El final del zapaterismo

Las elecciones catalanas marcan de manera inequívoca el final definitivo de una estrategia que ha condicionado desde 2004 el conjunto de la política española. Los resultados del domingo muestran con toda claridad que los catalanes han dado la espalda a una política basada en dos ideas complementarias, un catalanismo impostado y absurdo, y una política netamente izquierdista, unas ideas que han llevado a Cataluña a su peor situación en los últimos ocho años. Con ser eso importante, hay todavía más: el triunfo del PSOE en las generales de 2004 hubiese sido imposible sin los votos catalanes, de esos electores que aún no se habían dado cumplida cuenta del chantaje político al qe estaban sometidos. Es extremadamente improbable, al menos en el medio plazo, que pueda volver a darse un triunfo nacional del PSOE apoyado en el nacionalismo catalán de izquierdas.
El socialismo ha hundido a Cataluña, y lo peor es que lo ha hecho a lomos de una mentira burda, pero políticamente eficaz, como se ha visto. El PSC gobernaba en Cataluña administrando el descontento y los agravios catalanes frente a las regiones en que se dilapidan los fondos públicos que esos mismos catalanes creían pagar en exclusiva. Lo chusco de la situación es que el PSOE ha sido el responsable de ambas políticas, de irritar a los nacionalistas con España, esa fue la idea directriz del fallido Estatuto, y de extorsionar a Cataluña, pero también a Madrid, con lo que ellos venden como solidaridad en Andalucía y Extremadura, por ejemplo, y que en realidad es un manejo irresponsable de los caudales públicos para mantener a los electores en situación de dependencia. Esta mentira parece haber agotado su poder, y bien haría el PP en no recrearla cuando le llegue el momento.
No se trata de que a Zapatero se le haya descuajaringado su estrategia de fondo en unas elecciones regionales. Se trata de que este descalabro colma un vaso ya bien repleto de sinsabores y decepciones para cualquier buen socialista. Zapatero lleva una racha que derribaría de su sitial a cualquier político con un mínimo sentido de la realidad. En política hay una ley inexorable: los plazos se cumplen y las hipotecas se pagan. Zapatero ha pretendido torear la crisis negando su existencia e insultando soezmente a quienes se atreviesen a contravenir sus delirios. Ahora está empezando a sentir en sus carnes el precio de una actuación sin otro sentido posible que un cortoplacismo extremo y el empeño en sobrevivir a toda costa. Sus aliados pueden pretender que mantener la calma y la estrategia del disimulo sirva para algo, pero es suicida hacerlo. El periódico de cabecera del viejo PSOE incurrió ayer en ese feo vicio relegando la noticia de los resultados catalanes a una leve esquina de su portada, como si se tratase de un suceso curioso acontecido en las antípodas.
El todavía líder socialista acaba de comprobar el caso que le hacen en Madrid, cuna y cabeza del socialismo español, ha pactado su continuidad por unos meses con quien está cercando al más digno de sus gobiernos, el de Patxi López, y continúa mareando la perdiz con las medidas necesarias para atajar el desastre, como si su figura política fuese susceptible de un arreglo. Se parapeta detrás de Rubalcaba o de Salgado como si él estuviese dedicado a fabricar la piedra filosofal, fuera del día a día de un gobierno que no acierta ni cuando rectifica y contempla, aparentemente impávido, como hasta en su propio partido le pierden el mínimo respeto.
¿Qué dirá ahora de etas elecciones, él que se atrevió a echar en cara del PP y de CiU el conjunto de los males que afligen a los catalanes? ¿A dónde irá que pueda esconderse? ¿Qué viajes emprenderá para que nos olvidemos de su mala sombra? Si tuviera algún amigo sincero le podría aconsejar que se fuese, ahora que todavía puede hacerlo, y que buscase una fórmula alternativa de gobierno o que, mejor aún, convocase elecciones de manera inmediata. Serían medidas que habría que agradecerle y que despejarían de manera inmediata el panorama, porque cada vez es más claro que la economía española va irremediablemente al despeñadero con este capitán al mando.
Nuestro presidente es un tipo tan aventado que es posible que no haya caído en la cuenta de que no le queda ningún as en la manga para seguir jugando esta absurda partida contra el interés de todos. Los catalanes han despachado con claridad a un tipo que se travestido de catalanista, que ha derrochado el dinero para ganar adeptos, que se ha sometido al vasallaje indigno de los independentistas de ERC, que también se ha llevado lo suyo. No es de extrañar en un personaje que ha pisoteado la dignidad nacional, que ha pagado a piratas, que se ha escondido siempre que ha habido un problema con el moro, que está destrozando por dentro al partido que, insensatamente, le sigue apoyando. Es la hora del PSOE, de que su instinto de supervivencia le indique que en política es siempre mejor prescindir de quien yerra con tanta gravedad que perecer todos en su infausto nombre.
[Publicado en La Gaceta]

