Ayer cené con un amigo, médico prestigioso, que me confesó que ya no leía periódicos desde hace unos meses; naturalmente, se refería a periódicos de papel. Creo que esta defección, silenciosa e imparable, de gente lectora debería preocupar más que ninguna otra cosa a las empresas informativas. De momento, parece que están a la espera, pero sin adoptar ninguna estrategia coherente con el caso. Algunos siguen con su promociones, pero muy pocas editoras se han planteado una redefinición de su producto estrella para recuperar lectores y ganar adeptos, dado que el hábito de lectura todavía les favorece. Aquí parece que sigue imperando el “¡que inventen ellos!”, aunque la peculiaridad de nuestro caso daría para intentar algunas iniciativas con imaginación. Como ya hace más de dos años que dejé de comprar periódicos de papel y solo leo, porque soy colaborador y estoy suscrito,
El ejemplar, de un sábado, consta de cien páginas, muy lejos de aquellos gruesos volúmenes de fin de semana de hace una década. Cuarenta de ellas se emplean en suplementos, local y de asuntos frívolos, es decir en temas que a una buena mayoría de personas con la cabeza sobre los hombros les importan un ardite. Diez páginas están dedicadas a anuncios por palabra, un asunto de escasa utilidad porque siempre es más útil acudir a las buenas fuentes correspondientes en la red. Tres se dedican a pasatiempos y a informar, por lo general mal, de la programación de las cadenas clásicas de TV. Unas veinte páginas se destinan a publicidad. Es decir que quedan menos de treinta páginas para ganarse a los clientes que realmente quieren buena información sobre los temas clásicos, muy poco en definitiva.
Da la sensación de que los responsables de los medios no han pensado a fondo sobre qué se puede ofrecer en papel que no se pueda obtener con mucha más rapidez y facilidad en la red. Cuanto más tiempo pierdan sin hacerlo, peor les irá. Parece razonable suponer que los periódicos debieran dedicarse mucho más a analizar lo que ya se sabe que a tratar de impactar con fotos y noticias que todo el mundo ha visto ya. Pondré un solo ejemplo. A mi me puede interesar una crónica inteligente de fútbol, esto es, palabras, no fotos, que ya se han visto en todas partes, ni titulares, que están enteramente de más. Decididamente, no hacen nada de eso; tratan de ganar clientes a los que interese lo que se suele llamar telebasura, o corazón, por ejemplo; hay que reconocer que son multitud, pero al hacerlo así matan a sus lectores más reflexivos, los que mejor debieran cultivar, con buena información, mejor análisis y sin sensacionalismo ni alardes tipográficos que nada aportan. En fin, ellos sabrán.
[Publicado en adiosgutenberg.com]