Una de las cualidades más curiosas de la situación en que vivimos es la ausencia de información, un bien que no es precisamente escaso. El truco está en que la abundancia tiene varios efectos paradójicos, con los que no estábamos acostumbrados a lidiar. Dicho de otra manera, tenemos información pero nos cuesta trabajo saber si lo que tenemos por cierto corresponde mínimamente con la verdad.
En el caso de la medicina es irritante que, sabiendo tanto, no tengamos ni idea de lo que pueda pasar, por ejemplo, con el virus de la gripe. Esta ambigüedad de buen número de cosas relacionadas con la vida y la muerte, es difícil de manejar, en especial cuando se plantea en el nivel político. Cualquiera diría, por ejemplo, que la decisión de vacunar debiera ser un asunto meramente técnico, pero basta leer los periódicos para darse cuenta de que la cosa no es tan simple, que lo que es verdad allende los Pirineos resulta no serlo en la piel de toro y cosas así. No encuentro ningún medio internacional que esté dale que dale con las vacunas y con las previsiones, aunque tampoco hay muchos lugares en que el Ministro de Sanidad tenga que coordinar a diecisiete elementos que se creen tan importantes como él y que, además, tienen las competencias.