Ladrones elegantes y sofisticados

No me atrevo a decirlo con seguridad, pero creo que un nuevo género está iniciándose, o ya ha comenzado, dentro del cine americano de gran público, y eso siempre significa algo. Me refiero a Ladrones (Takers, USA 2010) la película de John Luessenhop. La cinta recuerda poderosamente rasgos de varias obras de acción (sobre todo a The Town, de Ben Affleck, y, más al fondo a Heat de Michael Mann) pero destaca por su tratamiento de la condición moral del robo, que, aunque ya esté implícito, en alguna de las mencionadas, es extraordinariamente claro en esta.
Los ladrones son, en esta ocasión, gente de orden, tipos listos y guapos, blancos y negros, que se dedican a dar con gran prudencia golpes muy rentables y muy bien ejecutados desde el punto de vista técnico. Ello da píe a que el tratamiento visual del asunto sea extraordinariamente movido, aunque tal vez fatigue un poco a los menos acostumbrados a los video-clips y al Play-Station (cuestión de edad, supongo). Lo que me parece más interesante del guión es que, como ya sucedía en los antecedentes mencionados, aunque de manera mucho más acusada, los protagonistas son pulcros, casi decentes, nada violentos, siempre que se pueda evitar, claro. Es decir, se trata de gente corriente, que, podríamos decir, se gana la vida honradamente, aunque robando cuando se presenta la oportunidad.
Su ética se contrapone con la de los meros hampones, con la de la mafia rusa, incluso con la de la policía, que, tal como se ve en a pantalla, se dedica al menudeo siempre que puede. Hay policías honrados, pero son tristes y siempre llegan tarde. El robo en serio es un oficio muy darwinista, caen muchos en el intento, pero, sobre todo, porque todavía quedan muchos ladrones inexpertos e inmorales que traicionan y hacen cosas absurdas y ridículas, mas si se dejase a los que saben hacerlo la cosa sería limpia y muy rentable.
La última escena es sobradamente apologética: dos de los miembros de la banda se escapan, dejando atrás, muertos o malheridos, a felones y policías. Van en un coche lujoso, llevan millones de dólares y podrán seguir viviendo como les gusta hacerlo porque saben dominar sus pasiones delictivas y ajustarlas a un robo rentable y proporcionado, más o menos como el Estado, dan ganas de decir.

Americana tenía que ser

Mis dos últimas visitas al cine no han podido ser más distintas. He visto, casi a renglón seguido, Copia certificada, de Kiarostami, y, supongo que para compensar, Imparable, de Tony Scott. De la primera poco puedo decir, aparte de que me acordé de cada uno de los huesos de mi cuerpo, de lo incómodo y aburrido que estaba, pese a la presencia de Juliette Binoche, y a que se supone que tenía que verse la Toscana (si es por eso, no vayan). Yo sé bien que este director tiene sus incondicionales y que hay quienes creen que el cine es eso, pero no es mi caso, que aunque sea capaz de reconocer, creo, ciertos valores en la cinta, me aburrí en extremo, pero prefiero hablar de los trenes de Toni Scott.
Aquí tampoco seré nada objetivo, porque mi afición a los trenes me haría ver tres de Kiarostami seguidas a nada que los trenes tuviesen algún papelillo, pero esta de Scott es de las que te meten el ferrocarril en vena. Además no se ve la Toscana, tampoco en la del bueno de Abbas, pero se ve Pensilvania, que no está nada mal.

Siempre he admirado la naturalidad con que los americanos se relacionan con el ferrocarril, una magnífica invención que no parece molestar a nadie, mientras que aquí todo el mundo se empeña en soterrarlo, en esconderlo, ¡qué horror! La película plantea una situación que no es que bordee lo inverosímil, sino que es ligeramente ridícula, pero como suele suceder con esta clase de empresas, el asunto funciona y se consigue crear emoción, intriga. Scott abusa de los efectos, y no es un genio como su hermano Ridley, pero domina la acción y el espectáculo. Además sale Denzel Washington y borda su papel de héroe derrotado y verdadero frente a los cabronazos de los dueños del ferrocarril, o sea que hasta es un poquito de izquierdas, cosa que se compensa con un cierto machismo sentimental que a estas alturas sorprende un poco.

Bueno, que me lo pasé muy bien y que mi recomendación es entusiasta para los que gusten de los trenes… y de las pelis de buenos y malos.

Ciudad de ladrones

Ben Affleck ha dirigido una película, The Town que es un ejemplo digno y bien acabado de cine de acción. Las buenas películas escasean y, me parece, que todavía escasean más las buenas películas americanas. Hay que agradecer, por tanto, un intento bien ejecutado de entretener, de crear intriga, de plantear conflictos morales muy cercanos al público en el lenguaje aparentemente sencillo del cine; y eso se hace sin aburrir, con respeto a la inteligencia del espectador, sin abusar de los recursos especiales y esmerándose en que la vista pueda recrearse en escenas clásicas pero muy bien ejecutadas. Se impone el recuerdo de Heat, la excelente película de Michael Mann con la que Town guarda unas relaciones muy estrechas en el tema, los caracteres y en el aspecto romántico. Los actores están especialmente bien escogidos y hay auténticos maestros, como Pete Postlethwhite o Chris Cooper, que brillan en papeles cortos y dan verosimilitud a toda la trama. En resumen, una buena película de acción para pasar el rato, para contemplar la belleza de Boston y para inquietarse con la facilidad con la que uno se acaba poniendo de parte de los bandidos.