De cajón
Magia potagia
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Tres periodistas de Der Spiegel, que pudieron ser testigos de los debates, supuestamente a puerta cerrada, de los líderes mundiales en la última reunión del G-20, acaban de revelar que ZP no abrió la boca ni siquiera para apoyar a Sarkzy en su denuesto de los paraísos fiscales. Es realmente sorprendente que se haya dado una batalla para estar presente en tan selecto debate y, luego, no decir nada.
Como ZP no puede ser tildado de incoherente, al menos en alguno de los sentidos de la expresión, habrá que pensar en las razones que expliquen su espectacular silencio en la ocasión más importante que vieron los siglos. Se me ocurren varios motivos que acaso puedan ayudarnos a entender una conducta, en apariencia, extraña.
Una primera razón podría ser que la silla se le hubiese concedido a cambio del silencio. No cabe olvidar que los líderes del G 20 son más bien conservadores y acaso han querido evitar el mal rato que hubieran pasado sometiéndose a la hiriente dialéctica del clarividente líder español. Habría que investigarlo, aunque no creo, personalmente, que ZP hubiese aceptado unas condiciones tan humillantes para él, y para la izquierda que tan dignamente representó en esa ocasión tan solemne como crítica.
Otra posible razón, es que ZP no haya querido hacer partícipes al resto de líderes mundiales de las soluciones que iba a poner inmediatamente en marcha con el nombramiento de la señora Salgado como vicepresidenta segunda de economía. Zapatero sabe bien que operamos en un marco muy competitivo, y no va a ser cosa de que nuestros rivales conozcan antes de tiempo los secretos de nuestra eficacísima alquimia económica.
En tercer lugar, cabe suponer que ZP haya preferido reservarse en esta ocasión para sentar plaza de prudente. No es de buena educación convertirse en protagonista la primera vez que se te invita a un círculo tan distinguido, y es evidente que cualquier intervención de ZP se habría hecho, inmediatamente, con la marcha del debate, lo que habría podido molestar a líderes un tanto susceptibles como Obama, Merkel o Sarkozy. En esta misma línea, ZP tal vez haya querido evitar que Berlusconi se sintiese obligado a robarle el balón, lo que habría dado a la reunión un aire bufonesco que ZP detesta, como todo el mundo sabe.
Yo me inclino, por tanto, a considerar que el prudente silencio de nuestro presidente no ha sido consecuencia ni de la timidez ni de la vacilación, sino de la más exigente contención como líder de un país que, bajo su mandato, piensa dejar boquiabierto al concierto de las naciones por la forma tan original y rápida con la que vamos a poner remedio a la crisis que nos han provocado estos charlatanes del G 20. Es lo que tiene la política, que, en ocasiones, tienes que renunciar a éxitos de imagen para trabajar silenciosamente por el bien de los tuyos.
Está claro que las épocas de crisis lo son también de confusión, de nervios y de atropello. Ahora estamos pagando la deuda de haber dado tanta importancia a la economía, es decir, de no creer casi en nada más. Además, la economía se nos presenta, a los más, como un misterio, de manera que, a las primeras de cambio, o enmudecemos o temblamos de miedo. Verdad es que tampoco los economistas, los que se supone que saben, nos dan ninguna explicación consecuente ni nos ofrecen ningún consuelo.
Pues bien, en medio de tanta tribulación, se nos ha aparecido don Leopoldo Abadía uno de esos catalanes un poco madrileño, es decir de esos catalanes que tampoco han nacido en Cataluña, que presume de ser mayor (no es para tanto) y que ha empezado a explicar lo que pasaba y, sobre todo, a decir que tiene remedio. Empezó desde su blog explicando el origen de la crisis Ninja y desde allí se aparece ahora en varias tribunas ofreciendo sosiego, racionalidad, fe, moderación y esperanza. No tengo el gusto de conocerle, pero me parece que está haciendo una labor admirable hablando con mucha calma de las cosas que siempre se olvidan cuando parece que lo único que importa es la economía, es decir, el dinero.
Leopoldo Abadía ni adora las riquezas ni se ríe de las gracias de los poderosos; en cambio rinde culto a la amistad, a la modestia, a la buena educación, al saber escuchar, a la esperanza y al buen sentido. Sabe que podemos hacer las cosas mal, pero que, por eso mismo, estamos siempre en condiciones de volver a hacerlas bien. Nos habla desde San Quirico, un lugar utópico, inexistente, pero que suena muy bien como un lugar cualquiera de las tierras catalanas que a mí se me antoja muy cercano a Barcelona, ese archivo de cortesía y patria de los valientes como la llamó Cervantes. Desde allí, hace honor al título cervantino este catalán de elección que es el sabio don Leopoldo, un hombre feliz que siempre tiene tiempo para darnos un minuto de alegría.
[publicado en Gaceta de los negocios]