Vengan días, caigan duros

Hay días en que la actualidad es pródiga en ejemplos de generosidad y de altruismo, lo que desmiente esa visión pesimista de la vida que siempre lleva a sospechar de los poderosos, la mayoría de las veces sin motivo. Pondré dos ejemplos que, de manera harto casual, afectan a dos amigos, a dos personajes progresistas que se profesan un afecto tierno y duradero, a Bono y a Garzón.
Un amigo, que vive en los EEUU desde hace cuarenta años, me contó una vez que un tío suyo, médico, tenía una filosofía de la vida que se resumía en “Vengan días, caigan duros”, un optimismo pegado al terreno propio de quien ocupa una posición social en que, como le ocurría a él, cabe esperar que el tiempo pase y toda vaya bien.
Esa será, supongo, la actitud de José Bono, que lleva años viendo como se engrosa discretamente su patrimonio, sin hacer nada por evitarlo. Le caen los duros, porque la gente le regala caballos, le construye cosas gratuitamente, le ofrecen permutas ventajosas, le decoran las habitaciones, o porque la administración, siempre amigable, le recalifica unos terrenillos, aunque, eso sí, sin que nada de eso tenga que ver con su condición de mandamás político en Castilla la Mancha y en el PSOE. Véase, el último ejemplo que ha salido a la luz, la recalificación de una finquilla de Bono que le permitiría ganar cerca de un millón de euros, si decidiese venderla, aunque me parece a mí que le gustan mucho las fincas, y no la venderá. Bono debe ser un hombre feliz, porque apenas se le puede pedir más a la vida, ser decente, progresista, creyente en lo que conviene, poderoso, amado de los suyos y cada día más rico, sin haber cogido nada que no le perteneciese. Es maravilloso vivir en una sociedad que se las arregla para premiar de manera tan discreta y eficaz a sus buenos políticos.
El caso de Garzón también mueve a gozo. Resulta que el Consejo ha decidido concederle la posibilidad de trasladarse a La Haya, que es un lugar apacible y discreto donde Garzón estará muy a sus anchas haciendo justicia universal, y sin que nadie lo note, pese a que ese mismo Consejo le suspendiese como juez tan solo 24 horas antes. ¡Qué admirable resulta la sutileza cuando se aplica en beneficio del perseguido! ¡Qué enorme alegría para todos los funcionarios, aun los más oscuros, que ven cómo, en adelante, se les aplicará a todos ellos esta clase de beneficios! Digo esto, porque nadie debiera suponer que el Consejo haya actuado en esta ocasión sin los ojos vendados, dejándose influir por el hecho, anecdótico e irrelevante, a todas luces, de que Garzón sea, si es que lo es, juez, como quienes le han concedido semejante oportunidad. “Justicia para todos” debiera ser, y es, el lema de esta clase de órganos, y a ver si vamos aprendiendo a distinguir la justicia de la mera igualdad, y si no nos sale, pues a leer a Orwell, que es muy instructivo.