El momento de Rajoy

Zapatero acaba de disponer sus fuerzas de cara a una batalla que considera de final incierto, y no muy inmediato. Al replegarse en torno al roquedal de los servicios del Estado, poniéndolos al mando de un presunto delfín, ha adoptado la decisión de que los suyos mueran con las botas puestas. Desde su bunker confía en resistir, incluso en ganar, sin renunciar en ningún momento a castigar los flancos de un enemigo que cree pueda cometer errores de bulto, y caer en alguna escaramuza de última hora, como en 2004.
Rajoy ha aguantado con éxito una larga caminata al frente de un partido cansado, desconcertado, y sin ilusión, pero a menos de un año y medio de las elecciones, las encuestas le dibujan unánimemente un panorama casi risueño. Es verdad que se trata de un camino todavía largo, es cierto que va a estar jalonado de sobresaltos, y es innegable, por último, que el entusiasmo de los suyos y el deseo que los electores sienten por su victoria es todavía sencillamente descriptible. ¿Qué hará Rajoy?
La inercia, siempre tan poderosa, le invitará a seguir como hasta ahora, aprovechando los fines de semana para dar abrazos a los incondicionales, y repitiendo en el Congreso de los Diputados algunas verdades esenciales, es decir, haciendo la oposición de oficio que le ha traído hasta aquí, gracias, todo hay que decirlo, a la habilidad con la que el gobierno iba destruyendo los años de prosperidad.
Aunque esa estrategia resultase ganadora, como ahora parece que puede serlo, es fácil que sus resultados de medio plazo pudieren ser bastante insatisfactorios, tanto para el PP como para la misma democracia, como trataré de explicar.
Los dirigentes políticos tienden a aprovechar las oportunidades que se les presentan, pero no siempre tienen el coraje de rentabilizarlas al máximo. De seguir la vía fácil, de conformarse con ver cómo el enemigo se consume o se destroza, el PP llegaría de nuevo al gobierno por el fracaso de los socialistas y no por sus merecimientos.
Al actuar de este modo, el PP apostaría por mantener en precario su capital político propio, es decir, por aceptar que una mayoría de electores siga pensando algo como lo siguiente: aunque los buenos sean los socialistas, de vez en cuando hay que dejar que la derecha ponga orden en las cuentas.
Rajoy puede tener la tentación de conformarse con esa solución, pero ello sería un fraude con sus electores, con los millones de españoles que saben que este país necesita fórmulas muy distintas a las de la izquierda, porque ni el crecimiento económico, ni el empleo, ni la prosperidad, ni la libertad, están garantizadas con las regulaciones y soluciones que siempre acaba por proponer el PSOE.
La oportunidad que brinda la situación política actual para cambiar la cultura política dominante entre los electores españoles es única, pero, para avanzar por ese camino, el PP no debería conformarse con indicar los gruesos errores que ha cometido Zapatero, sino que tendría que atreverse a explicar las verdades económicas y políticas que la izquierda pretende negar, y cuya negación es la causa última de la mayoría de nuestros problemas.
Eso, en la práctica, se consigue haciendo un programa serio, un análisis a fondo de las causas de nuestras dificultades, y una apuesta valiente por las verdaderas soluciones, por políticas distintas. En lugar de hacerlo así, la tentación de Rajoy podría ser la de ganar sin ruido para tratar, luego, de gobernar con calma, evitando el riesgo de que las discusiones y los problemas pudieran ahuyentar a los electores. Aunque cueste trabajo creerlo, así piensan algunos que se tienen por puntales del PP.
Para hacer un programa solvente y atractivo, se requiere tener un partido en forma, y eso exige algo más que convocar asambleas aplaudidoras, los fines de semana y para consumo del telediario. El PP tiene obligación de celebrar en breve un Congreso del partido, y no debería perder una oportunidad de fortalecimiento como la que representa un Congreso bien convocado y bien resuelto. Es lógico que muchos de los que forman guardias pretorianas, más o menos formales, del líder del PP, teman que el Congreso Nacional del PP pueda poner en cuestión su situación en la nomenclatura del partido, pero este no debería ser un argumento serio para posponer el Congreso que, de no celebrarse, supondría una seria hipoteca en la legitimidad de su actual presidente.

