Lo que España no quiere escuchar

Un artículo de Alejo Vidal Quadras en la Gaceta de hoy llama la atención sobre una carta que nadie quiere escribir, sobre los problemas de los que no se quiere hablar. Creo que habría que corregir un poco al brillante analista, y decir que esa carta sí se escribe, él mismo lo ha hecho hoy, pero son pocos los que escuchan, los que quieren oír la gravedad de lo que está pasando, en política y en economía, y tomarse en serio lo que oyen.

Quien no lo hace nunca es el presidente del gobierno, porque en lugar de ocuparse de lo que debiera, se ocupa de seguir en lo suyo, aunque haya ingenuos que piensen que pudiera no presentarse a las próximas elecciones. Zapatero está demostrando ser un maestro consumado en el arte de manejar a los españoles, porque nunca nadie ha conseguido nada con tan poco. Es el indiscutible campeón en el arte de engañar al tiempo que se halaga; nadie le aventaja en ese oficio ni se acerca a su maestría. Quienes piensen que pueda creer en algo de lo que dice tienen mucho trabajo por delante para entenderle, porque no es fácil encontrar una categoría en la que colocarle.

¿Qué dice a los españoles? Que nunca pasa nada, que todo se arregla con el tiempo, que la culpa es de otros, que no nos armemos líos innecesarios con la lógica, que no nos tomemos en serio ninguna de nuestras preocupaciones. Este personaje es el ideal para que los españoles continúen ignorando lo que les pasa, eso que ya decía Ortega que nos pasaba hace muchas décadas.

Lo terrible es que es modelo de política irresponsable ha hecho escuela, y que la oposición parece conformarse. Ya puede desgañitarse don Alejo, que mientras los españoles no vean el país hecho trizas y sin remedio preferirán seguir escuchando al flautista. Muchos creen que eso es precisamente la democracia, una especie de nirvana, y ZP es un coach inmejorable para esta clase de ejercicios: empezó con el talante y acabará con la ataraxia, es un ingeniero del alma, un verdadero poeta.

Los habitantes de la casa deshabitada

Enrique Jardiel Poncela escribió en 1942 una comedia cuyo título me viene con frecuencia a la cabeza al pensar en la situación del PP. La comedía de Jardiel es pura fantasía, y se ha visto siempre como una anticipación del llamado teatro del absurdo. La situación del PP no es precisamente fantástica, sino paradójica, de modo que no me atrevería a distinguirla nítidamente del segundo marbete.

La paradoja principal del PP consiste en lo que podríamos llamar su miedo a estar presente, a ser protagonista, a hacer o decir algo original, a asumir algún compromiso sustantivo más allá del halago repetido a las diversas y abundantes especies de agraviados por la política zapateresca. Los líderes del PP parecen creer que yendo al tran-tran alcanzarán la victoria, y que no mojándose en exceso nadie podrá reclamarles después ningún incumplimiento. Esa especie de tontuna se alimenta con encuestas, de manera que donde debieran leer mero descontento con el gobierno, encuentran, vaya usted a saber por qué, aprecio a sus propuestas, aunque nadie sepa muy bien a cuáles.

Mariano Rajoy parece, en ocasiones, aplastado por una creencia deletérea: le de creer que ha heredado un partido perdedor, lo que, además de no ser exacto, constituye una disculpa neciamente ridícula. Al aceptar esa condena, cosa que irrita sobremanera a la mayoría de sus militantes y electores más aguerridos y capaces, se condena a la pura realización de tareas menores, a ser un adorno del sistema sin que pueda atreverse a jugar en serio para conseguir el mandato de gobernar esta vieja y desvencijada España.

