Acerca del heroísmo

El funeral de Eduardo Puelles, asesinado de manera especialmente cruel por ETA, nos ha dejado algunas imágenes de enorme fuerza. Las declaraciones de su viuda y de su hermano, la presencia serena de sus hijos adolescentes, la fortaleza y el orgullo de todos ellos, han conmovido extraordinariamente el corazón de muchos, nos han recordado sentimientos olvidados acerca del valor, del heroísmo y del sacrificio. Es fácil que estas manifestaciones hayan podido aflorar ahora con más naturalidad que en los momentos en que el Gobierno vasco tenía una actitud calculadamente fría respecto a las víctimas de ETA.

La cuestión de fondo, sin embargo, me parece que está en que es casi la primera vez en que se manifiesta con enorme claridad, con pasión y con rabia el derecho a ser, a un tiempo, buenos españoles y buenos ciudadanos vascos, la convicción de que no se está combatiendo ninguna supuesta singularidad del pueblo vasco sino la vileza política y profesional de quienes han hecho del crimen su única arma política. El nacionalismo se ha convertido en un modo de vida, en un sindicato de intereses, que costará mucho desmontar, y su versión radical, izquierdista y violenta, ha llegado a ser un buen negocio, una forma de vivir sin pegar golpe, lo que siempre han sido la mafias.

Nadie se había atrevido a decir esto con la contundencia con la que los han dicho los familiares de Eduardo Puelles y, por eso mismo, ellos, la mujer, el hermano, los hijos, se han convertido también en héroes.

A veces entran ganas de pensar si el resto de los españoles, los que nos llamamos a nosotros mismos demócratas, no sin cierta autocomplacencia, saben lo que deben a esta raza de personas anónimas y valientes que han dado su vida sin descanso en atentados aparentemente absurdos. Lo que ahora nos han dicho los familiares de Eduardo es una verdad tan sencilla como esta: no basta con repetir que los asesinos no van a conseguir sus últimos objetivos, es necesario también empeñarse en que no puedan conseguir ninguno, en que se acabe con ese chollo de la clandestinidad, con ese sindicato de facinerosos que les presta cobertura y coartada. Para eso también hace falta ser valientes, pero será la única forma de evitar que sigan muriendo héroes anónimos como Eduardo Puelles. Los políticos tienen la palabra, pero los demás debiéramos tomársela muy en serio.

[Publicado en Gaceta de los negocios]

No es un atentado

He oído al presidente del PP solidarizarse con los familiares de los soldados españoles que han resultado víctimas, dos muertos y varios heridos más, durante un ataque de los talibanes en Afganistán. Mariano Rajoy ha empleado para referirse al suceso el término «atentado», que por lo demás es el que emplea casi toda la prensa española (para el resto la noticia no existe). Siento discrepar, pero no me parece razonable que se llame atentado a lo que es una acción de guerra. Podemos engañarnos cuanto queramos, pero en Afganistán hay guerra y los soldados están allí en misión de paz únicamente en el sentido en el que se supone que cualquier guerra se hace (cuando se hace con justificación) para conseguir luego una paz mejor, más estable y más justa. No hay nada, salvo nuestra resistencia a mirar a las cosas de frente, que nos permita considerar el hecho como un «atentado terrorista». Ha sido un ataque guerrillero a tropas que operan en un país que no es el suyo, por mucho que queramos olvidarlo e independientemente de que nos parezca, como a mí me parece, por ejemplo, que hay razones sobradas que justifiquen esa presencia.  

El intento de moldear la realidad cambiando las palabras es tan viejo como la política y no debería escandalizar a nadie. Es un arma de primera calidad en manos de los gobiernos y nuestro presidente ha dado varias muestras de maestría al respecto. Lo que me asombra es que quienes se supone que debieran aspirar a derrotar pacíficamente al gobierno de turno empleen de manera tan liviana los términos que convienen  a sus contrarios. Ya hace mucho que dijo Martín Fierro aquello de los teros que en una parte pegan los gritos y en otra ponen los huevos. Lo asombroso es que haya avecillas despistadas que peguen gritos por imitación sin saber dónde tienen realmente los huevos, si es que los tienen. 

[Publicado en El estado del derecho]