El estúpido prestigio de la ambigüedad

Una de las costumbres más idiotas de una buena mayoría de políticos, y hay donde escoger, es la de hablar de una manera indeterminada cuando es obvio que se refieren a una situación particular. Yo no sé exactamente que pretenden, pero sí estoy cierto de que han conseguido que esa estúpida manera de hablar se imite y se contagie.
Por ejemplo: uno del PP está hablando de corrupción, y en lugar de decir que también hay casos en el PSOE, dice algo así como “no somos los únicos afectados, porque también hay casos en otros partidos que se han financiado ilegalmente, lo que no es nuestro caso”, aunque, en general, lo dirán de manera más embarullada y menos comprensible. Lo normal sería que dijesen simplemente: “el PSOE debiera estar callado porque en esto de la corrupción son imbatibles”, pero eso debe parecerles poco general, escasamente ilustre.
Amando de Miguel inventó el término politiqués para referirse al extraño lenguaje de la tribu partidaria. La cosa no ha cesado de empeorar dese entonces. Para que vean que no exagero, les cuento lo que he leído hoy en un blog de El Confidencial: un forero hablaba de que “se están quemando sedes de partidos” cuando se refería, obviamente, a que se había tirado un coctel Molotov contra una sede del PP, concretamente en Galicia. Me viene a la cabeza la broma del gran Miguel Gila : «Aquí alguien ha matado a alguien y a mi no me gusta señalar». En este país tan raro, la imprecisión, la ambigüedad, el barroquismo chapucero, la generalización sin ton ni son, y el hablar de oídas, siguen teniendo premio: así nos va. Lo único que hay detrás de todo esto, además de estupidez, es miedo.

¿Gripe o campaña?

Una de las cualidades más curiosas de la situación en que vivimos es la ausencia de información, un bien que no es precisamente escaso. El truco está en que la abundancia tiene varios efectos paradójicos, con los que no estábamos acostumbrados a lidiar. Dicho de otra manera, tenemos información pero nos cuesta trabajo saber si lo que tenemos por cierto corresponde mínimamente con la verdad.

En el caso de la medicina es irritante que, sabiendo tanto, no tengamos ni idea de lo que pueda pasar, por ejemplo, con el virus de la gripe. Esta ambigüedad de buen número de cosas relacionadas con la vida y la muerte, es difícil de manejar, en especial cuando se plantea en el nivel político. Cualquiera diría, por ejemplo, que la decisión de vacunar debiera ser un asunto meramente técnico, pero basta leer los periódicos para darse cuenta de que la cosa no es tan simple, que lo que es verdad allende los Pirineos resulta no serlo en la piel de toro y cosas así. No encuentro ningún medio internacional que esté dale que dale con las vacunas y con las previsiones, aunque tampoco hay muchos lugares en que el Ministro de Sanidad tenga que coordinar a diecisiete elementos que se creen tan importantes como él y que, además, tienen las competencias.

Durante el gobierno de Aznar, ZP se las arregló para combatirle por tierra, mar y aire con las disculpas más extravagantes. En particular, el asunto del Prestige, en que el gobierno hizo exactamente lo que haría cualquier persona sensata, como finalmente se ha acabado por reconocer en todas partes, la oposición incendió las calles con acusaciones gravísimas y con manifestaciones virulentas. Desde entonces, la política no conoce ningún sosiego, y los posibles efectos del famoso virus tienen un potencial político mucho más mortífero que, al menos hasta ahora, tienen como amenaza a la vida humana. Todo esto hace que no se pueda hablar con la mínima serenidad y que el virus se convierta en un efecto parlamentario. No se diga que no es emocionante el caso.
[Publicado en Gaceta de los negocios]