Cuando el PP se dedica, únicamente, a ejecutar piezas de repertorio, a las cantinelas archisabidas, a la celebración de esos cargantes e inútiles actos que se ofrecen a los pasmados televidentes como concentraciones de agradables aplaudidores del líder de turno, muchos de ellos probablemente a la espera de un puestecillo, los españoles con la cabeza sobre los hombros y que desearían el relevo la destitución pacífica y civil de un gobierno desdichado, se ven condenados, irremediablemente, a una melancolía honda.

¿Es inevitable que el PP esté forzado a practicar una oposición rutinaria y ayuna de imaginación? En absoluto. ¿Hay alguna razón misteriosa por la que este PP sea incapaz de suscitar entusiasmo y ampliar sus adhesiones, por lo demás ya muy sólidas? De ninguna manera. ¿Qué ocurre pues?

Me parece que hay dos géneros de causas para explicar la abulia política del PP. Una de ellas es el miedo a la complejidad interna del partido; la otra es el temor a no acertar con la tecla adecuada para formular políticas originales y ambiciosas, y, consiguientemente, la decisión de vivir de las supuestas rentas del pasado.

El primero de los miedos se escenificó con toda solemnidad en el lastimoso Congreso de Valencia en el que los supuestos representantes de más de medio millón de afiliados llegaron a la cita con el voto amarrado por la dirección para que nadie se desmandase. Esa manera de hacer partido es una manera segura de derribarlo, de anestesiarlo, de condenarlo a la inanición intelectual, política y social. El PP no tiene que tener miedo a mirarse en el espejo y darse cuenta de que su imagen es más parecida a la sociedad española que lo que dan a entender sus dirigentes; el PP tiene que acostumbrarse a debatir, a pensar, a afrontar las cuestiones en lugar de tratar de ponerse de perfil para que nadie les pille en un renuncio. Si el PP no corrige su estrategia esquiva y lastimosa, antes de las siguientes elecciones generales, tendrá muy pocas opciones de derrotar al candidato socialista, sea quien fuere. Hay un Congreso ordinario previsto y será una magnífica oportunidad para hacer bien lo que antes se ha hecho mal, pero muchos se dejarán llevar por la tentación mortal de convertir el Congreso en una supuesta exaltación del líder, en una ocasión más para repetir esa estúpida imagen de aplaudidores y banderolas que ni interesa a nadie, ni a nadie mueve.

El segundo temor tiene el mismo remedio. El PP debe organizarse desde ahora mismo para presentar un programa completo, atractivo y creíble, que muestre a los españoles lo que el PP quiere ser, algo más y algo distinto de lo que ya ha sido. La derecha no puede vivir de las rentas, de la convicción de que los españoles comparten la idea de que el PP es mejor gestor de la economía, y se entusiasman con unos principios tan aludidos como inanes. Un Congreso está para formular políticas que sean susceptibles de obtener un mandato electoral, de conmover a la opinión y de modificar el cuadro de expectativas de voto por razones distintas al mero cabreo por la crisis económica.

La derecha padece una resistencia tradicional a tomarse en serio la importancia de las ideas y tiene que corregirse si quiere ser algo más que un comparsa de nuestra historia política futura. Para ganar, tiene que esforzarse en merecerlo, y vencer los miedos que la atenazan e inhabilitan.

Entre la opereta y el escarnio

El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se distingue del de Felipe González, entre otras cosas, en que no acierta ni cuando rectifica. La portentosa serie de despropósitos que han conducido a la humillante situación en que se encuentra la activista saharaui varada en Lanzarote solo se podrá superar, con esfuerzo, por lo que suceda en los próximos días.

Cuesta trabajo encontrar un ejemplo, incluyendo los casos literarios, en que haya mayor contraste entre la solemnidad de las proclamaciones y la ridiculez de los actos. Me corrijo; para los que recuerden las historias de Tintín, puede que Hernández y Fernández exhiban una colección más amplia de dislates, pero no conviene olvidar que ellos solían ejecutar el desatino en pareja, mientras que Zapatero lo hace todo él solito, porque sus ministros no pasan de meritorios o, en el caso de la Vice, de figurantes con frase.

