¿El Confidencial sin Cacho?


Hoy me he despertado antes de lo habitual, como si presintiese algo negativo. Me he tropezado con ello al leer uno de los medios digitales que leo inexcusablemente al levantarme. Resulta que Jesús Cacho ha sido sustituido en la dirección de El Confidencial (remito al link más explícito a la hora de redactar estas líneas). No tengo elementos para juzgar sobre el caso, pero me parece que se trata, inequívocamente, de una mala noticia. Deseo, sin embargo, que EC pueda seguir jugando el buen papel que jugaba, pero me temo que vaya a ser difícil: veremos.
No es que yo mitifique a Jesús Cacho, simplemente creo que es un periodista bastante más atrevido que la media, y eso es muy importante en un país tan cobarde como el nuestro, en una sociedad en que existen tabúes hasta sobre los tabúes. Supongo que JC habrá hecho de las suyas en algunas ocasiones, pero lo que sé es que ha sido valiente en otras muchas, en las que le han hecho merecidamente ejemplar por su capacidad crítica. No comparto, por ejemplo, su tratamiento de Aznar, Franquito, como solía llamarle, aunque, porque, aunque comprenda las razones por las que me parece lo hacía, creo que su balance del personaje era muy sesgado e injusto, pero al menos decía lo que pensaba siendo seguramente menos partidario de quienes le han sucedido, quiero decir que JC no se dejaba llevar por el maniqueísmo oficialmente reinante, si A es malo, su contrario ha de ser bueno por definición, y eso siempre es de agradecer. Echaré de menos, como mínimo hasta que reaparezca en otra parte, imagino, su capacidad de referirse a temas que casi nadie se atreve a plantear, esa sensación de libertad que daba leerle y que es tan inusual entre nosotros.
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El método Ponzi de gobierno

Se mire como se mire debería causarnos extrañeza que una buena mayoría de ciudadanos consideren que las reglas lógicas y morales que se deben aplicar a las conductas de cualquiera no se apliquen a las acciones de gobierno. Pongamos la estafa piramidal o de Ponzi que casi todo el mundo considera un método ridículo de engaño, además de una canallada. El señor Madoff ha dejado a mucho rico descompuesto y en ridículo, de manera que es posible que nunca sepamos cuánto han perdido algunos de los avispados españoles  que, el pasado domingo, hubieron de dejar apresuradamente la escopeta al secretario, según narraba Cacho, para comprobar la magnitud del agujero y recomponer el gesto a toda prisa.

Pues bien, el caso es que los Gobiernos parecen no tener ninguna clase de miedo al método de la pirámide y lo aplican con singular salero sin que el respetable tuerza el gesto; se considera incluso una exageración hacer cálculos sobre lo que nos toca a cada cual del montante que ZP destina al dispendio. A Madoff se le agotaban los rendimientos pero seguía habiendo ingenuos suficientes para cubrir el expediente y que no cundiese el pánico; a Zapatero no se le agota el crédito y sigue poniendo miles de millones encima de la mesa  de una manera que haría palidecer de envidia   a cualquier Ponzi.

¿Cómo es posible sostener que siempre habrá dinero suficiente en las arcas públicas como para que ninguna de las  grandes columnas que sostienen el tinglado se tambalee? Es, además de una estafa, el mundo al revés. Los estados viven de los impuestos y, si arruinan al país, se van a pique: no sería la primera vez que pasase. La España de Felipe II se desangró tras años de gasto desmedido, insostenible e inútil con  las tropas de Flandés y ahí empezó su ruina. Islandia ha quebrado y hay varios países, como Argentina, en los que nadie entra con un duro por miedo a que se lo quede el insaciable de turno.

Es algo así como  el movimiento perpetuo que es imposible en física pero que goza de buena fama en economía política: se le quita el dinero al ciudadano futuro engrosando el déficit y la deuda pública y se le devuelve luego al votante inmediato en forma de subvenciones, retrayendo, eso sí, un pequeño porcentaje para que puedan vivir dignamente los que mantienen el cotarro y para que la Banca no pase aprietos.

Zapatero tiene un buen sistema montado sobre tres pivotes que definen un plano perfecto: los financieros, que son muy finos y siempre tienen ocurrencias y dinero de bolsillo para lo que sea menester, los funcionarios que se dedican a las pompas y a mantener la ilusión de un estado de derecho, y los sindicatos que se encargan de que el personal de abajo no se ponga levantisco e impertinente. Esto de los triángulos siempre da mucho juego, como se ve perfectamente cuando se examinan a fondo las habilidades del trilero. Si no eres ni funcionario, ni financiero, ni sindicalista, es que no vales gran cosa, de manera que tampoco te quejes y procura no desmandarte, porque el panorama puede empeorar. No me olvido de los nacionalistas, pero a estos efectos los considero incluido en las categorías anteriores, aunque siempre en cabeza de las respectivas clases.

Aquí no había crisis, y cuando la ha habido fuera y nos contagia pues a gastar dinero público. A los funcionarios se les sube el sueldo porque están un poco desanimados con el panorama. A la Banca créditos a mogollón de manera que no tengan que pujar en las subastas que se considera poco adecuado a gentes tan sutiles. A los sindicatos más jabón, más liberados y más consultas: el caso es que se queden quietos y que aquí no se entere nadie de lo que realmente hacemos.

Hacia 1872 decía un personaje de Galdós que “Todos los españoles adquirimos con el nacimiento el derecho a que el Estado nos mantenga, o por lo menos nos dé para ayuda de un cocido”. Los españoles somos tan generosos que agradecemos las dádivas del poderoso sin reparar en que nuestro bolsillo tal vez esté vacío por sus excesos. Claro que quienes más reciben no son precisamente quienes más trabajan, de manera que para ellos el negocio es pingüe y los demás no podemos protestar porque sería insolidario.

Tenemos un país que se desmorona y el gobierno parece creer que esto se arregla gastando. No se va a ninguna parte por ahí, pero cuando el público se dé cuenta ya inventarán a quién echarle la culpa del desaguisado, aunque ya se nos advierte con claridad que la culpa es del liberalismo que hay que combatir con una unión más estrecha entre las grandes familias del régimen: más control de las finanzas, más gasto público y algo de movilización social para que no se nos caigan los palos del sombrajo.

Este gobierno tiene puestas sus grandes esperanzas en que la crisis que vino de fuera se vaya a tiempo por donde ha venido, que la bonanza exterior nos resuelva el caso para poder seguir gastando mientras el cuerpo aguante. Es lo que dijo Madoff, qué lástima que la crisis me haya arruinado el invento.

[publicado en elconfidencial.com]