Un país anestesiado, ignorante, y escéptico

Pese a que la situación del país, de su economía, de su moral, de sus expectativas, es cada vez más sombría, no dejan de oírse tonterías, las más viejas memeces, además. Descartando la posibilidad de que quienes propagan las tonterías sean tan tontos que se las crean, lo que tal vez sea mucho descartar, hay que preguntarse por las razones de una cosecha tan abundante. Si no es razonable dar pábulo a la posibilidad de que quienes dicen cosas tales se las crean, no hay otro remedio que pensar en que creen que las creerán los que las oyen, y además que están convencidos de que es conveniente que así sea, de que es un buen negocio mentir, con tal de que se practique persistentemente. Es decir, o bien nos toman por tontos, y nos creen capaces de llegar a ser perfectamente estúpidos, o bien, lo que es más preocupante, hay un número suficientemente alto de tontos como para que esas mentiras-tontería prendan con inusitada fecundidad. Hay que reconocer que ambas posibilidades son acongojantes, y que no se excluyen.
Dicen, por ejemplo, los sindicatos que una reforma del contrato de trabajo no crearía empleo. ¿Les importaría que hiciésemos la prueba? Una parte muy bien instalada de la izquierda, a cuya cabeza está ZP, está dispuesta a demostrar con su actitud que las urgencias económicas son mera ideología, que no pasa nada, que todo se reduce a confiar ciegamente en los políticos, y a no rendirse ante la insolencia y los temores de los mercados.
Es verdad que, según la sabiduría popular, antes se pilla a un mentiroso que a un cojo, pero no conviene olvidar que se trata de un refrán muy optimista, que supone un interés inagotable en pillar al que miente. Aquí estamos muy agotados, y nadie quiere pillar al mentiroso, porque somos ya tan posmodernos que no creemos que las mentiras sean algo muy distinto a la verdad. Lo que mucha gente intenta es vivir como si el mentiroso no existiera, lo que de ser posible sería muy inteligente, aunque lo malo es que el mentiroso no se limita a mentir, sino que está dispuesto a hundirnos porque cree que, perdidos en las aguas de la miseria, muchos seguirán, más que nunca, confiando en su palabra. Lo terrible es que nos conoce muy bien, que sabe que, en esta España nuestra, muchas cosas están absolutamente muertas, y, pese a todo, el país funciona, la gente le vota, además de que cada vez es más extenso y profundo el odio al franquismo. La verdad es que nos quejamos de vicio, y tenemos un presidente que no nos merecemos.

La crisis de la prensa

En medio de una crisis económica universal, la situación de los medios de comunicación, muestra rasgos que parecen tener un significado que va más allá de las variables del entorno. 

Lo primero que hay que destacar, es que la gente joven está dejando de leer prensa, y que esta tendencia, que parece sólidamente motivada, se confirma año tras año. No es difícil sacar las consecuencias, aunque el futuro sea siempre conjetural. Es interesante preguntarse por las causas de esta desafección. Pueden aducirse decenas de razones, desde las apocalípticas (“los jóvenes están perdiendo el hábito de leer”), hasta las más pegadas al terreno (“la noticia llega siempre antes, y el periódico parece siempre viejo”). Me parece interesante detenerse brevemente  en un elemento común a muy diversas situaciones. 

En su empeño por cultivar un determinado nicho de mercado, muchos medios de comunicación han podido ir más allá de lo razonable para perder, en consecuencia, su mínimo de objetividad. Es muy difícil definir la objetividad, pero, a estos efectos, me quedaría con dos rasgos esenciales. En primer lugar, es imposible ser objetivo si se ocultan datos relevantes y, en segundo lugar, se pierde completamente la credibilidad si se pretende imponer una construcción de la realidad que impida la libertad del lector. 

La proliferación de mensajes y la rapidez con que se expanden hace que sea cada vez más difícil ocultar nada. También es difícil, desde luego, dar a conocer con precisión cualquier cosa, porque una nube impenetrable de interpretaciones impide que se abra paso la buena información. Sin embargo, nuestros cerebros se acostumbran con rapidez a esta situación, porque su gran virtud es la capacidad de entregarnos una imagen coherente de la realidad a partir de una fuente casi infinita de datos. Esto significa que, si es muy difícil conocer algo con precisión, es también cada vez más difícil manipular deliberadamente, sin pagar por ello un coste muy alto. Los fieles se mantienen, pero tampoco son tontos y pronto advierten que están siendo engañados. 

Los periódicos pierden su interés en la medida en que renuncien a investigar y se conviertan exclusivamente en altavoces ideológicos.   Interés informativo y credibilidad son cualidades que marchan a la par. En España, en particular, es una auténtica plaga la prensa de partido, y produce sonrojo ver a tanto periodista  convertido en ideólogo y apologeta de posiciones perfectamente discutibles, mientras ignoran absolutamente su obligación de informar, es decir, de no ocultar lo que saben perfectamente. El episodio del supuesto espionaje madrileño es un espejo vergonzoso de esa desviación ridícula y letal para la prensa. Mientras esto no cambie por completo será inútil preguntarse por otras causas de la crisis. 

[publicado en Gaceta de los negocios]