No es necesario remontarse a otras calendas, para enumerar una lista de disparates realmente insuperable: el apoyo a la investigación suprimiendo las ayudas que la hacen posible, el rescate del Alakrana, que se paga y no se paga, la economía sostenible que se queda en puras palabras, una regulación de la red que incluye y rechaza, a la vez, el cierre de páginas web, los crucifijos que no se retiran pero ya se verá, los brotes verdes que se adelantan y se retrasan, el diálogo social que consiste en no decir nada, el programa de la presidencia española de la UE que produce risa floja, la crisis en la que nunca entramos y de la que ya estamos saliendo, y un largo etcétera que cualquiera puede ampliar sin esfuerzo.

Me parece imposible que no aumente de manera vertiginosa el número de ciudadanos estupefactos y que estarían dispuestos a salir corriendo, si tuvieren algún sitio al que poder ir. No hay más remedio que recordar la pesimista reflexión de Cánovas que recoge Pérez Galdós: “son españoles los que no pueden ser otra cosa”.

El mérito de esta incomparable situación no puede quedar solo en las manos de su principal protagonista. Sería notoriamente injusto privar de este éxito clamoroso a dos colaboradores necesarios para que se sostenga la insólita duración del esperpento.

En primer lugar a los ciudadanos que lo aplauden, entre los que hay que destacar a aquellos que tienen responsabilidades muy específicas y que, por las razones que fuere, no ejercen. Siempre que se habla de las instituciones, se olvida que las encarnan personas, aunque ellas no suelen olvidarlo. Se me permitirá una anécdota: el otro día cené con un amigo más de derechas que el palo de la bandera (vamos, de los que cree que Franco pecó de liberal, como se está viendo) que, por una de esas rarezas de la vida española, es amigote de un juez archifamoso; contó como el magistrado dice que en España puede hacer lo que le dé la gana, naturalmente sin riesgo alguno. Estos individuos, que saben beneficiarse de la tontuna reinante, son mucho menos responsables que el resto, que los que, simplemente, admiran lo que ZP tiene de Fray Gerundio de Campazas, alias Zote, una conducta que me voy a resistir a calificar por un mínimo respeto a sus personas. Decía Russell que los elegidos no pueden ser nunca peores que quienes los eligen, y tenía mucha razón.

Pero, como en los crímenes, hay otros cooperantes necesarios de este sainete que nos desangra. Me refiero, obviamente, a la oposición, al núcleo dirigente del PP con su líder a la cabeza. Se nos contestará que van por delante en las encuestas, faltaría más. Pero, por si no lo saben, cada vez son más lo que creen que una victoria del PP tampoco servirá para nada, y lo creen a la vista de la inanidad de su posición, que oscila entre el desgañitarse sin venir mucho a cuento, y el mirar para otro lado. El PP está encerrado en sus cuarteles, desde los que dispara sin mucho tino y cuando apenas hay riesgo, esperando que el pueblo acuda para llevarle en volandas a la Moncloa. Vana esperanza. Para su desgracia, cada vez son más los que piensan que es preferible vivir con rabia contra el enemigo, que tener que defender al amigo necio.

Confiados en que las elecciones se pierden en lugar de ganarse, y hay que reconocer que saben del caso, olvidan que esa misma esperanza lela, me temo que aconsejada por el mismo experto, sirvió para que los socialistas ganasen en 1993, casi en 1996, en 2004 y en 2008. No cuento las fechas anteriores al 93 porque entonces el barco del PP estaba en manos de Fraga y de Gallardón que siempre han sabido ser una autentica garantía para el contrario.

En política no se hace nada grande sin ilusión, sin esperanzas, sin entusiasmo, sin ambición, sin programa, sin convicciones, sin dar la cara y la batalla. Las tácticas de descuido que sirven para robar la cartera no debieran emplearse para ganar la confianza de una nación digna. Y, menos aún, cuando el enemigo es experto en las artes del escamoteo.

