Zapatero acaba de disponer sus fuerzas de cara a una batalla que considera de final incierto, y no muy inmediato. Al replegarse en torno al roquedal de los servicios del Estado, poniéndolos al mando de un presunto delfín, ha adoptado la decisión de que los suyos mueran con las botas puestas. Desde su bunker confía en resistir, incluso en ganar, sin renunciar en ningún momento a castigar los flancos de un enemigo que cree pueda cometer errores de bulto, y caer en alguna escaramuza de última hora, como en 2004.
Rajoy ha aguantado con éxito una larga caminata al frente de un partido cansado, desconcertado, y sin ilusión, pero a menos de un año y medio de las elecciones, las encuestas le dibujan unánimemente un panorama casi risueño. Es verdad que se trata de un camino todavía largo, es cierto que va a estar jalonado de sobresaltos, y es innegable, por último, que el entusiasmo de los suyos y el deseo que los electores sienten por su victoria es todavía sencillamente descriptible. ¿Qué hará Rajoy?
La inercia, siempre tan poderosa, le invitará a seguir como hasta ahora, aprovechando los fines de semana para dar abrazos a los incondicionales, y repitiendo en el Congreso de los Diputados algunas verdades esenciales, es decir, haciendo la oposición de oficio que le ha traído hasta aquí, gracias, todo hay que decirlo, a la habilidad con la que el gobierno iba destruyendo los años de prosperidad.
Aunque esa estrategia resultase ganadora, como ahora parece que puede serlo, es fácil que sus resultados de medio plazo pudieren ser bastante insatisfactorios, tanto para el PP como para la misma democracia, como trataré de explicar.
Los dirigentes políticos tienden a aprovechar las oportunidades que se les presentan, pero no siempre tienen el coraje de rentabilizarlas al máximo. De seguir la vía fácil, de conformarse con ver cómo el enemigo se consume o se destroza, el PP llegaría de nuevo al gobierno por el fracaso de los socialistas y no por sus merecimientos.
Al actuar de este modo, el PP apostaría por mantener en precario su capital político propio, es decir, por aceptar que una mayoría de electores siga pensando algo como lo siguiente: aunque los buenos sean los socialistas, de vez en cuando hay que dejar que la derecha ponga orden en las cuentas.
Rajoy puede tener la tentación de conformarse con esa solución, pero ello sería un fraude con sus electores, con los millones de españoles que saben que este país necesita fórmulas muy distintas a las de la izquierda, porque ni el crecimiento económico, ni el empleo, ni la prosperidad, ni la libertad, están garantizadas con las regulaciones y soluciones que siempre acaba por proponer el PSOE.
La oportunidad que brinda la situación política actual para cambiar la cultura política dominante entre los electores españoles es única, pero, para avanzar por ese camino, el PP no debería conformarse con indicar los gruesos errores que ha cometido Zapatero, sino que tendría que atreverse a explicar las verdades económicas y políticas que la izquierda pretende negar, y cuya negación es la causa última de la mayoría de nuestros problemas.
Eso, en la práctica, se consigue haciendo un programa serio, un análisis a fondo de las causas de nuestras dificultades, y una apuesta valiente por las verdaderas soluciones, por políticas distintas. En lugar de hacerlo así, la tentación de Rajoy podría ser la de ganar sin ruido para tratar, luego, de gobernar con calma, evitando el riesgo de que las discusiones y los problemas pudieran ahuyentar a los electores. Aunque cueste trabajo creerlo, así piensan algunos que se tienen por puntales del PP.
Para hacer un programa solvente y atractivo, se requiere tener un partido en forma, y eso exige algo más que convocar asambleas aplaudidoras, los fines de semana y para consumo del telediario. El PP tiene obligación de celebrar en breve un Congreso del partido, y no debería perder una oportunidad de fortalecimiento como la que representa un Congreso bien convocado y bien resuelto. Es lógico que muchos de los que forman guardias pretorianas, más o menos formales, del líder del PP, teman que el Congreso Nacional del PP pueda poner en cuestión su situación en la nomenclatura del partido, pero este no debería ser un argumento serio para posponer el Congreso que, de no celebrarse, supondría una seria hipoteca en la legitimidad de su actual presidente.
Rajoy será, con casi absoluta seguridad, el siguiente inquilino de la Moncloa, pero debería de ocuparse de no llegar ahí con hipotecas, con programas ocultos, con miedo a hacer lo que crea que haya de hacer. Puede que quienes le rodean le aconsejen prudencia, pero si la prudencia es enemiga de la temeridad, lo es también del quietismo y de la pusilanimidad. No se trata solo de contestar a lo que será una abundante cosecha de improperios, sino de atreverse a decir bien alto a los españoles que las cosas se pueden hacer mucho mejor de otra manera.