Lágrimas en la lluvia… y de nuevo el subjuntivo

Juan Manuel de Prada es un excelente novelista y un pensador muy a lo Chesterton, contestatario, poco convencional y valiente. Aunque no siempre esté de acuerdo con lo que escribe o dice, siempre le escucho con atención porque trata de decir las verdades, sobre todo las que no están de moda, aunque duelan. Acaba de inaugurar un programa de televisión en Intereconomía TV con el título de Lágrimas en la lluvia, y lo ha anunciado en su cadena con un spot en el que dice algo parecido a esto: “ya no podrán quejarse de que la televisión es [cursivas de mi cosecha] un desierto de la inteligencia…” Lo que lamento es que un escritor de su calidad le peque tal patada a la buena gramática en un caso tan obvio. Lo que quiere decir, en buen español, es lo siguiente: “ya no podrán quejarse de que la televisión sea un desierto de la inteligencia…”, al menos así lo creo. Es lástima que se pierda por descuido el subjuntivo castellano, pero si los escritores cultos lo tratan así, ¡qué no harán todos los demás!

La nueva gramática de la lengua española

Los Reyes me han dejado una onerosa carga, la nueva gramática de la lengua española, de la Real Academia de la Lengua y del resto de las academias de la lengua española que existen en el mundo. La obra es excesiva, cerca de cuatro mil páginas de apretada tipografía. Carezco de cualquier autoridad técnica para criticar el contenido de la obra o sus afirmaciones más sorprendentes, pero sí creo oportuno hacer unas observaciones de usuario, un tanto frustrantes.

En primer lugar, el nivel que se exige al lector que quiera consultar cualquier cosa es muy técnico, y eso hace que muchas de sus afirmaciones sean más discutibles, seguramente, de lo que debieran.

En segundo lugar, esta obra es un trabajo de investigación, mejor, una serie de trabajos de distinto porte, que acaso tuvieran mejor cabida en revistas especializadas que en algo que debiera ser un manual de consulta para lectores preocupados con las dudas que les plantea el uso de su lengua.

En tercer lugar, la publicación de un trabajo de este tipo ya debiera ser directamente en Internet, lo que facilitaría mucho su actualización más o menos permanente.

No hay duda de que la lengua es un fenómeno cambiante, y de que la ciencia que la estudia también tiene derecho a serlo, pero me parece que el nivel de novedades que introduce esta edición, insisto en que no soy experto, va a resultar de difícil acogida para el público culto. Los especialistas pueden ir tan lejos como quieran, pero en una lengua que, de alguna manera, admite una institución que ejerza una función de carácter normativo, como son las Academias, el trabajo de estas debiera tener, me parece, un aspecto más clásico, dejando las innovaciones para los artículos de revista especializada y haciendo las explicaciones más inteligibles para el hablante no experto.