Rajoy será, con casi absoluta seguridad, el siguiente inquilino de la Moncloa, pero debería de ocuparse de no llegar ahí con hipotecas, con programas ocultos, con miedo a hacer lo que crea que haya de hacer. Puede que quienes le rodean le aconsejen prudencia, pero si la prudencia es enemiga de la temeridad, lo es también del quietismo y de la pusilanimidad. No se trata solo de contestar a lo que será una abundante cosecha de improperios, sino de atreverse a decir bien alto a los españoles que las cosas se pueden hacer mucho mejor de otra manera.
[Publicado en El Confidencial]

La política tras la crisis

Enfilamos el final de un verano que comenzó con signos de catástrofe financiera, y, por tanto, política, pero tras el que, mal que bien, parece haberse alejado el riesgo de la tormenta perfecta, lo que, ciertamente, no significa que se haya acabado el temporal. Creo que todos debemos alegrarnos de que no se hayan concretado las peores posibilidades, de que no hayamos llegado a una situación como la griega, lo que está permitiendo que se pueda financiar nuestra deuda en condiciones que, sin ser baratas, resultan asumibles, y que los bonos españoles puedan a volver a circular entre los Bancos.
Solamente los muy necios llegarán a imaginar que esto signifique un éxito del Gobierno. ZP se ha librado de una buena, pero no ha sido por su política, sino muy a su pesar. Los buenos patriotas debemos alegrarnos de que España haya superado unas circunstancias tan desfavorables, pese a que el Gobierno nos había estado conduciendo, de manera completamente insensata, hacia el abismo. Solo unas advertencias exteriores, muy expresivas y conminatorias, Sarkozy, Merkel y Obama, con seguridad, el presidente chino muy probablemente, han sido capaces de conseguir que el falso leonés haga lo que cualquier político sensato habría hecho con seguridad desde hace, al menos, dos años. Esa obligada rectificación del Gobierno, con desgana y a última hora, unida a la fortaleza de las instituciones financieras y la solidez de la economía española, pese a la intensidad de la crisis, han ayudado a sortear un desastre de proporciones dantescas.
El panorama que se adivina, en el que no va a escasear los momentos difíciles, ni las oportunidades para que la demagogia del Gobierno atice las tensiones sociales y territoriales, obliga, a mi entender, a que la oposición cambie su manera de enfrentarse al Gobierno. No creo que el electorado vaya a premiar a un PP que pretenda pasar por la izquierda a Zapatero a base de criticarle por haber tomado medidas poco sociales. Está claro que lo que el PP pretende decir cuando hace algo como eso es que, si se hubiese llevado una política económica más sensata, no habrían sido necesarios los recortes que ahora son imprescindibles, pero ese es un mensaje que, independientemente de que se crea correcto, no tiene ningún atractivo, y ello por dos razones: en primer lugar porque habla de un pasado que ya no tiene remedio; en segundo lugar, porque puede dar la sensación de que el único programa que el PP sabe defender en público es el que consiste en llevar la contraria a lo que hace el Gobierno, una idea que el PSOE no se cansa de utilizar para mostrarnos un PP insolidario, incoherente y oportunista.
La historia de nuestra reciente democracia puede abonar la impresión, en muchos aspectos correcta, de que nadie gana nunca las elecciones sin estar en el Gobierno, de que, lo que ocurre, es que, de cuando en cuando, los Gobiernos son derrotados por sus excesos y errores, y son despedidos por lo que hacen, más que por lo que dicen. Así ha ocurrido, en efecto, en más de una ocasión, y no resulta demasiado difícil reconocer que, desde 1977, no ha habido ningún Gobierno que haya hecho más méritos que el actual para perder las próximas elecciones. Sin embargo, seguramente no baste con que ZP se haya empeñado concienzudamente en descalabrarse, habrá que contar también con una acción positiva del PP para obtener la victoria.
El presidente cuenta con casi dos años por delante, y con una poderosa fuerza de propaganda. Tendrá que sortear algunos escollos para aprobar los presupuestos, y lo pasará muy mal con las elecciones catalanas, pero superará, seguramente, ambos obstáculos con su método tradicional, es decir, haciendo pagar a los españoles los beneficios contantes y sonantes que las diversas minorías de la Cámara le exigen como peaje. Si todo le saliese como se propone, se enfrentaría con las municipales y autonómicas en medio de una cierta recuperación económica y, tal vez, del empleo, que presentará como un éxito inenarrable. En esas condiciones, la ventaja que actualmente ostenta el PP pudiera verse mermada hasta límites peligrosos.
Es posible que el futuro no sea tan halagüeño para el Gobierno como lo pinta esta hipótesis, pero no hay duda de que el PSOE venderá cara su piel porque, el peculiar socialismo del que disfrutamos se queda en nada sin el poder.
¿Sabrá encontrar el PP la melodía política adecuada para contrarrestar un intento de resurrección del Ave Fenix de la Moncloa? El PP haría bien en dejar de pensar que la crisis le está haciendo el trabajo, digamos, sucio, de desgaste y debería mirar con ojo crítico la realidad de las encuestas, aunque solo sea por el evidente error que cometió en 2008 al no saber ver el descalabro que se le venía encima en Cataluña, la única razón de la segunda victoria de Zapatero. Le queda al PP mucho trabajo para convencer de la bondad de sus razones, sin fiarlo todo al desastre del contrario, por obvio que resulte.
[Publicado en La Gaceta]

