no supone lo que algunos imaginaban que iba a significar. ETA podrá intentar lo que quisiere, pero las realidades son tozudas: no ha ganado la guerra, ha cansado a los suyos, y las fuerzas políticas parecen haber aprendido la lección. ETA no puede confundir la legitimidad que da el ejercicio de la democracia con las expectativas que pueda suscitar la retórica de su muy anunciada renuncia. La democracia española no necesita de garantes, las instituciones deben bastar y saben hacerlo. Los del capirote pueden hacer como que el juego no va con ellos, pero no conseguirán cambiar las reglas del sistema. Lo de ETA no tendrá arreglo hasta que ETA no renuncie a jugar con cartas marcadas, eso que todavía no ha hecho.
[Publicado en El Confidencial]