¿Un país descabezado?

Cesar Alonso de los Ríos afirma en Factual que España es un país descabezado. Sin disentir del diagnóstico, me pregunto cuáles serán las causas. Mejor dicho, no haré preguntas que puedan sonar a retórica. Me referiré a una noticia que ayer contemplé en el Diario de la noche de Telemadrid, por si de ahí se puede sacar alguna conclusión sobre el descabezamiento. La estupenda Ana Samboal le hacía una entrevista a Jesús Neira, un personaje que, imagino que muy a su pesar, está a medio camino entre la prensa rosa, el batiburrillo político y la Teoría del Estado, como él la llama. El motivo era la publicación reciente de un libro del profesor Neira, España sin democracia. ¿Cómo es posible que se piense que el país está descabezado si nada menos que un Telediario entrevista al autor de un libro sobre una cuestión tan palpitante? Me temo que Cesar debería revisar su diagnóstico. Un país en el que un profesor es inmediatamente entrevistado en uno de sus telediarios de referencia, a nada que publica un libro en una editorial prestigiosa, no es un país descabezado, no señor.

Vargas llosa y una tal Belén

En un debate epistolar con un grupo de amigos, partidarios de que nada es tan claro como parece, y siempre dispuestos a oscurecerlo un tanto para que no decaiga el ánimo, me he atrevido a comparar la autoridad de Vargas Llosa con la de una tal Belén, de la que he oído que es el segundo nombre más buscado en Google (¡Dios mío, qué pensarán de nosotros en Mountain View!). Todavía no he recibido el palmetazo merecido, que imagino plural, pero me reafirmo en lo dicho.

¡Qué se le va a hacer! Ya dijo Miguel Boyer hace muchísimos años que España es un país de porteras; lo que resulta sorprendente es que muchos de nuestros intelectuales, por decirlo de algún modo, tengan esa clase de hábitos, es decir que solo lean a los famosos o que coloquen las opiniones de los tales como si se tratase de fuentes inequívocas de autoridad cuando, en muchas ocasiones, carecen de cualquier conocimiento sobre el tema. Me parece que fue Ortega, seguramente escocido, quien dijo que fuera de la Física a Einstein no se le ocurrían más que tonterías. Eso es lo que creo, que casi cada cosa de la que merezca la pena discutir tiene sus dificultades y que, o se conocen si se han estudiado, o es mejor callarse, justamente lo que hacen los famosos, los tuttologos, los que si dejan de hablar dejarían de existir. Aquí somos muy aficionados a preguntarles a los escritores, por ejemplo, sobre el darwinismo o sobre el cambio climático, a tratar de averiguar lo que piensa un Almodóvar sobre la crisis o sobre Afganistán, o a titular a lo grande las ocurrencias de un cantante sobre el Papa.

Mi interlocutor, que es hombre prudente y leído, nos colocó un texto del Varguitas sobre la violencia que, a mi parecer, y al de algún otro, era una auténtica mierda de toro, como dicen los sajones. No tengo nada contra dosis razonables del producto sin las que sería muy duro llenar tantas páginas y tantas horas, pero cuando se trata de pensar un poco en serio hay que huir como de la peste de los bien pensantes y de los que fabrican mierda de toro sin pestañear.

¿Cuáles serán las razones de este curioso proceder? Trataré de no incurrir en el vicio que critico y evitaré pontificar sobre lo que no sé. Sugiero, sin embargo, que la vagancia y la alergia al estudio pueden tener algo que ver con el asunto. Somos un país de repetidores, de seguidores. De hecho, mucha gente pretende llegar a la cumbre repitiendo lo que dice alguien supuestamente eximio, siendo el representante o el equivalente de X en España, de manera que nos gusta el pensamiento bien empaquetado y si es guapo el que lo sostiene, mejor.

El paisanaje

Decía Josep Pla que en España lo único que no falla nunca es el paisaje, elogio que implica desengaño del paisanaje. Me viene a la memoria el recuerdo de Plá siempre que asisto a un episodio de entusiasmo popular como los que él retrató, de una manera distanciada y magistral, con motivo de la proclamación de la II República.