Los silencios de Rajoy

Es un secreto a voces que una parte significativa de los militantes y votantes del PP están descontentos del perfil deliberadamente bajo que adopta Mariano Rajoy, lo que, naturalmente, no quiere decir que vayan a dejar de preferirlo a cualquier posible candidato del PSOE. Dando este dato por cierto, hay que preguntarse por las razones de tal actitud. La teoría dominante es que esa elipsis del líder del PP es deliberada, y se funda en análisis de sus asesores y, en último término, en dos convicciones de carácter estratégico. En primer lugar la suposición de que las elecciones “no se ganan, sino que se pierden”, ayudada por el convencimiento de que ZP las está perdiendo, tal como hoy indican las encuestas. Una segunda suposición, también muy importante, es la de que al PP no le conviene una gran movilización electoral de la izquierda, lo que resulta inevitable con un PP más beligerante, porque, simplificando mucho, a mayor participación electoral mayor probabilidad de victoria de la izquierda.
Creo que ambas suposiciones son, al menos, parcialmente correctas. No me parece, sin embargo, que sean enteramente ciertas, sino que, a la vista del comportamiento electoral de los españoles, se debieran matizar de modo muy significativo, pero, en cualquier caso, creo que para que puedan integrar cualquier programa político necesitan algunas hipótesis adicionales, que normalmente no se discuten, y que, si se dan por ciertas, pudieran conducir a eso que Thomas R. Merton llamó una profecía que se autocumple, una self-fulfilling prophecy, en particular, a una nueva derrota de Rajoy y del PP, ante Zapatero, o ante otro.
La hipótesis adicional que puede conducir al fracaso, se expresa, a mi entender, en otra doble la creencia: en primer lugar, la suposición de que la cultura política de los españoles es casi completamente inmutable y mayoritariamente de izquierdas, y, en segundo lugar, la convicción de que los partidos políticos, y en este caso el PP, no deben trabajar en ese terreno, puesto que son meras máquinas cosechadoras que deben dejar a otros la tarea de la siembra y el resto de faenas del campo. Ambas convicciones son, a la vez, excesivamente acomodaticias y, la segunda, al menos, rotundamente falsa, y lo sería tanto más cuanto la primera fuese más correcta. En la medida en que la dirección del PP tuviese ambas creencias, por el contrario, como ciertas, debiera actuar de la manera más disimulada posible, para hacerse con el poder en un descuido y tratar de mantenerlo mientras sea posible; creo que muchos suponen que eso es precisamente lo que se está haciendo, pero, si así fuere, se trata de un error de libro. Incidentalmente, una de las razones que puede abonar el equívoco de algunos estrategas del PP es un análisis deficiente de las razones de la sorprendente derrota del PP tras una legislatura en que había obtenido la mayoría absoluta, pero esta es otra cuestión.
Que la cultura política de los españoles sea de izquierdas es solo una media verdad, tan cierta como su contraria; lo que, sin embargo, es un hecho, es que la izquierda se toma más en serio la defensa de sus valores y promueve con eficacia una sociedad muy conformista y acrítica, subvencionada y dependiente; así tenemos, por ejemplo, que apenas el 4% de los españoles aspira a ser empresario y un 72% desearía ser funcionario, mientras que la derecha da muchas veces la impresión de que lo único que puede alegar en su defensa es que gestiona mejor los recursos públicos, un alegato muy débil e ineficiente en términos electorales. ¿Qué ha hecho el PP desde 2004 para combatir este estado de cosas? Me temo que apenas nada, y eso cuando no lo fortalece pretendiendo, de manera absolutamente absurda, resultar más protector de los llamados derechos sociales que la izquierda.
EL PP presume muchas veces de sus 700.000 militantes, pero, salvo en algunos lugares, no tiene una maquinaria política medianamente en forma, como se demuestra cuando se queja, a mi modo de ver absurdamente, de que las sonoras pifias de ZP no obtengan en las calles el rechazo que cosecharon sucesos mucho menos imputables a errores del PP, como se pudo ver en el ejemplar caso del Prestige.
Si el PP temiese la respuesta negativa de una izquierda siempre dispuesta al “no pasarán”, se equivocaría con un imposible disimulo, mientras que trabajará en contra de sus intereses, y de los de la democracia, si renuncia a desarrollar políticas nítidamente distintas de las del PSOE, y a justificarlas sin ninguna clase de temores. Ese trabajo ha de suponer un día a día sin desmayo y sin miedo, un análisis continuo de los problemas de los españoles y un contacto constante con la sociedad civil. El problema es que eso suele ser incompatible con una organización cerrada, sin ninguna democracia interna, y cuya acción política tienda a limitarse al aplauso del líder cuando desplaza sus escenarios de opereta por los espacios afines.
[Publicado en El Confidencial]