[Publicado en El Confidencial]

Nuevos Ministerios

El Presidente del Gobierno ha utilizado su capacidad de crear Ministerios de un modo esencialmente mágico. Me refiero a que, cuando decide aumentar a su antojo el número de asientos del Consejo de Ministros, da a entender que con ello se logra la solución de un problema largamente soportado por los ciudadanos, como él dice con singular  donosura. Su generosidad es tanta que incluso crea Ministerios para resolver problemas que no sabíamos que existiesen.

Más de uno habrá sentido, por cierto, un respingo al anunciarse la creación de un Ministerio del Deporte y habrá pensado, malignamente, que la racha de buenas noticias (Alonso, el mundial de baloncesto y la plata de Pekin, el Barça campeón de Europa, Nadal, Contador, Sastre, la Eurocopa de fútbol, la Copa Davis y un buen número más de alegrías españolas) corre serio peligro. Zapatero ha debido de pensar, por el contrario, si todo esto se ha conseguido sin Ministerio… imaginen lo que lograremos cuando lo haya.

Con este punto de vista, la verdad es que Zapatero está siendo bastante cicatero. Por ejemplo, es verdad que ha creado un Ministerio de la Igualdad, pero no ha creado el Ministerio de la Solidaridad ni, menos aún, el de la Diferencia, aunque me temo que esto podría sonarles algo liberal y no es cosa de hacer que la gente se confunda. En cualquier caso, Zapatero podría crear una plétora de nuevos Ministerios hasta ahora vilmente desatendidos. No tenemos, por ejemplo, un Ministerio de la Ciudadanía, y mira que la cosa es importante, ni tenemos un Ministerio del Talante, un tema que empieza a estar peligrosamente desatendido en las preocupaciones oficiales, aunque tal vez se deba a que los de la oposición se han aprendido el catecismo correspondiente. Carecemos de un Ministerio de la Moda, de Ministerio de la Alimentación y la Dietética, de Ministerio del Diálogo (con al menos una secretaría de Estado para lo de las civilizaciones), de Ministerio de la Circulación (capaz de conseguir que, finalmente, el Gobierno pueda conducir por nosotros con el consiguiente ahorro de vidas y primas de seguro) y ni se oye hablar, por ejemplo, de un necesarísimo Ministerio de la Laicidad. Seguimos sin tener un Ministerio de Inversiones en el que habría que incluir la correspondiente Secretaría de Estado de Tergiversaciones (que, obviamente, se llamaría de otra manera) en la que habría de recaer la inmensa tarea desarrollada por la oficina económica de Presidencia, apenas sin medios. De este modo se podrían llevar a cabo con más facilidades las delicadas tareas de dirección del gran capitalismo a través de acciones hábilmente concertadas con amigos de ocasión; de cualquier manera en este terreno se han conseguido éxitos muy notables, por ejemplo, que estemos hablando del caso Repsol sin darnos cuenta de que el verdadero caso es el de Sacyr, pero por algo se empieza.

No veo, sin embargo, a Zapatero muy lanzado en esta dirección, para mí que se está aburguesando y se le pone cara de Felipe, un producto muy duradero, como se ha podido comprobar. Aviso a mis lectores de la peligrosa conversión al atlantismo que se ha operado en nuestro líder con solo sentarse en una silla prestada en una cumbre estrafalaria presidida por un cesante de muy bajo coeficiente intelectual, como aquí todos sabemos. Zapatero se ha hecho peligrosamente liberal de puertas afuera, aunque conserva su lado cálido y socialdemócrata cuando habla a sus fieles a los que hay que ir atlantizando poco a poco (pueden bastar 14 años, como paso con Felipe). Lo importante no es el número de Ministerios sino que el gato cace infelices.

[Publicado en elestadodelderecho.com]