El Presidente del Gobierno ha utilizado su capacidad de crear Ministerios de un modo esencialmente mágico. Me refiero a que, cuando decide aumentar a su antojo el número de asientos del Consejo de Ministros, da a entender que con ello se logra la solución de un problema largamente soportado por los ciudadanos, como él dice con singular donosura. Su generosidad es tanta que incluso crea Ministerios para resolver problemas que no sabíamos que existiesen.
Más de uno habrá sentido, por cierto, un respingo al anunciarse la creación de un Ministerio del Deporte y habrá pensado, malignamente, que la racha de buenas noticias (Alonso, el mundial de baloncesto y la plata de Pekin, el Barça campeón de Europa, Nadal, Contador, Sastre, la Eurocopa de fútbol, la Copa Davis y un buen número más de alegrías españolas) corre serio peligro. Zapatero ha debido de pensar, por el contrario, si todo esto se ha conseguido sin Ministerio… imaginen lo que lograremos cuando lo haya.
Con este punto de vista, la verdad es que Zapatero está siendo bastante cicatero. Por ejemplo, es verdad que ha creado un Ministerio de la Igualdad, pero no ha creado el Ministerio de la Solidaridad ni, menos aún, el de la Diferencia, aunque me temo que esto podría sonarles algo liberal y no es cosa de hacer que la gente se confunda. En cualquier caso, Zapatero podría crear una plétora de nuevos Ministerios hasta ahora vilmente desatendidos. No tenemos, por ejemplo, un Ministerio de la Ciudadanía, y mira que la cosa es importante, ni tenemos un Ministerio del Talante, un tema que empieza a estar peligrosamente desatendido en las preocupaciones oficiales, aunque tal vez se deba a que los de la oposición se han aprendido el catecismo correspondiente. Carecemos de un Ministerio de la Moda, de Ministerio de la Alimentación y la Dietética, de Ministerio del Diálogo (con al menos una secretaría de Estado para lo de las civilizaciones), de Ministerio de la Circulación (capaz de conseguir que, finalmente, el Gobierno pueda conducir por nosotros con el consiguiente ahorro de vidas y primas de seguro) y ni se oye hablar, por ejemplo, de un necesarísimo Ministerio de la Laicidad. Seguimos sin tener un Ministerio de Inversiones en el que habría que incluir la correspondiente Secretaría de Estado de Tergiversaciones (que, obviamente, se llamaría de otra manera) en la que habría de recaer la inmensa tarea desarrollada por la oficina económica de Presidencia, apenas sin medios. De este modo se podrían llevar a cabo con más facilidades las delicadas tareas de dirección del gran capitalismo a través de acciones hábilmente concertadas con amigos de ocasión; de cualquier manera en este terreno se han conseguido éxitos muy notables, por ejemplo, que estemos hablando del caso Repsol sin darnos cuenta de que el verdadero caso es el de Sacyr, pero por algo se empieza.
No veo, sin embargo, a Zapatero muy lanzado en esta dirección, para mí que se está aburguesando y se le pone cara de Felipe, un producto muy duradero, como se ha podido comprobar. Aviso a mis lectores de la peligrosa conversión al atlantismo que se ha operado en nuestro líder con solo sentarse en una silla prestada en una cumbre estrafalaria presidida por un cesante de muy bajo coeficiente intelectual, como aquí todos sabemos. Zapatero se ha hecho peligrosamente liberal de puertas afuera, aunque conserva su lado cálido y socialdemócrata cuando habla a sus fieles a los que hay que ir atlantizando poco a poco (pueden bastar 14 años, como paso con Felipe). Lo importante no es el número de Ministerios sino que el gato cace infelices.
[Publicado en elestadodelderecho.com]