La democracia española ha merecido entusiasmos bastante continuados, pese a que ahora deje mucho que desear; es muy frecuente sentir la tentación de cargar las culpas de los fracasos a una clase política que, como es evidente, ni siquiera hace grandes esfuerzos por parecer mejor de lo que es. Pero es un engaño: tenemos los políticos que nos merecemos, y no los tendremos mejores mientras no nos esforcemos por conseguirlos, mientras no seamos mejores, cada uno en lo nuestro. Por eso me parecen especialmente graves las renuncias de tantas instituciones a ser lo que deberían ser, las defecciones de la Justicia, de la Universidad, de la Prensa, de los sindicatos y, por supuesto, de los partidos políticos.

Cuando nos indignamos del ridículo internacional de la retirada, o no, de Kosovo, por ejemplo, deberíamos pensar que esa imagen de país listillo, picajoso y malqueda no está demasiado lejos de la imagen que damos en otros muchos aspectos. Hace poco uno de los grandes periódicos internacionales hablaba de la tendencia al bizantinismo de la política española, subrayando nuestra infinita capacidad para discutir por las cosas más tontas, olvidando lo que de verdad interesa. Tenemos ahora, por ejemplo, más de tres millones de funcionarios, cinco veces más que hace treinta años, sin que nadie pueda decir que las cosas funcionan cinco veces mejor, pero a nadie parece importarle. La atención se centra en otras cosas. Llevamos varias semanas en que en las portadas de los periódicos, así les va, sigue saliendo el mismo crimen, un suceso en el que la policía ha hecho, desde luego, un papelón; vemos cómo muchos periodistas, en lugar de trabajar la noticia aunque disguste a los amigos, se convierten en jueces y en fiscales partidistas, tal vez para compensar el número de jueces que ofician de cosas enteramente ajenas a lo suyo. Tenemos un ejército que está dispuesto a lo que sea, menos a pegar un tiro, Zapatero los ha convertido en bomberos, y asistimos luego al desfile para ver unos tanques y unos aviones enteramente inútiles y extraordinariamente caros, pero eso llama menos la atención que una capitana embarazada o un sargento sarasa.

Causa sonrojo ver el nivel de conocimiento de nuestros estudiantes, pero seguimos pensando que en la educación se ha mejorado mucho, seguramente porque más de un conocido constructor y/o editor se ha hecho de oro a base de planes y edificios escolares. Así, no tiene nada de particular que muchos tengan por normal que un juez casi haya ido a la cárcel por prevaricar, aunque no se pueda saber cómo lo ha hecho, mientras que otro puede cobrar un pastizal por dar unas conferencias que generosamente le organiza un Banco al que casualmente libera, poco después, de una incómoda querella, sin que nadie sospeche nada. Somos tan listos, que hemos aprendido a distinguir lo que se nos manda y a confundir lo que nos conviene.

Con una opinión pública con tales tragaderas, es absurdo esperar que la democracia produzca grandes frutos, que mejore la calidad de nuestra administración o que promueva la libertad, la decencia y la igualdad ante la justicia. Hemos confundido la democracia con la lucha de partidos, y esta competencia con el puro “y tú más”; hemos aprendido a defender a los que tenemos por nuestros, por más que se haga evidente que son muy suyos, aunque sean resonantes los motivos por los que habría que darles, como mínimo, una jubilación urgente. Nos consolamos con votar al menos malo, sin hacer nada para que mejore, porque hay muchos que todavía están esperando el maná, a pesar de que es evidente que las Haciendas están tiesas.

Aquí hay gente que trabaja, y otros que miran cómo trabajan los demás, con el agravante de que muchos de estos pretenden que los primeros les pongan un sueldo, cosa que, aunque parezca increíble, sucede de continuo. Hay que reconocer que hace falta habilidad para lograr esa clase de sinecuras, pero ya me dirán cómo se ha llegado a los tres millones. Esperar de esta compañía el remedio de algo, es excederse en la ingenuidad, de manera que habrá que empezar a pensar en cómo frenar esa carrera para repartir mejor la carga. Hay hábitos que están muy bien para los carnavales y para los malos dramas de nuestro cine, pero que son completamente disfuncionales para superar las dificultades con las que estamos empezando a tropezar. Va a ser difícil encontrar políticos que le quieran hincar el diente a una pieza tan amarga, pero solo saldremos de esta si estamos dispuestos a esforzarnos, a dejar de pensar por cuenta ajena, a trabajar duro, a perder el miedo a decir cuatro verdades, aunque se irrite una parte del respetable.


[publicado en El Confidencial]