Día del libro

Según la tradición, más fuerte en Barcelona que en Madrid, me parece, el 24 de abril es el día del libro. Esto de celebrar “días de” es un recurso que se emplea, sobre todo, para promover causas que, por alguna razón, se supone que debieran suscitar más entusiasmo del que de hecho suscitan. No hay por ejemplo un día del dinero, o del fútbol, me parece que no lo necesitarían. El día del libro, en concreto, es un buen momento para practicar el fariseísmo cultural, que es una de las especialidades de la hipocresía que tiene mejor prensa.  
Ahora se habla mucho de la crisis del libro y de la crisis de la lectura. Hay quienes, opositores a cualquier clase de cambios, ven en la tecnología, y, en especial, en los e-book o libros electrónicos, la causa universal de todos los males, una nueva barbarie. Tienen razón, desde el punto de vista de sus intereses, porque suelen defender un negocio que muy pronto va a desaparecer y que, en cualquier caso, no conocerá ya más días de gloria. Me refiero, como es obvio a la edición en papel, a la mercadotecnia de los best-seller, a la promoción de vistosos objetos con letra gruesa, destinados generalmente a los que apenas leen, si no es a impulsos de la propaganda.
Se equivocan gravemente en sus diagnósticos. El peligro para la lectura no está en la tecnología, sino en la ignorancia, en la mala educación, en el atontamiento general de esos públicos que se sienten obligados a leer libros como si fuesen noticias o signos de  una moda, culta, por supuesto.
La lectura se está convirtiendo en una posibilidad infinita, barata, riquísima, gracias a Internet y a pesar de la imprenta. No hay que tener ningún miedo a que se pierda nada valioso, aunque no creo que se vayan a poder evitar las plagas, suecas o de otro tipo, porque los mercaderes no suelen tener nada de tontos y aprenderán, más pronto que tarde, a conquistar estas nuevas posibilidades, pero cualquiera que quiera aprender y no perderse nada de lo que considere esencial, lo tendrá más fácil que nunca.