La continuidad de Zapatero

Hace unas semanas, un inteligente artículo de José Luis Álvarez, profesor de Esade, realizaba un llamativo análisis de la posibilidad de que el actual presidente del gobierno decidiese no presentarse a las próximas elecciones generales. El argumento del profesor Álvarez suponía que Zapatero podría renunciar a un tercer mandato, o a una derrota, para abrir un proceso que evitase a la izquierda una larga e incierta travesía del desierto.

El artículo ha abierto un debate poco corriente sobre esta cuestión, una duda que los dirigentes socialistas tratan de cerrar de manera indisimulada. Pero no es fácil que lo consigan del todo, porque el profesor madrileño ha acertado a plantear un asunto inesquivable. Según él, si todo siguiera como parece que lo va a hacer, las próximas elecciones generales serían muy diferentes a cualquiera de las anteriores por la enorme debilidad de los liderazgos en juego. Las elecciones funcionan con un sistema de agregación entre ideología, programa y liderazgo, en el que este último ha jugado siempre un papel decisivo, un papel que, en 2012, no podría ser sostenido por Zapatero, ni, según su análisis, por Rajoy. Si cualquiera de los dos grandes partidos decidiese buscar un candidato mejor el juego de fuerzas se vería alterado y, según Álvarez, el PSOE está, ahora, y no por mucho tiempo, en las mejores condiciones para lograrlo.

La consecuencia más importante de su planteamiento no es, como pudiera parecer, que evitar la alternancia en el 2012 sea completamente imposible, aunque Álvarez no lo diga con toda crudeza, sino que perder las elecciones en el 2012, con Zapatero frente a Rajoy o como fuere, no es lo peor que le pudiera pasar al PSOE. Lo que realmente está en juego es que la reconquista del PSOE al poder podría requerir un proceso muy penoso e inusitadamente largo.

Quizá el profesor Álvarez peque de optimismo por una de estas dos razones: en primer lugar, considerar que los partidos españoles puedan hacer algo contra los intereses de sus líderes, o, en segundo término, por creer que los líderes tengan la capacidad de ver más allá de sus propias vanidades.

Es posible, sin embargo, que acierte en lo que se refiere al PSOE, un partido que, como tal, tiene más cuerpo que el PP, una fuerza política lastrada por su naturaleza absurdamente monárquica y por su empeño en mantener un liderazgo hereditario.

El PSOE ha sido siempre algo más que Zapatero, y, antes del peculiar ascenso del falso leonés, ha sido algo muy distinto de lo que ahora es. La cuestión es la siguiente: ¿Hay en el PSOE energía política suficiente como para hacer cálculos a largo plazo y más allá de los inconsistentes devaneos de Zapatero? Como soy optimista, creo que es así, y me parece que hay algunos dirigentes que, digan ahora lo que dijeren, tienen que jugar a un post-zapaterismo inmediato, tal vez con el visto bueno del propio presidente.

