Una universidad pre-digital

Hoy me ha llamado la atención un par de cosas que, al parecer, ha dicho uno de los creadores deTuenti, Zaryn Dentzel, en una conferencia en Zaragoza. Las repito para ustedes, con todo mi dolor: “En España se enseñan lenguajes de programación de hace 20 años…”, «Aquí la formación técnica es muy mala porque los profesores enseñan lo que ellos saben, no lo que hay que saber ahora». No puedo estar rigurosamente seguro de lo que afirma Dentzel, pero me temo que esté en lo cierto.

Nuestras universidades no son mejores, sencillamente, porque ni siquiera lo intentan. No existen para competir y nadie va a ellas con esa intención. En ellas priman valores muy tiernos y cálidoscomo la solidaridad o el compañerismo (es un decir), pero casi absolutamente nadie se propone mejorar las cosas y, si alguien se lo propusiera, lo normal sería que acabare desesperado. No quiero gastar más líneas comentando una desgracia tan obvia para cualquiera que conozca el caso, pero sí quería llamar la atención sobre un aspecto que tiene que ver directamente con la observación de Dentzel, a saber, el grado de digitalización de nuestras universidades. Todo el que compare la página web de una universidad española con una americana de un nivel aparentemente similar, comprobará que aquí nos estamos quedando absolutamente rezagados. En algunas universidades, por ejemplo, aunque las actas puedan ser digitales hay que firmar ejemplares en papel, dicen que “por si acaso”. La mayoría de los profesores españoles no tienen una página web personal y muchos siguen ignorando la necesidad de estar presentes en ese espacio y las enormes posibilidades que con él se abren para el estudio y la investigación. El otro día vi en la tele a un par de famosos catedráticos hablando de la universidad, en tono quejumbroso, por supuesto, pero seguían hablando de saberse la lección, de explicar el tema y cosas así.

Las universidades debieran estar en vanguardia de la era post-Gutenberg, como sucede de hecho en la mayor parte de las mejores universidades del mundo, pero aquí, como muy bien dice Zaryn Dentzel, seguimos como hace veinte o treinta años; me temo que cuando se quiera poner remedio al desfase sea ya demasiado tarde.


[publicado en Cultura digital]

Poner nota a las universidades


Las universidades españolas están muy cerca de ser una excepción en el panorama general porque, hasta ahora, ni han competido entre sí, ni se distinguen por la búsqueda de calidad. Para los españoles lo más relevante sobre una universidad era su ubicación: cuanto más cercana, mejor. Esto debería cambiar porque nadie funciona ya con esa clase de criterios. En España, muchos han aprendido a palos que el título conseguido no les sirve para gran cosa, y se han decidido a estudiar en el extranjero, o a hacer un master prestigioso y, lógicamente, caro, para poder competir en el mercado del empleo.
Las universidades debieran ser abiertas, competitivas y especializadas, o no ser. El primer obstáculo para que todo pueda cambiar está los criterios para su financiación: las universidades no pueden poner un precio adecuado a las matrículas, fijadas por ley de acuerdo con uno de los numerosos y memos dogmas de lo políticamente correcto, ni competir seriamente por mejorar la calidad de sus profesores; así, si el estudiante obtiene poco, tampoco piensa haber perdido mucho.
La Comunidad de Madrid ha promovido, a través de su Consejo Económico y Social, la realización de un excelente estudio sobre las universidades españolas dirigido por Mikel Buesa. Se trata de un intento serio para establecer con claridad un ranking universitario conforme a una gran variedad de factores. El retrato está lleno de interés, y no va a resultar muy agradable para muchos rectores de universidades que gozan de un prestigio enteramente inmerecido. Es un primer paso para saber de lo que estamos hablando, pero falta mucho por hacer en el orden legal para que las universidades pudiesen empezar a competir, a hacer lo que hacen habitualmente y de manera natural la totalidad de las mejores y más reconocidas universidades del mundo. Para nuestra desgracia, son muchos los que preferirán seguir viviendo en una isla burocrática, sin integrarse en la muy competitiva sociedad del conocimiento, pero así no se debiera seguir.

[Publicado en Gaceta de los negocios]

La crisis de la universidad

Convendría reflexionar sobre la escandalosa diferencia entre la calidad de nuestras escuelas de negocios, que figuran a la cabeza del mundo, y el prestigio y la calidad de nuestras universidades que están, sin excepción, a la cola de todas las clasificaciones. La clave no está en que las universidades sean públicas y las escuelas de negocios privadas. Bastará recordar, para verlo, que el mejor Departamento de Matemáticas de los EEUU está en una universidad de Chicago: lo que ocurre es que esa universidad sólo recibe del Estado el 18% de su presupuesto, que el 82% lo financia con apoyo privado por su interés y por su calidad. En España, las universidades mejor situadas apenas cubren con financiación externa el 30% de sus programas de investigación que representan, en cualquier caso, un porcentaje mínimo de sus gastos totales. La clave está en la funesta forma en que las españolas han administrado la autonomía que la ley les reconoce y en la cobardía e ignorancia de la clase política que no se ha atrevido a acometer reformas impopulares, a cortar de raíz el mal del corporativismo, la irresponsabilidad, la endogamia y la insignificancia de las universidades. La opinión pública comienza a darse cuenta de que estamos ante un problema. Muchos de nuestros títulos son auténticos flatus vocis, carecen de cualquier valor real: suponen, únicamente, una irrecuperable pérdida de tiempo para los alumnos y un desperdicio del dinero de los ciudadanos. ¿Cómo se puede tener una economía competitiva con una universidad rutinaria? No se puede. Lo terrible es que en la universidad están algunas de nuestras mejores cabezas, muchas de nuestras esperanzas; pero están ahogadas por la burocracia y la demagogia y frustrados por un sistema incapaz de reconocer el mérito, de fomentarlo y de pagarlo. Un profesor que haga el vago, no publique nada de interés, sea un auténtico desconocido y apenas aparezca por sus clases puede cobrar apenas unos pocos euros menos que el mejor de nuestros profesores o investigadores. En la universidad reina un igualitarismo y una irresponsabilidad que esterilizan los esfuerzos y las ilusiones de los mejores, una situación que ha convertido a las universidades en una especie de sindicatos verticales en las que algunos alumnos poco espabilados se ocupan del piqueteo.
Esta situación es ahora mismo un auténtico problema político porque es absurdo esperar la solución de quienes explotan el desastre. De los órganos corporativos de la universidad solo sale un “más dinero” que resulta ridículo y vergonzoso, un expediente pueril, pero que puede funcionar, para echar sobre otras espaldas la carga de unos males cada vez más obvios e irritantes.