Hay dos variables independientes que, más allá de cualquier clase de argumentos formales, van a influir poderosamente en el destino de esta cuestión: la marcha de la crisis, puesto que sería de broma que Zapatero pretendiera presentarse para arreglarla, aunque ese sea el argumento de la señorita Pajín, y las consecuencias de la sentencia del tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán, sean las que fueren. No cabe negar, sin embargo, la posibilidad de que se esté gestando un cierto reflujo del PSOE hacia su versión más nacional, un papel que muchos pudieran atribuir a Bono, pero en el que un político como José Blanco podría jugar con argumentos mucho más sólidos.

Visto lo visto, para cualquier hombre de izquierda con la cabeza bien amueblada, el principal reto político es ya la salida del zapaterismo. Tal vez Álvarez sobrevalore la tendencia a la alternancia en la democracia española, aunque, evidentemente, esa tendencia sea mayor en unas elecciones nacionales que en las territoriales, pero es un factor que no cabe despreciar y en el que se apoya inequívocamente la estrategia del líder del PP.

Para los socialistas, las próximas elecciones generales representan, evidentemente, un riesgo enorme; en primer lugar, porque pueden perderlas y tratarán a cualquier precio de que no sea así, pero, en segundo lugar, porque esa derrota podría convertirse en una auténtica debacle si el partido no hubiese sido capaz de ofrecer una alternativa a la derecha, pero también a sus propios errores. Comenzar a rectificar puede ser la medida más atrevida, pero también la más acertada, porque Zapatero podría prolongar su influencia más allá de la presidencia del gobierno dando paso a una voladura controlada de los efectos de su programa, y presentándose como el líder capaz de hacer lo que no supo hacer Aznar, preparar una sucesión ordenada con un partido en forma y sin hipotecas. Algo de eso intentó hacer el partido republicano en los EEUU, pero enfrente estaba Obama, lo que no es el caso aquí.


[Publicado en El Confidencial]

El tiempo político

Creo que muchos tendrán como un invento de la democracia española la idea de que la sabiduría del gobernante consista en el arte de controlar los tiempos. Siento molestar a los que crean descubrir en ese argumento alguna suerte de novedad. Por muchos aspavientos de protesta que se hagan, la acción política está siempre marcada por una tradición, por esas costumbres que, como han subrayado los filósofos, son más difíciles de cambiar que las leyes escritas.

A mí, modestamente, me parece que la idea de controlar el ritmo político, aunque entre españoles pueda ser aún más antigua, tiene un antecedente inmediato en el modo de actuar de Franco, en esa su costumbre de amontonar los papeles de manera que el tiempo se encargase, a su manera, de resolverlos. Otra manera de actuar que, afortunadamente, se lleva menos, es la de Stalin, que tampoco era un gran demócrata, quien, al parecer, solía decir que si se muere el que plantea un problema, el problema tiende a desaparecer. Cabe discutir sobre la eficacia de ambos procedimientos, pero hay que reconocer que el primero no invita, directamente al menos, a la eliminación del sujeto problemático, procedimiento muy querido por el padrecito Stalin.

De cualquier manera, demorar las cosas suele ser una manera de tratar de evitarlas y, a su vez, una consecuencia de creer que los problemas son menos reales que artificiales. Sentarse a ver cómo pasa el cadáver del enemigo por delante de nuestra puerta puede ser un consejo útil para estoicos, yoguis y toda suerte de imperturbables, pero puede ser una receta letal para el político. Pondré dos ejemplos de esta misma semana para mostrar el estilo político menos afectado por la tendencia a evitar errores: Obama se metió en un jardín acusando a un policía de racista, e, inmediatamente, llevó al policía a la Casa Blanca para disculparse; Esperanza Aguirre se propasó, ligeramente, adjetivando a Zapatero, pero le llamó al día siguiente para excusarse. No es que el político tenga que vivir a golpe de agenda y sobresalto, pero creo que forma parte de la mitología ligada a la “lucecita de El Pardo” esa creencia en las supuestas virtudes de la desaparición.

Entramos en el verano agosteño que, en España, supone un gigantesco paréntesis, apenas ocupado por los incendios y por los chicos de ETA, que colocan algunas bombas, especialmente sonoras en época de playa. Pero en muy poco más de cuarenta días estaremos metidos de lleno en un otoño de espadas que se anuncian con vivos reflejos. Los políticos debieran acelerar, porque lo que pasa en España no se deja reducir a los aspavientos de nadie; urgen las reformas muy de fondo y en el Parlamento, y para eso se requiere imaginación, energía, cierto sentido del riesgo y algo de diligencia. Y, por supuesto, algún plan.

[Publicado en Gaceta de los negocios]